viernes, 28 de octubre de 2016

En defensa de la universidad pública II

Jueves 27/10. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Hay paro y la facultad está tranquila. Por acá y por allá, algunos grupos dispersos de estudiantes. Pero no está vacía. Si el ojo se detiene en el detalle, se observa un clima distinto: un grupo de pibes y pibas tiene una sonrisa que les atraviesa el alma, algunos grupitos mantienen discusiones serias por lo bajo… hubo elecciones y se ven las consecuencias de los resultados. Hay un clima de expectativa, de renuevo del entusiasmo, es un año donde los estudiantes, después de muchos años, junto con los profesores, volvieron a la calle…
- ¿Vienen a la intervención?
- Terminamos este “tp” y vamos.
Minidiálogos de estos se dan en el bar de la facultad, en el hall de la entrada, en los pasillos. El sentir de muchos es el mismo, profesores, estudiantes o graduados: hay que intervenir en el octógono, hay que debatir en el octógono… no podemos quedarnos esperando. A los profesores les preocupa el recorte en ciencia y técnica. Están de paro pero están convencidos de que la universidad tiene que, debe estar llena. “Una universidad vacía es una universidad que no piensa”. Fuerte la afirmación, porque normalizamos que cuando hay paro no hay que ir a la universidad. "- Entonces hagamos una intervención, comuniquemos a los estudiantes porqué es preocupante la situación en ciencia y técnica." Dispara uno de los profesores. Así se hizo. El acontecimiento renueva nuestro apoyo a una lucha que no claudica. Una lucha contra el ajuste, contra la educación, contra la universidad pública argentina, que no se negocia. 
En esta línea, retomamos una de las exposiciones realizadas hace unos meses por una docente de nuestro Profesorado y Licenciatura en Filosofía, María Inés Prono. En medio de la clase pública organizada por docentes y estudiantes de la UNL, en el marco del Plan lucha de ADUL (Asociación de Docentes de la UNL), esta docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y de Arquitectura de dicha universidad nos ayudaba a repensar El derecho a la educación pública universitaria, los invitamos a participar de nuevo de ese momento a través de la lectura. 


Universidad y conflicto de racionalidades
Clase Pública en el marco del Plan lucha de ADUL (Asociación de Docentes de la UNL).
“El derecho a la educación pública universitaria”
10 de mayo de 2016
María Inés Prono- Docente-investigadora de FHUC y FADU- UNL



Esta clase pública se entiende como una invitación a pensar, desde ciertas categorías filosóficas, la situación actual de la Universidad pública argentina. Para esto, parto de un reconocimiento a la tarea de investigación desarrollada por colegas docentes-investigadores de la Universidad de Buenos Aires, cuyos resultados están reunidos en el libro Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades, de Francisco Naishtat, Ana Ma. García Raggio y Silvana Villavicencio (comp.).[1]

Fotografía: Griselda Parera
Lo que sigue es un conjunto de notas tomadas de sus aportes y para ellos va mi primer agradecimiento, por posibilitarnos hacer uso de sus categorías y reflexiones que, aunque datan de hace unos 15 años atrás, todavía permanecen con plena vigencia.
Mis siguientes agradecimientos son: para los estudiantes que dan sentido a nuestra función docente, para todos los colegas y para todos nuestros maestros.


Pensar la Universidad como un conflicto de racionalidades o como racionalidades en conflicto, invita a pensar, desde la perspectiva de la filosofía, la cuestión de la universidad pública. El aporte de la filosofía consiste en abrir interrogantes sin rehuir al disenso, para superar el consenso acrítico.

La expresión conflicto de racionalidades no es azarosa. Si la universidad moderna fue definida como el lugar de la razón (Kant, 1798)[2], si la razón fue su elemento diferencial, dador de fundamento y sentido, hoy ese cimiento ha cedido y ha dado lugar a un conflicto entre racionalidadesdiferentes.

