lunes, 12 de octubre de 2015

Entrevista a Federico Penelas

Santa Fe, jueves 6 de agosto de 2015.


Por alguna razón, no resulta fácil presentar el encuentro con Federico Penelas. Es posible que sean las múltiples facetas de su persona, o la cadencia de su discurso, que no refiere simplemente a un ritmo, sino al modo en que se ordena y -de modo musical- concierta los temas de los que hablamos, llevando la conversación, de manera inadvertida, a un nivel de discusión más interesante, más complejo, que el que abren nuestras preguntas.
Federico Penelas es profesor de Filosofía del Lenguaje (JTP en UBA y titular en la Universidad de Mar del Plata), investigador del CONICET, filósofo analítico, escritor de sonetos, dramaturgo, actor, cantante de tango -en ámbitos domésticos-, devenido peronista a los 40. Lleva con ligereza y espontaneidad este equipaje de facetas cultivadas con pasión y siempre en contacto con otros -amigos, grupos, equipos, referentes. No nos dice que goza de cada cosa que hace -no necesita decirlo.
Nos encontramos con él el jueves 6 de agosto, en el marco del Congreso Nacional de Filosofía que se realizó durante esa semana en la ciudad de Santa Fe. Nos reunimos en un bar desierto del que debimos pedir que nos prendan la luz, dentro del Foro Cultural Universitario, donde más tarde se desarrollaron unas conferencias sobre Filosofía y Arte a las que asistiría. Comenzamos a charlar de su trayectoria biográfica, del núcleo de interés filosófico que retrospectivamente observa que permanece como variaciones de un mismo tema: la teoría del conocimiento, la epistemología y la lógica, siempre en sus conexiones más o menos inmediatas con la filosofía práctica. Este interés se presenta acompañado de un modo concreto de practicar la filosofía, en grupos de lectura y discusión muy horizontales.
Como necesidad colectiva es que surge precisamente su compromiso público con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Nos detenemos allí en los modos y motivos de esa toma de posición, vivida por él como una celebración, y pasamos entonces a pedirle que atrape con sus palabras a ese ser de mil caras que es el peronismo (“Bueno, nadie lo sabe” -contesta inicialmente). Derivamos entonces en las conexiones objetivas y vitales planteadas entre filosofía y praxis, nos concentramos en el análisis de la actual situación política del país y por último, como no podía faltar, le pedimos que intente atrapar a la filosofía, otro ser de múltiples rostros.


-El primer pedido que te hacemos es que te presentes a vos mismo. Que cuentes un poco lo que hacés y cómo llegaste a ser lo que ahora sos.

Bueno, soy Licenciado y Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Soy docente en la UBA en la cátedra de Filosofía del Lenguaje, ahí soy JTP. Desde hace diez años soy docente en la Universidad de Mar del Plata, ahora soy el titular de la materia, y también soy investigador del CONICET. Así que mi vínculo profesional con la filosofía es la docencia y la investigación, las dos de manera fuerte. Tengo el perfil típico del docente investigador. He dado clases en todos lados. En un momento era como un profesor federal [risas]: en la UBA, en Mar del Plata, en el Litoral, en General Sarmiento, en UNTREF, en Quilmes. Mi circulación como docente de grado y posgrado ha sido diversa, siempre universidades nacionales [énfasis]. Y bueno, mi formación ha sido desde muy temprano en la filosofía analítica más bien. No era lo que yo pensaba cuando ingresé a la carrera. Siempre cuento que cuando ingresé a la carrera de filosofía mi idea era hacer filosofía política, marxismo, y lo primero que me pasó es que una de las primeras materias que tenía que hacer era Lógica, tenía 10 horas de cursado, 6 de teórico y 4 de práctico y yo dije “¡uy, esto es una estafa!” [risas]. Y bueno, después fui durante 14 años profesor de Lógica [risas]. Siempre hacía ese chiste a mis alumnos de Lógica para mostrarles que son muy contingentes los recorridos que uno como filósofo va haciendo. Es contingente pero siempre hay un núcleo, creo yo ¿no? -si bien los caminos se bifurcan de maneras curiosas- hay un núcleo que siempre reaparece, un núcleo de ese primer impulso que lo llevó a uno a estudiar filosofía.

- ¿Y en este caso cuál sería el tuyo?

