viernes, 28 de octubre de 2016

En defensa de la universidad pública II

Jueves 27/10. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Hay paro y la facultad está tranquila. Por acá y por allá, algunos grupos dispersos de estudiantes. Pero no está vacía. Si el ojo se detiene en el detalle, se observa un clima distinto: un grupo de pibes y pibas tiene una sonrisa que les atraviesa el alma, algunos grupitos mantienen discusiones serias por lo bajo… hubo elecciones y se ven las consecuencias de los resultados. Hay un clima de expectativa, de renuevo del entusiasmo, es un año donde los estudiantes, después de muchos años, junto con los profesores, volvieron a la calle…
- ¿Vienen a la intervención?
- Terminamos este “tp” y vamos.
Minidiálogos de estos se dan en el bar de la facultad, en el hall de la entrada, en los pasillos. El sentir de muchos es el mismo, profesores, estudiantes o graduados: hay que intervenir en el octógono, hay que debatir en el octógono… no podemos quedarnos esperando. A los profesores les preocupa el recorte en ciencia y técnica. Están de paro pero están convencidos de que la universidad tiene que, debe estar llena. “Una universidad vacía es una universidad que no piensa”. Fuerte la afirmación, porque normalizamos que cuando hay paro no hay que ir a la universidad. "- Entonces hagamos una intervención, comuniquemos a los estudiantes porqué es preocupante la situación en ciencia y técnica." Dispara uno de los profesores. Así se hizo. El acontecimiento renueva nuestro apoyo a una lucha que no claudica. Una lucha contra el ajuste, contra la educación, contra la universidad pública argentina, que no se negocia. 
En esta línea, retomamos una de las exposiciones realizadas hace unos meses por una docente de nuestro Profesorado y Licenciatura en Filosofía, María Inés Prono. En medio de la clase pública organizada por docentes y estudiantes de la UNL, en el marco del Plan lucha de ADUL (Asociación de Docentes de la UNL), esta docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y de Arquitectura de dicha universidad nos ayudaba a repensar El derecho a la educación pública universitaria, los invitamos a participar de nuevo de ese momento a través de la lectura. 


Universidad y conflicto de racionalidades
Clase Pública en el marco del Plan lucha de ADUL (Asociación de Docentes de la UNL).
“El derecho a la educación pública universitaria”
10 de mayo de 2016
María Inés Prono- Docente-investigadora de FHUC y FADU- UNL



Esta clase pública se entiende como una invitación a pensar, desde ciertas categorías filosóficas, la situación actual de la Universidad pública argentina. Para esto, parto de un reconocimiento a la tarea de investigación desarrollada por colegas docentes-investigadores de la Universidad de Buenos Aires, cuyos resultados están reunidos en el libro Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades, de Francisco Naishtat, Ana Ma. García Raggio y Silvana Villavicencio (comp.).[1]

Fotografía: Griselda Parera
Lo que sigue es un conjunto de notas tomadas de sus aportes y para ellos va mi primer agradecimiento, por posibilitarnos hacer uso de sus categorías y reflexiones que, aunque datan de hace unos 15 años atrás, todavía permanecen con plena vigencia.
Mis siguientes agradecimientos son: para los estudiantes que dan sentido a nuestra función docente, para todos los colegas y para todos nuestros maestros.


Pensar la Universidad como un conflicto de racionalidades o como racionalidades en conflicto, invita a pensar, desde la perspectiva de la filosofía, la cuestión de la universidad pública. El aporte de la filosofía consiste en abrir interrogantes sin rehuir al disenso, para superar el consenso acrítico.

La expresión conflicto de racionalidades no es azarosa. Si la universidad moderna fue definida como el lugar de la razón (Kant, 1798)[2], si la razón fue su elemento diferencial, dador de fundamento y sentido, hoy ese cimiento ha cedido y ha dado lugar a un conflicto entre racionalidadesdiferentes.

- Este conflicto se expresa en dos ejes de discusión relativos a:

(i) la misión, los fines y la vida institucional de la universidad en su relación con la sociedad y el Estado;
(ii) la diferenciación de los saberes universitarios y el correspondiente debate epistemológico

En primer lugar, haremos algunas consideraciones en torno al primer eje, que remite a los aspectos institucionales de la universidad y su dimensión pública.

(i)
 Desde hace al menos dos décadas se han desdibujado las fronteras entre lo público y lo privado. Se advierte en diferentes dispositivos legales, que abren las puertas al arancelamiento y a formas sustitutas de financiamiento. Se ha creado un mercado académico en el que las universidades nacionales compiten por la captación de la matrícula estudiantil de grado y posgrado.

Esta lectura economicista de la oposición público/privado, puede ser enriquecida con otra: ¿Es lo público asimilable al carácter estatal o bien existe un sentido de lo público en relación con la universidad, que trasciende esta discusión?

Una posibilidad es interpretar a la universidad como comunidad autónoma y crítica (Universitas), capaz no sólo de acción académica y científica, sino de acción pública en el marco del fortalecimiento de las instituciones republicanas. Esta lectura instala a la universidad en el seno de la sociedad civil, y da a la universidad una responsabilidad política y crítica, opuesta a la des-responsabilización que delega los asuntos universitarios a los aparatos del Estado o del mercado.