- Este conflicto se expresa en dos ejes de discusión relativos a:

(i) la misión, los fines y la vida institucional de la universidad en su relación con la sociedad y el Estado;
(ii) la diferenciación de los saberes universitarios y el correspondiente debate epistemológico

En primer lugar, haremos algunas consideraciones en torno al primer eje, que remite a los aspectos institucionales de la universidad y su dimensión pública.

(i)
 Desde hace al menos dos décadas se han desdibujado las fronteras entre lo público y lo privado. Se advierte en diferentes dispositivos legales, que abren las puertas al arancelamiento y a formas sustitutas de financiamiento. Se ha creado un mercado académico en el que las universidades nacionales compiten por la captación de la matrícula estudiantil de grado y posgrado.

Esta lectura economicista de la oposición público/privado, puede ser enriquecida con otra: ¿Es lo público asimilable al carácter estatal o bien existe un sentido de lo público en relación con la universidad, que trasciende esta discusión?

Una posibilidad es interpretar a la universidad como comunidad autónoma y crítica (Universitas), capaz no sólo de acción académica y científica, sino de acción pública en el marco del fortalecimiento de las instituciones republicanas. Esta lectura instala a la universidad en el seno de la sociedad civil, y da a la universidad una responsabilidad política y crítica, opuesta a la des-responsabilización que delega los asuntos universitarios a los aparatos del Estado o del mercado.

Si las unidades académicas de una misma Universidad están en competencia recíproca y generalizada por el presupuesto, se pone en riesgo la condición propia de la universidad pública como espacio o comunidad de cooperación intelectual.


Abordamos ahora el segundo eje, referido a aspectos del debate epistemológico de los saberes universitarios. 
(ii)

Fotografía: Griselda Parera
El conflicto de racionalidades puede plantearse también en relación con los saberes universitarios, en una época en la que la idea misma de saber auto-fundado y de la universidad como lugar de la razón y de la totalización del saber se encuentra cuestionada. Si la universidad de la Ilustración se basaba en la función fundamentadora de la filosofía, la renuncia de la filosofía contemporánea a dar fundamentos, obliga a revisar la tradición, y la unidad del saber adopta un carácter problemático.

La universidad ya no es un lenguaje sino una competencia de lenguajes, así como de tradiciones y prácticas epistemológicas diferentes.
En la universidad conviven, usando una metáfora de Wittgenstein, barrios viejos y barrios nuevos.[3] Esta metáfora nos permite pensar a la universidad actual, con su multiplicidad característica, como una ciudad, en la cual los barrios conviven en su diferencia, y donde la diferencia circula entre los barrios como expresión de un diálogo de una comunidad de vida.

De ahí se sigue, que es central para una filosofía política de la universidad diferenciar entre los conceptos de multiplicidad y fragmentación.

La fragmentación es la feudalización de la vida académica, y el encierro en pequeñas parcelas de  competencia y producción. Esta idea se vuelve funcional al modelo del mercado académico, en la medida en que el conocimiento ingresa como mercancía al mercado capitalista.

Una idea alternativa, es la de comunidad de diálogo, en la que la universidad pública debe ver por sí misma qué camino elige para su transformación. Esta idea parece más apta para pensar la unidad de la multiplicidad. En este proceso, la filosofía no determina el programa (como hubiera querido Kant), pero puede sugerir preguntas e interrogantes que, en un clima de consenso automático, se dejarían de lado.

La cuestión de la autonomía no es suficiente para pensar la diferencia universitaria, sino que hay que agregarle su relación con lo público: con el Estado, la república, el pueblo, la sociedad. En todas partes hay instituciones no universitarias que generan y almacenan saberes de todo tipo, pero sólo la universidad cumple el doble papel a la vez de fundamentar todos los niveles inferiores de la educación pública y de coronar el servicio educativo público.
La apertura de la universidad a lo público, cuando es bien entendida, no implica una alienación de su libertad, sino solamente un direccionamiento, un descentramiento orientado al diálogo.