Bueno, mi recorrido fue: curso Lógica y me enamoré de un profesor, Carlos Alchourrón, era el titular de Lógica, un gran filósofo argentino y un gran profesor, con una pasión extraordinaria. Al toque nos invitó a algunos estudiantes a sumarnos a un seminario de doctorado que él iba dar sobre Quine. Nos dijo “no van a entender nada pero vengan igual”. Fuimos. No entendimos nada. Nos invitó, en el marco de este seminario, a una discusión que iba a haber en S.A.D.A.F. (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico) en torno a un libro que acababa de aparecer, que era Lógica, Significado y Ontología de Raúl Orayen, quien era un gran filósofo argentino que terminó trabajando en México los últimos 20 años de su vida. Y entonces fui a SADAF y la presentación del libro consistía en cinco profesores que eran Klimovsky, Alberto Moretti, Carlos Alchourrón, Gladys Palau y Tomás Moro Simpson que hacían observaciones al libro, luego había un ágape donde todos bebían algo y Orayen se encerraba en una habitación solo a pensar las respuestas. Luego salía Orayen, volvía todo el mundo a sentarse, respondía a las críticas y se armaba la discusión y yo dije “yo quiero estar ahí, este es mi lugar”. La manera crítica y horizontal, porque después todo el mundo intervenía y yo veía que había gente muy joven y no había ninguna jerarquía a la hora de la discusión filosófica y, bueno, dije “yo quiero pertenecer a este espacio”.

-Como buen lógico entraste por lo formal…

Bueno, sí, pero por una forma política, que eso tiene que ver con el núcleo que voy a mencionar. Luego ahí fui derivando, hubo personas muy importantes en mi consolidación como investigador. Cuando curso Filosofía del Lenguaje, tuve en el práctico como JTP a Eduardo Barrio y a Eleonora Orlando y ambos me estimularon a presentarme a una beca de estudiante bajo la dirección de Alberto Moretti. No de ellos, ellos me dijeron “vos presentate con Moretti”. Yo ni sabía que había becas, eran épocas del menemismo, yo entré a la carrera en el año ’90, había muy pocas becas, el sistema de investigación estaba destruyéndose, hasta estar totalmente destruido durante esa década. Era incomparable a la situación actual donde cualquier estudiante entra a la carrera y ya sabe rápidamente porque alguien le informa cuáles son los caminos a seguir. Allí no había información porque los caminos eran prácticamente nulos y yo ni sabía qué era  una beca de investigación.
Me presenté, no la gané, había solamente una beca para Filosofía en toda la facultad, no había becas CONICET. Al año siguiente me volví a presentar y sí la gané y ahí ya mi vida empezó a ser una vida académica. En ese entonces trabajaba como empleado público y el mismo día que me echaron -uno de los ajustes más del Estado- me echaron dos días después de que me enteré que me había salido la beca y nunca más trabajé en otra cosa que no sea vinculado al sistema de investigación científica argentina, ya sea de la UBA, fui becario de beca doctoral y demás, bueno tuve una beca Antorchas, en un período, esa fundación privada ayudaba, y luego CONICET y ahí ya nunca más cambié. Y ahí ya mi investigación se fue derivando hacia Filosofía del Lenguaje y Teoría del Conocimiento y esa mixtura se produjo en virtud de una contingencia más que fue cursando Filosofía Moderna con el profesor Leiser Madanes. El curso consistió al menos ese cuatrimestre en que durante los teóricos se leyó un solo texto, que eran las Meditaciones Metafísicas, luego en el práctico se veía empirismo y Kant, pero en el teórico se veían las Meditaciones de manera exhaustiva. Y el último día del curso Madanes dijo “bueno estuvimos todo este cuatrimestre con Descartes, ahora vamos a leer un breve texto crítico de la tradición que fue gestada en la modernidad con Descartes” y entonces leímos el capítulo 3 de La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza de Rorty y ahí me volví loco con Rorty, empecé a trabajar la obra de Rorty desde un punto de vista a caballo de la Filosofía del lenguaje y la Teoría del conocimiento, pero, claro, Rorty es un autor que me permitió que esa línea de investigación que era la que a mí me había sorprendentemente interesado, vía mi acercamiento a la filosofía analítica me permitía también hacer esbozos de filosofía política que era el núcleo original que me había llevado a la carrera. Entonces, de manera muy curiosa, mi tesis de licenciatura se llamó Verdad, Creencia y Crueldad y el primer capítulo era sobre Tarski [risas] y el último capítulo era ensayístico sobre el concepto de crueldad como concepto político en Rorty, era un Frankenstein, pero un Frankenstein que siempre defendí, esa posibilidad de no quedar anclado no sólo en un problemita, sino ni siquiera en una especialidad y tampoco en una tradición. Por supuesto, uno tiene su formación fuerte en algunos aspectos, en algunas tradiciones, pero trata de hacer algún esfuerzo de recorrer el espinel de una manera más amplia, y Rorty fue el autor que encontré para poder hacer eso, porque Rorty permite pasar de la semántica a la política pero no sólo eso, permite pasar de la filosofía analítica a la filosofía continental también. Por supuesto, yo no soy un experto en filosofía continental, ni soy un filósofo continental, soy un filósofo analítico, algo que descubrí rápidamente cuando empecé a dar clases, daba clases en la materia Introducción a la Filosofía de la Escuela de Arte Dramático, y ahí yo di mi clase sobre Heráclito y mi clase sobre Heráclito reconstruía argumentativamente a Heráclito y ahí dije “no, yo soy un filósofo analítico”. Heráclito el oscuro para mí era reconstruible de manera argumentativa.
Pero, a pesar de que es bueno reconocerse en sus fortalezas y en sus límites, trato siempre de acercarme a otras tradiciones, desde mi mirada por supuesto. Entonces Rorty fue la ocasión para investigar en el área y en la tradición que la facultad me había presentado y de la que me había enamorado, siendo de alguna manera fiel también a ese primer impulso que me llevó a hacer la carrera. Haciendo la reconstrucción, en realidad, mi mirada retrospectiva, qué me hizo filósofo, me recordé a mi mismo leyendo -mi familia tiene una veta, digamos, cercana al PC, entonces había muchos libros publicados por las agencias soviéticas, entre otros, libros de filosofía, manuales soviéticos de filosofía- y ahí yo me acuerdo los dos primeros libros de filosofía que yo leí a los doce años fueron ¿Por qué no soy cristiano? de B. Russell y un librito, un manualcito –creo que de la agencia Novosti, que era la agencia que publicaba cosas de la Unión Soviética en español- que se llamaba La Verdad y el Error, que era un textito que era una presentación de divulgación de Materialismo y empiriocriticismo de Lenin, es decir era un texto a caballo entre teoría del conocimiento y filosofía política, entonces en el fondo yo creía que quería ser filosofo político pero en realidad lo que más me había atraído era la epistemología, la teoría del conocimiento, que es a lo que finalmente me dedico, así que, las vueltas de la vida, hay contingencias, hay sorpresas, pero hay algo que estuvo siempre presente y que se reactualiza de modos inesperados probablemente, pero está ahí…