Si las unidades académicas de una misma Universidad están en competencia recíproca y generalizada por el presupuesto, se pone en riesgo la condición propia de la universidad pública como espacio o comunidad de cooperación intelectual.


Abordamos ahora el segundo eje, referido a aspectos del debate epistemológico de los saberes universitarios. 
(ii)

Fotografía: Griselda Parera
El conflicto de racionalidades puede plantearse también en relación con los saberes universitarios, en una época en la que la idea misma de saber auto-fundado y de la universidad como lugar de la razón y de la totalización del saber se encuentra cuestionada. Si la universidad de la Ilustración se basaba en la función fundamentadora de la filosofía, la renuncia de la filosofía contemporánea a dar fundamentos, obliga a revisar la tradición, y la unidad del saber adopta un carácter problemático.

La universidad ya no es un lenguaje sino una competencia de lenguajes, así como de tradiciones y prácticas epistemológicas diferentes.
En la universidad conviven, usando una metáfora de Wittgenstein, barrios viejos y barrios nuevos.[3] Esta metáfora nos permite pensar a la universidad actual, con su multiplicidad característica, como una ciudad, en la cual los barrios conviven en su diferencia, y donde la diferencia circula entre los barrios como expresión de un diálogo de una comunidad de vida.

De ahí se sigue, que es central para una filosofía política de la universidad diferenciar entre los conceptos de multiplicidad y fragmentación.

La fragmentación es la feudalización de la vida académica, y el encierro en pequeñas parcelas de  competencia y producción. Esta idea se vuelve funcional al modelo del mercado académico, en la medida en que el conocimiento ingresa como mercancía al mercado capitalista.

Una idea alternativa, es la de comunidad de diálogo, en la que la universidad pública debe ver por sí misma qué camino elige para su transformación. Esta idea parece más apta para pensar la unidad de la multiplicidad. En este proceso, la filosofía no determina el programa (como hubiera querido Kant), pero puede sugerir preguntas e interrogantes que, en un clima de consenso automático, se dejarían de lado.

La cuestión de la autonomía no es suficiente para pensar la diferencia universitaria, sino que hay que agregarle su relación con lo público: con el Estado, la república, el pueblo, la sociedad. En todas partes hay instituciones no universitarias que generan y almacenan saberes de todo tipo, pero sólo la universidad cumple el doble papel a la vez de fundamentar todos los niveles inferiores de la educación pública y de coronar el servicio educativo público.
La apertura de la universidad a lo público, cuando es bien entendida, no implica una alienación de su libertad, sino solamente un direccionamiento, un descentramiento orientado al diálogo.


Para mostrar otra arista del asunto que nos ocupa, Jorge Dotti[4] propone pensar, desde la filosofía política, la inserción política de la universidad en la política nacional, partiendo de la constatación de que la universidad ocupa una posición anfibia o intermedia entre el lugar de la soberanía y el espacio de la economía.
Esta posición no es la del justo medio, sino la de la resistencia frente a dos sistemas que amenazan desnaturalizarla.
La Universidad no puede quedar sometida a ninguna de las dos lógicas (o racionalidades), con las que mantiene una tensión permanente:

(i)                 privatizada, la educación deviene comercio obediente del cálculo lucrativo;
(ii)               subordinada al poder estatal sin mediaciones y sin reconocimiento de su autonomía, se transforma en una simple cadena de transmisión demagógica, dictatorial o totalitaria.

La resistencia en la universidad actual contra el proceso de utilitario que caracteriza la política dominante de los saberes en detrimento de las humanidades, requiere un posicionamiento que debe volverse al juicio (en el sentido de Kant o de Arendt) como una práctica diferente al razonamiento técnico.

Fotografía: Griselda Parera
El juzgar es la base de la libertad de las interpretaciones y de las evaluaciones judicativas propias de una posición intelectual con compromiso político. Lo mercantil, en cambio, reposa en el privilegio de razonar en desmedro de este juzgar. La actual política de los saberes predominante en nuestra universidad  también. 

Estas actitudes divergentes, razonar y pensar, están en la base de la distinción que puede establecerse, respecto de la figura genérica de un profesional universitario, entre el simple perito y quien, además de serlo, es también un intelectual crítico y responsable ante lo político.

La educación en general y la universitaria en particular están conformadas por subjetividades cuya interrelación es distinta a la de productores-consumidores mercantiles, pero también a la de soberano-súbdito. Es un nexo de autoridad sin soberanía, y de igualdad pero no conmutativo utilitaria. Es más bien una intersubjetividad dialéctica entre quien enseña y quien aprende.

Desde esta posición felizmente intermedia, anfibia, el desafío al que la universidad no puede sustraerse es el de proyectarse en la política del Estado al que pertenece, sin que ello implique la disolución de su especificidad educativa.





[1]Naishtat, Francisco; García Raggio, Ana Ma. y Villavicencio, Silvana (comp.) Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades. Buenos Aires, Colihue 2001.
[2] Kant, E. (1798) El conflicto de las facultades. Madrid, Alianza, 2003.
[3]“Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles regulares y con casas uniformes”. Wittgenstein, Ludwig. Investigaciones Filosóficas, §18.
[4]Filosofía política y Universidad: una aproximación” (2001), en Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades, Op. Cit., p. 33-41