Para mostrar otra arista del asunto que nos ocupa, Jorge Dotti[4] propone pensar, desde la filosofía política, la inserción política de la universidad en la política nacional, partiendo de la constatación de que la universidad ocupa una posición anfibia o intermedia entre el lugar de la soberanía y el espacio de la economía.
Esta posición no es la del justo medio, sino la de la resistencia frente a dos sistemas que amenazan desnaturalizarla.
La Universidad no puede quedar sometida a ninguna de las dos lógicas (o racionalidades), con las que mantiene una tensión permanente:

(i)                 privatizada, la educación deviene comercio obediente del cálculo lucrativo;
(ii)               subordinada al poder estatal sin mediaciones y sin reconocimiento de su autonomía, se transforma en una simple cadena de transmisión demagógica, dictatorial o totalitaria.

La resistencia en la universidad actual contra el proceso de utilitario que caracteriza la política dominante de los saberes en detrimento de las humanidades, requiere un posicionamiento que debe volverse al juicio (en el sentido de Kant o de Arendt) como una práctica diferente al razonamiento técnico.

Fotografía: Griselda Parera
El juzgar es la base de la libertad de las interpretaciones y de las evaluaciones judicativas propias de una posición intelectual con compromiso político. Lo mercantil, en cambio, reposa en el privilegio de razonar en desmedro de este juzgar. La actual política de los saberes predominante en nuestra universidad  también. 

Estas actitudes divergentes, razonar y pensar, están en la base de la distinción que puede establecerse, respecto de la figura genérica de un profesional universitario, entre el simple perito y quien, además de serlo, es también un intelectual crítico y responsable ante lo político.

La educación en general y la universitaria en particular están conformadas por subjetividades cuya interrelación es distinta a la de productores-consumidores mercantiles, pero también a la de soberano-súbdito. Es un nexo de autoridad sin soberanía, y de igualdad pero no conmutativo utilitaria. Es más bien una intersubjetividad dialéctica entre quien enseña y quien aprende.

Desde esta posición felizmente intermedia, anfibia, el desafío al que la universidad no puede sustraerse es el de proyectarse en la política del Estado al que pertenece, sin que ello implique la disolución de su especificidad educativa.





[1]Naishtat, Francisco; García Raggio, Ana Ma. y Villavicencio, Silvana (comp.) Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades. Buenos Aires, Colihue 2001.
[2] Kant, E. (1798) El conflicto de las facultades. Madrid, Alianza, 2003.
[3]“Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles regulares y con casas uniformes”. Wittgenstein, Ludwig. Investigaciones Filosóficas, §18.
[4]Filosofía política y Universidad: una aproximación” (2001), en Filosofías de la Universidad y conflicto de racionalidades, Op. Cit., p. 33-41

sábado, 14 de mayo de 2016

En defensa de la Universidad Pública



Fotografía: Griselda Parera
Esta es una entrada diferente a las demás. En esta ocasión nos reúne la DEFENSA DE LA UNIVERSIDAD PÚBLICA ARGENTINA. Nos reúne la defensa de salarios dignos de los docentes universitarios. Para defender, apoyar y comprometernos con la situación que en estos días están viviendo las universidades públicas de nuestro país, y que nos afecta a todos, es que en esta entrada comunicamos nuestra postura sobre la cuestión. Compartimos con ustedes una de las tantas clases públicas que se están realizando en Santa Fe. Ésta fue llevada a cabo el 11 de Mayo frente al edificio de la Escuela Industrial Superior (escuela secundaria dependiente de la Universidad Nacional del Litoral). Junto a clases que brindaron docentes de dicha escuela, estudiantes y docentes de las carreras del Profesorado y Licenciatura de Filosofía dimos una clase tematizando los argumentos que sostienen el carácter público y gratuito de la educación superior.