-Y en esa especie de transversalidad que se da en distintas temáticas filosóficas, lo ves también en tu vida, tenés una veta artística y también un compromiso político.

Bueno, a ver, sí, siempre tuve muchos intereses, de diversos tipos. Una cosa que decidí a los 18 años no ser fue ser músico. Yo siempre tuve una fascinación por la música, siempre hice música, mi hermano es un músico bastante reconocido, nos formamos, el es 5 años más chico que yo, pero mi casa la llenamos de música, mi hermano y yo, nuestra casa familiar. Yo empecé a estudiar piano, en un momento, en mi adolescencia, tenía mi banda de rock, por supuesto, en mi adolescencia y mi primera juventud. Y cuando empecé la facultad decidí: “músico no voy a ser”. Dentro de todas las cosas que me gustan, esa no, porque no podía todo, había algo de la burocracia de ser músico, ir a los recitales, llevar las cosas, conseguir los lugares, toda la burocracia de la música que me aburría y que no estaba dispuesto a pagar esa burocracia para el momento de felicidad que me daba la música, evidentemente. Uno siempre paga un precio burocrático por cualquier cosa, en la filosofía académica ni hablar. Pero no quise atar eso a algo que me daba mucho placer, seguí haciendo música desde siempre, pero en el mundo doméstico.

-¿Siempre con el piano?

