Jueves 27/10. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Hay
paro y la facultad está tranquila. Por acá y por allá, algunos grupos dispersos
de estudiantes. Pero no está vacía. Si el ojo se detiene en el detalle, se
observa un clima distinto: un grupo de pibes y pibas tiene una sonrisa que les
atraviesa el alma, algunos grupitos mantienen
discusiones serias por lo bajo… hubo elecciones y se ven las consecuencias de
los resultados. Hay un clima de expectativa, de renuevo del entusiasmo, es un
año donde los estudiantes, después de muchos años, junto con los profesores,
volvieron a la calle…
- ¿Vienen a la
intervención?
Minidiálogos de
estos se dan en el bar de la facultad, en el hall de la entrada, en los pasillos. El sentir de muchos es el mismo, profesores, estudiantes o
graduados: hay que intervenir en el octógono, hay que debatir en el octógono… no podemos quedarnos esperando. A los profesores les preocupa el recorte en ciencia y técnica. Están de paro pero están
convencidos de que la universidad tiene que, debe estar llena. “Una universidad
vacía es una universidad que no piensa”. Fuerte la afirmación, porque normalizamos que cuando hay paro no hay
que ir a la universidad. "- Entonces hagamos una intervención,
comuniquemos a los estudiantes porqué es preocupante la situación en ciencia y
técnica." Dispara uno de los
profesores. Así se hizo. El acontecimiento renueva nuestro apoyo a una lucha que no claudica. Una lucha contra el ajuste, contra la educación, contra la universidad pública argentina, que no se negocia.
En esta línea, retomamos una de las exposiciones realizadas hace unos meses por una docente de nuestro Profesorado y Licenciatura en Filosofía, María Inés Prono. En medio de la clase pública organizada por docentes y estudiantes de la UNL, en el marco del Plan lucha de ADUL
(Asociación de Docentes de la UNL), esta docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y de Arquitectura de dicha universidad nos ayudaba a repensar El derecho a la educación pública universitaria, los invitamos a participar de nuevo de ese momento a través de la lectura.
Universidad
y conflicto de racionalidades
Clase Pública en el marco del Plan lucha de ADUL
(Asociación de Docentes de la UNL).
“El derecho a la educación pública
universitaria”
10 de mayo de 2016
María Inés Prono- Docente-investigadora de FHUC
y FADU- UNL
Esta clase pública se entiende como una
invitación a pensar, desde ciertas categorías filosóficas, la situación actual
de la Universidad pública argentina. Para esto, parto de un reconocimiento a la
tarea de investigación desarrollada por colegas docentes-investigadores de la
Universidad de Buenos Aires, cuyos resultados están reunidos en el libro Filosofías
de la Universidad
y conflicto de racionalidades, de Francisco Naishtat, Ana Ma. García Raggio y Silvana Villavicencio
(comp.).[1]
Fotografía: Griselda Parera |
Lo que sigue es un conjunto de notas tomadas de
sus aportes y para ellos va mi primer agradecimiento, por posibilitarnos hacer
uso de sus categorías y reflexiones que, aunque datan de hace unos 15 años
atrás, todavía permanecen con plena vigencia.
Mis siguientes agradecimientos son: para los
estudiantes que dan sentido a nuestra función docente, para todos los colegas y
para todos nuestros maestros.
Pensar la Universidad como un conflicto de
racionalidades o como racionalidades en conflicto, invita a pensar, desde la perspectiva de
la filosofía, la cuestión de la universidad pública. El aporte de la filosofía
consiste en abrir interrogantes sin rehuir al disenso, para superar el consenso
acrítico.
La expresión conflicto de
racionalidades no es azarosa. Si la universidad moderna fue definida como el lugar de la razón (Kant, 1798)[2], si la
razón fue su elemento diferencial, dador de fundamento y sentido, hoy ese
cimiento ha cedido y ha dado lugar a un conflicto entre racionalidadesdiferentes.
- Este conflicto se expresa en dos ejes de discusión relativos a:
(i) la misión, los fines y la vida institucional de la universidad en su
relación con la sociedad y el Estado;
(ii) la diferenciación de los saberes universitarios y el correspondiente debate
epistemológico
En primer lugar, haremos algunas consideraciones en torno al primer eje,
que remite a los aspectos institucionales de la universidad y su dimensión
pública.
(i)
Desde hace al menos dos décadas se
han desdibujado las fronteras entre lo público y lo privado. Se advierte en
diferentes dispositivos legales, que abren las puertas al arancelamiento y a
formas sustitutas de financiamiento. Se ha creado un mercado académico en el que las universidades nacionales compiten
por la captación de la matrícula estudiantil de grado y posgrado.
Esta lectura economicista de la oposición público/privado, puede ser
enriquecida con otra: ¿Es lo público asimilable al carácter estatal o bien
existe un sentido de lo público en relación con la universidad, que trasciende
esta discusión?
Una posibilidad es interpretar a la universidad como comunidad autónoma y crítica (Universitas),
capaz no sólo de acción académica y científica, sino de acción pública en el
marco del fortalecimiento de las instituciones republicanas. Esta lectura
instala a la universidad en el seno de la sociedad civil, y da a la universidad
una responsabilidad política y crítica, opuesta a la des-responsabilización que
delega los asuntos universitarios a los aparatos del Estado o del mercado.
