sábado, 14 de mayo de 2016

En defensa de la Universidad Pública



Fotografía: Griselda Parera
Esta es una entrada diferente a las demás. En esta ocasión nos reúne la DEFENSA DE LA UNIVERSIDAD PÚBLICA ARGENTINA. Nos reúne la defensa de salarios dignos de los docentes universitarios. Para defender, apoyar y comprometernos con la situación que en estos días están viviendo las universidades públicas de nuestro país, y que nos afecta a todos, es que en esta entrada comunicamos nuestra postura sobre la cuestión. Compartimos con ustedes una de las tantas clases públicas que se están realizando en Santa Fe. Ésta fue llevada a cabo el 11 de Mayo frente al edificio de la Escuela Industrial Superior (escuela secundaria dependiente de la Universidad Nacional del Litoral). Junto a clases que brindaron docentes de dicha escuela, estudiantes y docentes de las carreras del Profesorado y Licenciatura de Filosofía dimos una clase tematizando los argumentos que sostienen el carácter público y gratuito de la educación superior.


INVITACIÓN:
A los docentes, graduados y estudiantes de las carreras de la FHuC y a la comunidad de la UNL:
Luego de la última reunión realizada en el gremio ADUL, y ante la preocupación por la nula respuesta del gobierno actual ante el reclamo universitario, docentes, estudiantes y graduados de la FHUC (Facultad de humanidades y ciencias) proponemos realizar una actividad en apoyo de y como medio de visibilizar la medida de fuerza que se llevará a cabo esta semana en las diversas universidades del país. En concreto se insta a toda la comunidad universitaria y no universitaria a participar ACTIVAMENTE de la CLASE PÚBLICA "EL DERECHO A LA EDUCACIÓN DE LA UNIVERSIDAD PÚBLICA"
- Apremiados por un gobierno que parece no interesado en dar una respuesta clara al reclamo docente, perplejos ante lo que parece una falta de respeto como lo fue la mejora del 1% de la última propuesta realizada respecto de las anteriores, atentos y movilizados ante los argumentos meritocráticos y arancelarios de artículos de importantes diarios en las últimas semanas;
- Considerando que la gravedad de las circunstancias tiene que movilizar no solo a quienes se ven afectados directamente por al inoperancia del gobierno actual, sino a todos los que nos encontramos en las aulas y hacemos la universidad, y que es necesario ir más allá y ocupar el espacio PÚBLICO para dar mayor visibilidad y resonancia a esta problemática, y cómo se pone en ridículo la dignidad del trabajo y la lucha de los docentes y los trabajadores:

A partir de una reunión de docentes y estudiantes de Filosofía el viernes 06 de mayo de 2016, se resolvió:
Fotografía: Griselda Parera
Comprometerse y MOVILIZARSE a la mencionada clase pública y a la marcha docente estudiantil en defensa de la educación publica y por un boleto educativo gratuito.

Por la educación pública y gratuita, por el trabajo, por la universidad: Los esperamos.
La deuda sigue siendo con la educación. Los estudiantes queremos aprender, los docentes enseñar.




La universidad y el derecho a la educación pública

La universidad como espacio de aprendizaje, formación, investigación, es espacio de transformación en la medida en que estamos comprometidos a cumplir con algo más que los requisitos para una matriculación. Ese “algo más” comprende un posicionamiento que parte de las preguntas por: desde dónde aprender y enseñar y hacia dónde: qué queremos hacer con ello, por qué, y hasta dónde queremos llegar. Es la pregunta por la destinación de la universidad: su causa, su sentido, su fundamento, su compromiso. En palabras de Derrida: “¿Qué se ve desde la Universidad?”[i] Podemos también preguntarnos acerca del lugar que ocupa hoy en nuestras sociedades: ¿Cuántos pueden tener lugar en ella? ¿Cuántos tienen hoy en día no sólo el derecho declarado a acceder a este espacio, sino también la posibilidad de materializarlo? ¿Cómo nos comprometemos a hacer que sean cada vez más los que puedan acceder a una educación de calidad, en los distintos niveles del sistema? ¿Cómo puede la universidad concretar esta aspiración si el Estado no asegura a sus trabajadores condiciones dignas de trabajo? ¿Qué argumentos permiten defender la gratuidad de la educación superior?