No. Me pasé a cantar, con mi hermano tenemos un dúo de tango. Yo canto y el toca el piano, pero para amigos. O sea, eso está vigente pero en un ámbito doméstico, eso fue una decisión. Lo que no decidí nunca abandonar es la escritura literaria que también estuvo presente en mí desde chico. Mi primera novela la escribí a los nueve años. Era una novela que tenía diez páginas pero para mí era una novela, veinte páginas capaz, que se llamaba La vida de un soldado sin armas que era una novela histórica, política, el personaje era un periodista federal, en medio del avance unitario, pero lo mataba justo antes de la llegada al poder de Rosas, porque no sabía mucho qué decir al respecto [risas]. Muy prudentemente se moría ahí el personaje. Siempre escribí, hasta que en el año ‘90 empecé un taller de dramaturgia con un profesor que había sido profesor en el secundario que era un dramaturgo importante, Patricio Esteve, había sido director del Teatro Cervantes cuando llega la democracia, un taller en el que nos reunimos tres o cuatro compañeros en la casa de él los sábados a la mañana durante 5 años hasta que él se murió. Ya ni nos cobraba, nos cobró el primer año y no nos cobró nunca más, y ahí me convertí en dramaturgo, cosa inesperada también. No me interesaba la escritura dramática, fue una contingencia más y, luego, a instancias de Horacio Banega[i], con quien nos conocimos en la carrera, que empezamos inmediatamente a compartir nuestra hibridez, estuvo a punto de dirigir una obra mía, que después no aconteció, una obra mía que era una farsa sobre el encuentro de Guayaquil entre Bolívar y San Martín y, a instancias de él, finalmente me inscribí en la carrera de Dramaturgia, de la Escuela Municipal de Arte Dramático, la carrera que dirige Mauricio Kartun. Egresé así que soy Dramaturgo Municipal, ahí me vinculé al mundo de teatro porteño, yo escribía en soledad, pero ahí me vinculé al mundo del teatro porteño porque los compañeros de la carrera eran actores, eran directores y esa es otra rama que mantuve, luego estrené varias obras, hasta un determinado momento donde me tuve que volcar mucho a terminar el doctorado y demás y bueno dirigí, incluso dirigimos juntos con Horacio y Eduardo Safigueroa una obra en 2002 a los 50 años de la muerte Eva Perón, que la escribimos juntos y la dirigimos juntos y luego en el año 2004 dejé de escribir y de acercarme al mundo teatral y no volví nunca, me chupó la academia digamos. Pero no volví nunca sin el mismo gesto de abandonar la música a mis 18 años, estoy siempre a la expectativa del retorno, que por ahora no se ha producido, pero no es algo que haya cancelado, está en mi mente permanentemente y mientras tanto despunto el vicio literario escribiendo sonetos que es un hobby que comparto con Tomás Moro Simpson, que creo que somos las únicas dos personas en este país que siguen escribiendo sonetos [risas], es como un hobby para mantener un vínculo con la literatura, siendo que en realidad mi vínculo más fuerte está más bien en la dramaturgia. Así que sí, esta esa transversalidad presente.
Y la política, vos me mencionabas la política, bueno eso es más reciente. Eso tiene que ver con, bueno, hace unos cuantos años me dediqué a la política universitaria, a nivel de la facultad, como graduado ya, no como estudiante y eso me hizo tener una visión más política de la vida académica, un vínculo con el mundo académico también desde un punto de vista político y en determinado momento a muchos colegas nos pasó que sentimos la necesidad de conformar, así como se armaron muchos grupos de investigación a fines de los ‘90, antes la idea de grupo de investigación era muy escasa. El Instituto de Filosofía de la facultad de filosofía de la UBA, yo era becario y tenía la llave del Instituto, en aquel entonces los becarios podían entrar a la biblioteca en cualquier momento y estaban vacías las aulas del Instituto, no había reuniones de grupo, no había una concepción del trabajo grupal tan fuerte como hay ahora, puedo decir que fuimos pioneros en algún punto con un grupo de colegas con el que armamos un grupo de lectura que después lo llamamos Grupo de Acción Filosófica[ii] pero en principio éramos Eduardo Barrio, Eleonora Orlando, Juan Comesaña, Carolina Sartorio y yo, nos juntábamos, no es que fuimos los pioneros, tenemos una historia, pero eso se fue consolidando y fueron creciendo diversos grupos y hoy creo que es inconcebible para cualquier investigador no pensar en términos grupales.

-El Grupo de Acción Filosófica depende de alguna otra institución o es autónomo.

No, no depende de nadie, era un nombre para un grupo de amigos que hacían filosofía.

-Pero, ¿el lugar donde se reúnen?

No existe más el GAF. Tuvo un crecimiento muy grande, de mucha gente y hubo un momento en que sostener una unidad dada la diversidad de temas de intereses y de concepciones metafilosóficas, etcétera hacía muy difícil una cohesión y un trabajo compartido, entonces el mismo crecimiento hizo que… no hubo ninguna ruptura, ni una pelea, al contrario…

-El árbol dio frutos.

Exactamente, el crecimiento hizo que en algún sentido no tenía más sentido. Hay otras razones que se podrían dar pero no vienen a cuento de por qué ya no tiene sentido el GAF. En algún momento lo tenía y ya no lo tiene tanto.

-Estabas en realidad haciendo referencia a que habían sentido la necesidad….

Entonces ese mismo impulso hacia lo grupal hizo que también en determinado momento un grupo de colegas sintiéramos -colegas que pertenecen a la academia y que nos pensamos a nosotros mismos como trabajadores docentes e investigadores, no outsiders de la academia- que podíamos conformar un grupo también donde pudiéramos plantear nuestra voz en lo que respecta a cuestiones de política nacional. En parte veíamos que la voz del intelectual en la Argentina que siempre fue reclamada, incluso fue reclamada desde voces de intelectuales, estaba generalmente asociada a figuras provenientes del campo de las Ciencias Sociales, no tanto de la filosofía, por diversas razones los filósofos no aparecían con una voz pública fuerte y mucho menos como un grupo. Voces individuales sí, pero un grupo no, de hecho Carta Abierta[iii], para poner un ejemplo no es un grupo de filósofos, la mayoría proviene de la Facultad de Ciencias Sociales, por dar un ejemplo, el grupo Plataforma[iv] para pensar en un grupo no kirchnerista, tampoco está conformado por filósofos, gente que viene de la crítica literaria, la literatura, la antropología, y entonces en determinado momento con un grupo de colegas dijimos “juntémonos, empecemos a charlar de política, saquemos un documento”. Esto fue en ocasión de la proximidad de las elecciones en 2011, de la reelección de Cristina Kirchner. Entonces armamos un grupo que se llamó FIDES, un nombre interesante que alude al concepto de confianza y teníamos un blog que se llamaba El Pingüino de Minerva[v]. Fuimos más conocidos por el nombre del blog que por el nombre del grupo. Sacamos un manifiesto y después utilizamos la plataforma de ese sitio para sacar nuestros ensayos de aproximación a los fenómenos de la política nacional y ahí yo publiqué -creo que debe ser el texto que yo he publicado que más ha sido leído [risas]- que no es un texto académico ni una obra de teatro sino ese texto que se llama “Hacerse peronista”[vi] que lo escribí en 2011. Nicolás Lavagnino que es el que sigue manejando el blog y sigue viendo las entradas me dice que siempre hay gente que lo lee, es decir que sigue siendo leído, muy llamativo el fenómeno, y esa fue una experiencia interesante la de ese grupo.