INVITACIÓN:
A los docentes, graduados y estudiantes de las carreras de la FHuC y a la comunidad de la UNL:
Luego de la última reunión realizada en el gremio ADUL, y ante la preocupación por la nula respuesta del gobierno actual ante el reclamo universitario, docentes, estudiantes y graduados de la FHUC (Facultad de humanidades y ciencias) proponemos realizar una actividad en apoyo de y como medio de visibilizar la medida de fuerza que se llevará a cabo esta semana en las diversas universidades del país. En concreto se insta a toda la comunidad universitaria y no universitaria a participar ACTIVAMENTE de la CLASE PÚBLICA "EL DERECHO A LA EDUCACIÓN DE LA UNIVERSIDAD PÚBLICA"
- Apremiados por un gobierno que parece no interesado en dar una respuesta clara al reclamo docente, perplejos ante lo que parece una falta de respeto como lo fue la mejora del 1% de la última propuesta realizada respecto de las anteriores, atentos y movilizados ante los argumentos meritocráticos y arancelarios de artículos de importantes diarios en las últimas semanas;
- Considerando que la gravedad de las circunstancias tiene que movilizar no solo a quienes se ven afectados directamente por al inoperancia del gobierno actual, sino a todos los que nos encontramos en las aulas y hacemos la universidad, y que es necesario ir más allá y ocupar el espacio PÚBLICO para dar mayor visibilidad y resonancia a esta problemática, y cómo se pone en ridículo la dignidad del trabajo y la lucha de los docentes y los trabajadores:

A partir de una reunión de docentes y estudiantes de Filosofía el viernes 06 de mayo de 2016, se resolvió:
Fotografía: Griselda Parera
Comprometerse y MOVILIZARSE a la mencionada clase pública y a la marcha docente estudiantil en defensa de la educación publica y por un boleto educativo gratuito.

Por la educación pública y gratuita, por el trabajo, por la universidad: Los esperamos.
La deuda sigue siendo con la educación. Los estudiantes queremos aprender, los docentes enseñar.




La universidad y el derecho a la educación pública

La universidad como espacio de aprendizaje, formación, investigación, es espacio de transformación en la medida en que estamos comprometidos a cumplir con algo más que los requisitos para una matriculación. Ese “algo más” comprende un posicionamiento que parte de las preguntas por: desde dónde aprender y enseñar y hacia dónde: qué queremos hacer con ello, por qué, y hasta dónde queremos llegar. Es la pregunta por la destinación de la universidad: su causa, su sentido, su fundamento, su compromiso. En palabras de Derrida: “¿Qué se ve desde la Universidad?”[i] Podemos también preguntarnos acerca del lugar que ocupa hoy en nuestras sociedades: ¿Cuántos pueden tener lugar en ella? ¿Cuántos tienen hoy en día no sólo el derecho declarado a acceder a este espacio, sino también la posibilidad de materializarlo? ¿Cómo nos comprometemos a hacer que sean cada vez más los que puedan acceder a una educación de calidad, en los distintos niveles del sistema? ¿Cómo puede la universidad concretar esta aspiración si el Estado no asegura a sus trabajadores condiciones dignas de trabajo? ¿Qué argumentos permiten defender la gratuidad de la educación superior?