Si las unidades académicas de una misma Universidad están en competencia
recíproca y generalizada por el presupuesto, se pone en riesgo la condición
propia de la universidad pública como espacio o comunidad de cooperación intelectual.
Abordamos ahora el segundo eje, referido a aspectos del debate
epistemológico de los saberes universitarios.
(ii)
Fotografía: Griselda Parera |
El conflicto de racionalidades
puede plantearse también en relación con los saberes universitarios, en una
época en la que la idea misma de saber auto-fundado y de la universidad como
lugar de la razón y de la totalización del saber se encuentra cuestionada. Si
la universidad de la
Ilustración se basaba en la función fundamentadora de la
filosofía, la renuncia de la filosofía contemporánea a dar fundamentos, obliga
a revisar la tradición, y la unidad del saber adopta un carácter problemático.
La universidad ya no es un lenguaje
sino una competencia de lenguajes, así como de tradiciones y prácticas
epistemológicas diferentes.
En la universidad conviven, usando una metáfora de Wittgenstein, barrios
viejos y barrios nuevos.[3] Esta
metáfora nos permite pensar a la universidad actual, con su multiplicidad
característica, como una ciudad, en la cual los barrios conviven en su
diferencia, y donde la diferencia circula entre los barrios como expresión de
un diálogo de una comunidad de vida.
De ahí se sigue, que es central para una filosofía política de la
universidad diferenciar entre los conceptos de multiplicidad y fragmentación.
La fragmentación es la feudalización de la vida académica, y el encierro en
pequeñas parcelas de competencia y
producción. Esta idea se vuelve funcional al modelo del mercado académico, en la medida en que el conocimiento ingresa como
mercancía al mercado capitalista.
Una idea alternativa, es la de comunidad
de diálogo, en la que la universidad pública debe ver por sí misma qué
camino elige para su transformación. Esta idea parece más apta para pensar la
unidad de la multiplicidad. En este proceso, la filosofía no determina el programa
(como hubiera querido Kant), pero puede sugerir preguntas e interrogantes que,
en un clima de consenso automático, se dejarían de lado.
La cuestión de la autonomía no es suficiente para pensar la diferencia
universitaria, sino que hay que agregarle su relación con lo público: con el
Estado, la república, el pueblo, la sociedad. En todas partes hay instituciones
no universitarias que generan y almacenan saberes de todo tipo, pero sólo la
universidad cumple el doble papel a la vez de fundamentar todos los niveles
inferiores de la educación pública y de coronar el servicio educativo público.
La apertura de la universidad a lo público, cuando es bien entendida, no
implica una alienación de su libertad, sino solamente un direccionamiento, un
descentramiento orientado al diálogo.
Para mostrar otra arista del asunto que nos ocupa, Jorge Dotti[4] propone
pensar, desde la filosofía política, la inserción
política de la universidad en la política nacional, partiendo de la
constatación de que la universidad ocupa una posición anfibia o intermedia
entre el lugar de la soberanía y el espacio de la economía.
Esta posición no es la del justo medio, sino la de la resistencia frente a
dos sistemas que amenazan desnaturalizarla.
La Universidad no puede quedar sometida a ninguna de las dos lógicas (o
racionalidades), con las que mantiene una tensión permanente:
(i)
privatizada,
la educación deviene comercio obediente del cálculo lucrativo;
(ii)
subordinada
al poder estatal sin mediaciones y sin reconocimiento de su autonomía, se
transforma en una simple cadena de transmisión demagógica, dictatorial o
totalitaria.
La resistencia en la universidad actual contra el proceso de utilitario que
caracteriza la política dominante de los saberes en detrimento de las
humanidades, requiere un posicionamiento que debe volverse al juicio (en el sentido de Kant o de
Arendt) como una práctica diferente al razonamiento
técnico.
Fotografía: Griselda Parera |
El juzgar es la base de la libertad
de las interpretaciones y de las evaluaciones judicativas propias de una
posición intelectual con compromiso político. Lo mercantil, en cambio, reposa
en el privilegio de razonar en
desmedro de este juzgar. La actual política de los saberes predominante en
nuestra universidad también.
Estas actitudes divergentes, razonar
y pensar, están en la base de la
distinción que puede establecerse, respecto de la figura genérica de un
profesional universitario, entre el simple perito y quien, además de serlo, es
también un intelectual crítico y responsable ante lo político.
La educación en general y la universitaria en particular están conformadas
por subjetividades cuya interrelación es distinta a la de
productores-consumidores mercantiles, pero también a la de soberano-súbdito. Es
un nexo de autoridad sin soberanía, y de igualdad pero no conmutativo
utilitaria. Es más bien una intersubjetividad dialéctica entre quien enseña y
quien aprende.
Desde esta posición felizmente intermedia, anfibia, el desafío al que la
universidad no puede sustraerse es el de proyectarse en la política del Estado
al que pertenece, sin que ello implique la disolución de su especificidad
educativa.
[1]Naishtat, Francisco; García Raggio, Ana Ma. y
Villavicencio, Silvana (comp.) Filosofías de la Universidad y
conflicto de racionalidades.
Buenos Aires, Colihue 2001.
[2] Kant,
E. (1798) El conflicto de las facultades.
Madrid, Alianza, 2003.
[3]“Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad:
una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con
anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos
con calles regulares y con casas uniformes”. Wittgenstein, Ludwig. Investigaciones Filosóficas, §18.
[4] “Filosofía política y Universidad: una aproximación”
(2001), en Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades, Op. Cit., p. 33-41