-Es que hace referencia a algo que estábamos hablando un rato antes de la entrevista que es preguntarte sobre la experiencia de hacerse peronista, y con relación a eso te queríamos preguntar qué es ser peronista para vos.

Bueno, nadie lo sabe.

-Bueno, pero pensábamos en intentar hacer una especie de análisis semántico para determinar a qué alude.

Bueno, alude a demasiadas cosas y esa es parte de su riqueza. Lo importante no es qué significa el peronismo sino que se hace con ese significante, creo yo. En mi caso, lo que yo en parte digo en ese ensayo es que ser peronista es primero decir “ser peronista”, en mi caso fue eso, cuando cumplí 40 años, a mis amigos en la fiesta de cumpleaños, les dije, me hice peronista.

-¿Y también reivindicativo?

El peronismo siempre está reclamando ser reivindicado. Porque el peronismo sigue siendo, la frase de William Cooke es “el hecho maldito del país burgués” y yo hace muchos años a Horacio [Banega] se lo dije -ahora lo dijeron por ahí- que hay que cambiar ese slogan, que es “el hecho burgués del país maldito” porque evidentemente el movimiento peronista es un movimiento de redistribución del ingreso, no es un movimiento revolucionario marxista, es un movimiento keynesiano digamos de industrialización y redistribución del ingreso. Quieren llamar a eso burgués, es burgués, pero el país es tan maldito que ni siquiera un movimiento de redistribución del ingreso y reindustrialización ha sido posible, le costó mucha sangre a este país el impedimento del desarrollo de ese proyecto, entonces siempre está siendo reivindicado a pesar de su carácter burgués si querés, como es un país maldito, siempre está reclamando la reivindicación porque además tiene sobre sus espaldas muchos muertos. También en sus manos tiene sangre, ¿no? Pero tiene más muertos sobre sus espaldas que sangre en sus manos, no? Aludiendo al peronismo en su totalidad, con su diversidad de espacios.
Y lo que creo que nos pasó a muchos de nosotros es que la crisis de 2008, la crisis con el campo, nos hizo sentir las mismas dicotomías que leíamos en los libros de historia o que nos relataban nuestros mayores, que habían vivido en la década del ‘40 y del ‘50. La misma discursividad, las mismas tensiones, las mismas aporías reaparecían, como si hubiesen estado tapadas después de la dictadura y después de ese gran equívoco que fue el menemismo, es decir el peronismo, el PJ llevando adelante la política de culminación de lo que había empezado la dictadura.
Todo eso fue un gran problema para la ubicación de los campos políticos en Argentina, que el peronismo haya sido finalmente el que terminó con lo que había iniciado la dictadura. Y desde 2003, en adelante, y en especial después de la crisis de 2008, donde los campos vuelven a establecerse, había que tomar partido. Y los que nos sentíamos en cierta cercanía con el modelo redistributivo, tomamos partido por el peronismo. Y ahí es donde viene el acto performativo, para mí, porque uno puede decir “soy kirchnerista pero no soy peronista”, y como digo en mi ensayo, siempre entendí ese gesto como de cierta cobardía política. Quizás no en las nuevas generaciones, pero sí en la generación de los cuarenta para arriba, donde la conexión a través de los relatos y a través de la historia con lo acontecido en la década del cuarenta y cincuenta no podía ser denegada, había que hacerse cargo de esos relatos históricos que hacen posible la emergencia de un fenómeno como el kirchnerismo. Entonces, muchos sentimos que no nos decíamos peronistas, que no decirlo ahora era un acto de no entender la historia de ese movimiento y del presente que muchos de nosotros reivindicamos. Y eso me valió muchas cuestiones. Por ejemplo, supe que un filósofo, un profesor muy querido por mí, y que sé que me aprecia, no voy a dar el nombre, porque no me lo dijo a mí, pero trascendió, comentó después de leer mi ensayo Hacerse peronista, algo así como: “si la filosofía analítica no sirve para no hacerte peronista, no sirve para nada”. Así que mucha gente que me veía de una manera curiosa, se sintió sorprendida por mi ensayo, otros no. Los que me conocen bien no, pero otros sí. Y eso fue divertido. Yo lo viví de una manera muy alegre.
La escritura de ese texto para mí fue un acto de alegría. Creo que se nota en la textualidad del texto. Y creo que parte de esa alegría ha hecho que, si bien he recibido estas chanzas, no he recibido nunca una mirada de desprecio o de crítica profunda, al contrario, siempre he recibido respeto, incluso de gente muy gorila. Creo que tiene que ver con que es una enunciación alegre, no calculada.