         La historia de la universidad en nuestro país se remonta a la colonia, y dicha historia muestra un fuerte tejido que vincula al saber con los distintos poderes: religiosos, económicos, políticos. Los primeros en acceder a esta educación se aseguraron por mucho tiempo ser los únicos portadores legítimos del conocimiento y del poder. El siglo XIX da diversos ejemplos de cómo las universidades formaron a aquellos hombres supuestamente destinados a gobernar el país. A través de distintos sucesos esta legitimidad comenzó a ser cuestionada, hasta que la reforma universitaria a principios del siglo XX, sentó las bases de una nueva forma de construir la educación superior. De la mano de estudiantes, obreros y docentes, la reforma posibilitó una inflexión en los saberes que se constituían en este espacio, en la construcción de las decisiones que se tomaban allí y en el papel que la universidad tendría en la sociedad argentina. Sin embargo, no es hasta 1949[ii] que el acceso a esta educación se concibe como un derecho de todos los hombres y mujeres del país, y cuyo cumplimiento es una necesidad y deber del Estado. En este sentido, el cuestionamiento acerca de quiénes y cuántos podían formarse en la universidad, qué tipo de profesional se formaría y cuál sería su lugar en el entramado social, marca cierta ruptura. La ampliación del acceso a la universidad a los sectores medios y obreros, y la perspectiva de una formación que contribuyera al crecimiento del país, puso en discusión la idea de que su objetivo fuese el mero ascenso individual. Esta historia da cuenta de cómo el modelo de universidad se piensa en función de un ideal político: si la educación es considerada por el Estado como un derecho, él es quien tiene el deber de asegurar este derecho, abriendo las escuelas y universidades a todos los hombres y mujeres en todo el territorio nacional, proporcionando los recursos que hagan posible una educación de calidad. De esta manera, la educación es una herramienta fundamental para la construcción social y política, que precisa de educadores formados con ese compromiso. Este recorrido hace pensar que el vínculo entre universidad y política no es novedoso ni perjudicial a priori para la educación, como postulan ciertos medios.
         Allí encontramos un primer argumento para sostener la gratuidad de la educación universitaria: la necesidad de profesionales y educadores que construyan una ciudadanía pensante; y por otra parte esto requiere que sea público porque el estado debe garantizar el derecho: éste no es una mera concesión que brinda a los hombres y mujeres. De no ser pública, la universidad sería un lugar más de reproducción de las estructuras sociales y sus desigualdades.  
Fotografía: Griselda Parera
         No seamos ingenuos: la gratuidad es sólo una de las condiciones objetivas que permiten el acceso a los estudios superiores. En la misma institución universitaria, actualmente existen ciertas formas ocultas de la desigualdad: una restricción del ingreso a los sectores más empobrecidos, la no permanencia por el estancamiento o retraso de los estudiantes y el abandono. Y por otra parte, tampoco es el único lugar para formarnos en un saber hacer. En este sentido, cuando pensamos en la universidad y en la educación que hemos co-construido en ella (es decir, no sólo la recibimos de ella), pensamos en ciertos límites y lejanía respecto de otros espacios de la sociedad. De hecho, estamos aquí hoy para visibilizar una lucha que creemos está siendo minimizada, tanto por el gobierno como por los medios de comunicación y el conjunto social. Justamente por eso creemos que es necesario volver sobre la justificación de la universidad pública, para defender su existencia y el derecho a educarnos en un espacio como éste, y fomentar que se siga ponderando como espacio de formación. En esta ocasión tenemos la oportunidad de hacer una vez más lo que hemos aprendido a hacer, y mucho, en este ámbito del saber, y sobre todo desde la filosofía. Tenemos la oportunidad y la necesidad de PENSAR. Y es preciso que nos cuestionemos acerca de este pensar: desde dónde lo hacemos, y hacia dónde se dirige. Retomando otras palabras de Derrida, la universidad es (y no debería dejar de ser) el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado. En ella puede ejercerse el derecho a cuestionar y a decir públicamente todo, y por ello también ser enjuiciado.[iii] En ese cuestionamiento se ponen en juego un saber ver (los textos, la memoria, el horizonte) y también, fundamentalmente, un saber oír: poder compartir con otros lo que decimos,  escucharnos, respondernos, interpelar también lo que no se está diciendo. La universidad no solo construye una forma de abordar el mundo sino también debería estar a la escucha de lo que sucede en él. (en este punto, es una discusión que aún nos debemos, si hoy la universidad lo hace) Es en este lugar, además, donde -retomando también a Kant-  podemos ejercer el uso público de nuestra razón, desligarnos de las tutelas o discutir a la par con ellas, dejar de ser menores de edad para hacer posible que otros también dejen de serlo. Aquí encontramos otro argumento para defender la universidad pública, como espacio que posibilita una crítica en el sentido deleuziano: no sólo señalar lo negativo sino pensar alternativas y de esta forma acceder a una transformación de la realidad, a una nueva forma de ver el mundo.[iv]  