-En definitiva escribir un texto así también está pendiente de la repercusión ¿no? porque si no se quedaría en una reflexión íntima y nada más.

Por supuesto, y eso para mí fue crucial y fue una de las experiencias más extraordinarias que tuve en los últimos años. Porque en virtud de ese texto fui convocado por la Secretaría de Cultura a un programa que se llamaba “Café Cultura” donde invitaban a intelectuales, gente de la cultura, de las artes, a dar charlas informales sobre un tópico cualquiera, en distintas ciudades y pueblos del interior. Y a mí sorprendentemente, un día me convocaron. Dentro de ese marco di muchas charlas, en Jujuy, en la provincia de Buenos Aires, en Río Negro. Recorrí varios pueblos y el contacto con la gente que se acercaba a escucharme, a discutir, a conversar, fue extraordinario.
Yo hablaba sobre el peronismo, pero era un poco más amplia mi charla. Mostraba la tensión de la militancia entre la confianza y la crítica, que hay un bandeo hacia la crítica que es propio de la modernidad y hay una reivindicación de la confianza en la filosofía contemporánea, y que el militante, el actor político, vive permanentemente la tensión entre esos dos polos. Y expresaba que yo creía que el peronismo era tan fuerte en Argentina, porque era la fuerza política que mejor mostraba la tensión, porque es la fuerza política que legó al discurso político argentino dos conceptos que son los conceptos de la tensión: el concepto de conducción y el concepto de movimiento. Que son dos conceptos que están en tensión permanente. Pero esa tensión es justamente la tensión del actor político, que parecía que el peronismo, en sus mismos conceptos, se hacía cargo de la tensión.

- El actor político pensado dentro de un partido, ¿no?

Y dentro de la tensión que consiste en ser un movimiento donde no hay fijeza pero también hay una conducción. Y eso es tensión pura. Es la vivencia de la acción política. Y que el peronismo tenga esos conceptos como centrales daba fuerza a su política, que de la misma enunciación de sus principios estaba elidida la tensión. Esa era la charla y desde ahí discutíamos. Y esa experiencia fue muy enriquecedora, y muy formadora para mí como filósofo, desde ese intercambio. Eso es lo más importante.

- Teniendo en cuenta que vos seguramente no ves como polos extremos a la filosofía analítica y a tu hacer en otros espacios como el hacer político, y también artístico, ¿cómo pensarías la relación entre la filosofía y la política? ¿Cuál debería ser esa relación?

Se podrían decir muchas cosas. Los filósofos que más me han interesado son los que han vinculado de una manera u otra la filosofía teórica con la filosofía práctica, y en particular con la filosofía política. Por mis intereses, por mis gustos filosóficos, o por mis destrezas filosóficas, siempre me incliné más hacia la filosofía teórica, pero siempre me interesó y trabajé el corpus bibliográfico de autores que desde la filosofía teórica avanzan sobre la filosofía práctica. Rorty fue eso, y en los últimos años me he volcado más fuertemente a trabajar con los pragmatistas clásicos, en particular con John Dewey, y Dewey es el paradigma del filósofo que desde de la filosofía teórica, la teoría del conocimiento, piensa la política. Siempre ha sido ese el perfil que a mí más me ha convocado. Entonces lo primero que diría es que no concibo las intervenciones en teoría del conocimiento, en semántica, en diversos espacios de la filosofía teórica sin tener implicancias en filosofía práctica. Las mediaciones pueden ser más o menos largas pero en el fondo siempre hay una implicancia directa, y eso es lo que a mí más me ha interesado. Por supuesto que uno puede como intelectual concentrarse en la parte estrictamente teórica sin dar los pasos subsiguientes hacia la filosofía práctica, y me parece que eso es legítimo porque la vida es corta y uno tiene un tiempo limitado para profundizar en cuestiones muy difíciles. Lo que sí a mí en todo caso puede irritarme a veces es cierto discurso que pretenda negar los pasajes y mediaciones entre ambas dimensiones.

-La profesionalización de la filosofía, el modo de practicarla encerrado en la academia, el salir de la universidad y ser un ciudadano con un sentido común como cualquier otro, justamente eso, ¿no sería negar las implicancias que tiene la filosofía teórica respecto de otras áreas?

Yo creo que la causa primera de esas disociaciones es la falta de curiosidad intelectual. Es la básica. Luego puede venir la cobardía política, o ética, pero la base a mi juicio es esa falta de curiosidad intelectual. Y esta falta no es propia de la vida académica. Uno puede ser un ensayista vinculado a los medios de comunicación y padecer de la misma falta de curiosidad intelectual que alguien que está “encerrado” en la academia. O uno puede ser un investigador académico con curiosidad intelectual y dar los pasos que haya que dar. No veo una consecuencia inmediata de la profesionalización de la filosofía. El principal problema de la profesionalización para mí tiene que ver con los criterios de evaluación, y que esos criterios pueden redundar en desfavorecer la formación de una comunidad epistemológica propia. Para decirlo rápidamente, una de mis principales luchas epistemológicas, metafilosóficas, políticas si querés, es convocar a que los filósofos latinoamericanos, o al menos los argentinos, se lean entre sí y se citen. Uno se encuentra en la inercia de citar el último paper del último scholar que se acaba de graduar en Oxford, y a lo mejor el colega que está en la habitación de al lado tiene lo mismo o algo más interesante para decir. Sin embargo, uno no lo lee o no tiene el reflejo de citarlo. Es algo que incentivo en mí mismo y en todo el mundo. Pero hay ciertos cánones de la vida académica profesional que pueden favorecer esa inercia. Uno puede atravesar la vida académico-profesional siguiendo esa inercia de manera exitosa. Es un esfuerzo adicional que hay que llevar adelante, porque las grandes comunidades filosóficas, de donde sale la agenda filosófica, se constituyen porque hay gente que se lee entre sí. Y entonces creo que nos debemos los filósofos de la periferia tener una agenda. Hay ejemplos, pero son escasos, de filósofos de la periferia que imponen una agenda. Pero para que eso no sea un gesto individual, y por lo tanto poco fértil, porque eso se queda en ese filósofo, en un nombre, hay que hacer un esfuerzo colectivo. Y eso es una tarea política, de política cultural, política filosófica, y en consecuencia de política tout court. Y que tiene que ver también con lo que yo llamo curiosidad intelectual. Yo creo que hay que formar a los jóvenes filósofos en la realización de ese esfuerzo. Porque es un esfuerzo, dado que lo otro es inercial, requiere una contrafuerza. Por eso lo de los grupos es un camino, aunque el riesgo es que se generen pequeños nichos y se lean entre diez. Y entonces está el grupo de al lado y no es leído. El esfuerzo requiere una tensión permanente, la constitución de esa comunidad epistémico-política de filósofos.

-Estamos hablando de política hace rato ya, y vos mencionaste a nuestro país como ese “país maldito”…

De garcas… (risas)

- …que no permiten, estos garcas…

Ni siquiera una revolución burguesa.

- Claro, que se efectivice esa transformación que vos marcabas como especie de meta del peronismo.

Sí, de industrialización y redistribución.

-Teniendo en cuenta eso, pensando que venimos de 12 años de un intento de realizarlo en la política nacional, y en vistas a las elecciones que se vienen y al panorama actual, ¿cómo ves vos ese país maldito al día de hoy y en los próximos años? Y también es una pregunta sobre si se puede romper la maldición.