Fotografía: Griselda Parera
         En este sentido esta discusión que nos convoca responde a un compromiso, una tarea con otros. No cuestionamos por mera diversión, o al menos no lo hacemos cuando esta discusión pone en juego los límites de nuestras convicciones. Muchas veces ponemos el cuerpo en debates que resienten la tolerancia mínima que hace posible el encuentro con el otro. Por lo tanto, en la universidad no se debería tratar solo de saber y memorizar lo que otros dijeron y cómo elaboraron sus argumentos, sino de cómo esas ideas nos tocan, cómo nos transformamos leyéndolas y poniéndolas en discusión, cómo su uso nos posiciona ante determinadas situaciones. Todo esto lo construimos desde la primera inserción en el sistema educativo y la universidad nos permite, quizás, desafiarlo. ¿Por qué desafiarlo? Porque no somos meros repetidores de lo que otros han pensado y hecho. Porque necesitamos conmover las bases en las que nos encontramos parados para saber de qué están hechas, qué puede construirse todavía con ellas. Si bien no es el único espacio para hacerlo, la universidad y el lugar que tiene el conocimiento en ella abre la posibilidad de hacerse de las herramientas simbólicas que configuran fuertes relaciones de poder, y cuestionar allí la forma en que se construyen esas relaciones. Ningún conocimiento es independiente de cómo se configura el poder. Y para transformar en algo esa configuración, es necesario preguntarnos de qué manera los conocimientos nos permiten modificarlo, de qué forma nos preparamos, a través de su estudio, para asumir un compromiso que es con la sociedad.
Y ¿por qué tenemos un compromiso con nuestra sociedad? Porque la universidad forma a los científicos, a los profesionales, a los trabajadores que contribuyen a educar, curar, edificar, defender a todos los miembros de nuestra sociedad. Quien ejerce una profesión produce una tarea en el contexto de ciertas relaciones sociales, políticas, económicas. El profesional es tal en cuanto tiene una responsabilidad para con el conocimiento y para con la sociedad: no está cumpliendo una tarea como quien elabora una receta: y aún si así lo hiciese, se pone en juego en su acción un acto performativo: en cómo actúa se traduce qué tipo de compromiso asume para con otros. Esta posibilidad que ha concretado, su profesión, no le cayó del cielo, porque se es heredero o no se es, como podríamos pensar con Bourdieu y Passeron.[v] Porque si tenemos la posibilidad de estudiar, todavía la tenemos a costa de que otros muchos no la tienen, y es necesario trabajar para que ellos también puedan ejercer su derecho. En fin, porque si bien en un país como el nuestro –a excepción de muchos- la educación superior ya se proclamó como un derecho y se hizo viable para muchos más a partir de su des-arancelamiento, el ejercicio de ese derecho aún está vedado a muchos. Como sabemos, la selección para acceder a los estudios superiores no empieza exclusivamente en el ingreso gratuito a la universidad. Como afirman algunos artículos periodísticos en los últimos días, el desarancelamiento no asegura en sí mismo la permanencia y graduación. Razón por la cual en los últimos años, debido a una mayor inversión en educación se han implementado programas de becas que permitieron y permiten la permanencia de muchos de nosotros en la universidad. (Ejemplos en nuestro país: Becas Bicentenario, de trabajo y económicas, becas económicas promovidas por el PNBU, becas de investigación CIN, becas otorgadas por universidades nacionales: en nuestro caso en la UNL: becas de transporte, material de estudio, residencia, investigación, comedor, de trabajo). Es una realidad concreta que estas políticas estratégicas nos han permitido permanecer en la universidad, sobre todo a un centro de estudios al que concurren estudiantes de toda la provincia. Esto ha sido posible por una decisión política en cuya base reposa cierta concepción de educación.
Fotografía: Griselda Parera
Hoy ciertos discursos siguen entronizando la idea del “mérito” (referencia a la publicidad de Chevrolet), de la suficiencia de un voluntarismo meramente individual, acrítico, que se supone desapegado de las desigualdades existentes. Encontramos también críticas letales a la educación y al espacio universitario mismo, que vienen desde diversos espacios políticos de derecha que buscan enmascarar sus argumentos con un tinte progresista. Notas del diario La Nación como la titulada: “¿Gratuidad es sinónimo de igualdad?”[vi], no hacen más que avalar y fogonear un accionar político que promueve el vaciamiento de nuestras universidades: una acción que empeora la situación en que se encontraba ya el trabajo en la universidad. Frente a este panorama no podemos hacer oídos sordos: es necesario fundamentar y defender con insistencia la importancia de la universidad pública y de la educación gratuita en todos los niveles como un derecho que no nos debe ser vedado. Por un lado, la idea de despolitizar esta discusión es inviable: estamos acá porque el derecho a estudiar y a trabajar debe ser garantizado por el Estado, y porque nosotros debemos velar por que sea accesible para todos y todas. Esta propuesta, que discute la gratuidad universitaria como una forma de posibilitar la “modernización y eficiencia” para nuestro viejo sistema educativo, enmascara una intención sumamente perversa: limitar un derecho inalienable a aquellos que puedan pagar por ejercerlo.
Fotografía: Griselda Parera
Fotografía: Griselda Parera
El desfasaje existente entre quienes pueden y quienes no pueden ingresar a la universidad y permanecer en ella, debe modificarse a partir de una estrategia que nos comprometa a todos a dar a nuestro entorno las mismas posibilidades que hemos tenido. Nunca se soluciona ni puede solucionarse vaciando los recursos económicos y culturales, dejando en manos del mercado y de los intereses individuales el funcionamiento más eficaz de algo que es de todos. Afirmamos, con Derrida, que no hay lugar neutral en la enseñanza, no es ésta un don natural, sino una práctica social y política, que el Estado -todos como parte de él- debe garantizar y defender. 


Ana Orecchia y Laura Gatti 

[i] Derrida, J.: Las pupilas de la universidad. El principio de razón y la idea de Universidad. http://web.archive.org/web/20071011140257/http://jacquesderrida.com.ar/textos/universidad.htm
[ii] En la Argentina había una sola ley universitaria hasta que llega el peronismo, que era la Ley Avellaneda, de 1885, que tenía cuatro artículos. La ley 13.031, de 1947, lo que hace es estructurar esta visión de la universidad como agente de desarrollo local, de vinculación orgánica con la sociedad y plantearle objetivos claros: sus problemas académicos deben surgir del territorio y su función es pensar cómo colabora con la sociedad para resolver sus problemas de desarrollo, de desigualdad, fomentar una cultura nacional. La ley también articula el sistema universitario y plantea una necesidad de pensar a la universidad no ya como ente autónomo del conocimiento que se abastece a sí misma, sino que se la estructura dentro del Estado. También se sanciona lo que son las becas universitarias. La segunda ley, de 1954, refuerza estos aspectos, articulándose con los nuevos mandatos de la Constitución sancionada en 1949. En esta Constitución se establecía la educación como un derecho, por ejemplo.
[iii] Podemos encontrar estas ideas en dos textos de Derrida: La universidad sin condición, http://web.archive.org/web/20071011133004/http://jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm. Dónde comienza y cómo acaba un cuerpo docente. http://web.archive.org/web/20071011142633/http://jacquesderrida.com.ar/textos/cuerpo_docente.htm
[iv] Deleuze, G.: Nietzsche y la filosofía, Ed. Anagrama, 1995 [1962].
[v] BOURDIEU, P. y PASSERON, J-C.: Los herederos. Los estudiantes y la cultura. Siglo XIX, 2009 [1964]
[vi] http://www.lanacion.com.ar/1876121-gratuidad-universitaria-es-sinonimo-de-igualdad Como respuesta a estas opiniones y otras en la misma línea, pueden leerse otras publicaciones como las siguientes:  http://www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-298620-2016-05-06.html