Lo que ha pasado en los últimos 12 años a mí no deja de sorprenderme. Lo que pasa es que como uno tiene sobre sus espaldas la idea de la maldición uno está permanentemente a la defensiva. Parte de lo que le pasa al kirchnerismo en sus actos irritativos es que está a la defensiva. Y eso irrita a cierto sector de la población. Pero es un estar a la defensiva más que entendible, a mi juicio. A veces uno puede cuestionar cierta alharaca, cierta sobreactuación en el estar a la defensiva que puede ser perjudicial, pero en general se entiende, a mi juicio, ese estar a la defensiva, dada la historia de este país. Ahora, ver lo que sucedió el año pasado con la situación de los fondos buitres, y ver el modo en que reaccionó el Estado nacional, incluyendo imponer una agenda a nivel mundial, es un acto de soberanía política inesperado en nuestro país después de la dictadura. Y también de astucia y de inteligencia políticas, y de muchas cosas. Entonces eso da una esperanza de que se ha consolidado, creo, un suelo donde ya no se puede hacer cualquier cosa. De hecho los discursos últimos de Macri parecen ser el triunfo del kirchnerismo, en el sentido de que no se puede hacer cualquier cosa. Y eso es una confianza a la que uno apela frente a la posibilidad de un futuro al menos un poco más conservador, a lo cual probablemente vayamos. También no ayuda la situación económica mundial, incluyendo la baja de los commodities. No ayuda pero no hay que sobredimensionarlo discursivamente, porque entonces se te vuelve en contra cuando te dicen “tenías el viento de cola”. Sí, tenías el viento de cola pero se hicieron muchas cosas para que el viento rumbeara para un lado favorable. Yo creo que la política del gobierno de los últimos años, si bien con dificultades específicas, ha generado un suelo de cosas más difíciles de hacer. El gran problema, a mi juicio, del país es que se llegó a un límite en la capacidad de perforar la pobreza estructural que se generó a partir del año 1976. Pareciera que todo lo que se ha hecho hasta ahora desanduvo lo hecho a partir del menemismo, pero hay un núcleo de un 20% de pobreza estructural que el kirchnerismo no ha logrado perforar. Y eso es lo que se produjo en el ciclo 1976-2001. Que haya una pobreza estructural que tiene que ver por supuesto con la política educativa, con la desocupación de muchos años, con muchas historias que un sociólogo o un cientista político podría explicar mucho más que yo. Y ese es el gran desafío pendiente del peronismo, volver a la fiesta peronista de los ’50. Pero evidentemente las dificultades son muy grandes. Entonces cualquier atisbo de movimiento conservador en lo económico sería muy perjudicial, sería un retroceso profundo, porque de lo que se trata es de avanzar con mayor énfasis, porque lo que se viene es lo más difícil. Así que yo creo que vamos a un momento más conservador en lo cultural, la presencia del Papa Francisco en eso es perjudicial para lo que es deconstruir el nivel socio-cultural en Argentina, es como un tsunami que nos apareció. La parte positiva de ese tsunami es que es un Papa, digámoslo, peronista, entonces puede hacer que ese suelo de que no se pueda hacer cualquier cosa esté retroalimentado con esa voz. Aunque yo no querría que fuera por esa razón, lamentablemente, pero es la parte positiva. Así que yo creo que podemos esperar algunos años de mayor conservadurismo socio-cultural, lo cual es lamentable, y a la espera de que no haya ni un atisbo de conservadurismo en lo económico, porque eso sería trágico. Y allí dependerá de cuán sólido es ese suelo que se forjó, y de las fuerzas políticas de la izquierda peronista que se han ido conformando en estos últimos años, de su fortaleza, de su capacidad de presión, y demás. Es una apuesta que demanda de los peronistas una presencia firme y constante. No podemos ya descansar como quizás descansamos en los últimos años, sino que va a demandar una militancia muy firme.

-Volviendo a la filosofía, ¿cómo definirías a la filosofía pensando en una persona que no necesariamente haya leído obras filosóficas ni le sea un ámbito cercano?

A mí me gusta mucho la definición de Wilfrid Sellars de la filosofía, que dice tan poco y dice mucho: la filosofía es la disciplina que se ocupa de cómo las cosas, en el sentido más general de la palabra, se relacionan, en el sentido más general de la palabra, entre sí. Y otra que es la más linda, es la definición de Silvia Magnavacca, una profesora de filosofía medieval, de las mejores que tuve yo en la carrera de filosofía. Ella alguna vez dijo: “la filosofía es una ardua, dura, terrible tarea de explicitación de lo obvio” (risas).

- Muy husserliano.

Sí, o del segundo Wittgenstein. No sé, la filosofía es tan amplia como el peronismo (risas).

-Gracias por el título para la entrevista (risas).

“Filósofos somos todos” (risas). No, no, creo que parte de lo que es ser filósofo es no saber qué es ser filósofo. Parte de lo que nos convoca es que no sabemos lo que hacemos ni por qué.





[i] Ver entrevista realizada en este mismo Blog: http://entrevisionesdelafilosofia.blogspot.com.ar/search/label/Horacio%20Banega%20%281era.%20Parte%29
[ii] El blog de Acción Filosófica es: http://www.accionfilosofica.com/tapa/tapa.pl
[iii] El Espacio Carta Abierta o Carta Abierta refiere a un grupo de intelectuales argentinos reunidos en marzo de 2008, cuando el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner enfrentó el paro agropecuario que durante 129 días (entre el 11 de marzo de 2008 y el 18 de julio de 2008) realizó una serie de medidas de protesta como la interrupción del transporte interurbano y de las exportaciones agrarias mediante el bloqueo de rutas y puertos. Más información en: http://www.cartaabierta.org.ar/
[iv] Refiere a el grupo de intelectuales autodenominado Plataforma 2012, inaugurado como contracara del Espacio Carta Abierta y manifiestamente crítico del movimiento kirchnerista. Para más información:  http://www.plataforma2012.org.ar/
[v] https://elpinguinodeminerva.wordpress.com/
[vi] https://elpinguinodeminerva.wordpress.com/palabras-dadas/hacerse-peronista-federico-penelas/