         La historia de la universidad en nuestro país se remonta a la colonia, y dicha historia muestra un fuerte tejido que vincula al saber con los distintos poderes: religiosos, económicos, políticos. Los primeros en acceder a esta educación se aseguraron por mucho tiempo ser los únicos portadores legítimos del conocimiento y del poder. El siglo XIX da diversos ejemplos de cómo las universidades formaron a aquellos hombres supuestamente destinados a gobernar el país. A través de distintos sucesos esta legitimidad comenzó a ser cuestionada, hasta que la reforma universitaria a principios del siglo XX, sentó las bases de una nueva forma de construir la educación superior. De la mano de estudiantes, obreros y docentes, la reforma posibilitó una inflexión en los saberes que se constituían en este espacio, en la construcción de las decisiones que se tomaban allí y en el papel que la universidad tendría en la sociedad argentina. Sin embargo, no es hasta 1949[ii] que el acceso a esta educación se concibe como un derecho de todos los hombres y mujeres del país, y cuyo cumplimiento es una necesidad y deber del Estado. En este sentido, el cuestionamiento acerca de quiénes y cuántos podían formarse en la universidad, qué tipo de profesional se formaría y cuál sería su lugar en el entramado social, marca cierta ruptura. La ampliación del acceso a la universidad a los sectores medios y obreros, y la perspectiva de una formación que contribuyera al crecimiento del país, puso en discusión la idea de que su objetivo fuese el mero ascenso individual. Esta historia da cuenta de cómo el modelo de universidad se piensa en función de un ideal político: si la educación es considerada por el Estado como un derecho, él es quien tiene el deber de asegurar este derecho, abriendo las escuelas y universidades a todos los hombres y mujeres en todo el territorio nacional, proporcionando los recursos que hagan posible una educación de calidad. De esta manera, la educación es una herramienta fundamental para la construcción social y política, que precisa de educadores formados con ese compromiso. Este recorrido hace pensar que el vínculo entre universidad y política no es novedoso ni perjudicial a priori para la educación, como postulan ciertos medios.
         Allí encontramos un primer argumento para sostener la gratuidad de la educación universitaria: la necesidad de profesionales y educadores que construyan una ciudadanía pensante; y por otra parte esto requiere que sea público porque el estado debe garantizar el derecho: éste no es una mera concesión que brinda a los hombres y mujeres. De no ser pública, la universidad sería un lugar más de reproducción de las estructuras sociales y sus desigualdades.  
Fotografía: Griselda Parera
         No seamos ingenuos: la gratuidad es sólo una de las condiciones objetivas que permiten el acceso a los estudios superiores. En la misma institución universitaria, actualmente existen ciertas formas ocultas de la desigualdad: una restricción del ingreso a los sectores más empobrecidos, la no permanencia por el estancamiento o retraso de los estudiantes y el abandono. Y por otra parte, tampoco es el único lugar para formarnos en un saber hacer. En este sentido, cuando pensamos en la universidad y en la educación que hemos co-construido en ella (es decir, no sólo la recibimos de ella), pensamos en ciertos límites y lejanía respecto de otros espacios de la sociedad. De hecho, estamos aquí hoy para visibilizar una lucha que creemos está siendo minimizada, tanto por el gobierno como por los medios de comunicación y el conjunto social. Justamente por eso creemos que es necesario volver sobre la justificación de la universidad pública, para defender su existencia y el derecho a educarnos en un espacio como éste, y fomentar que se siga ponderando como espacio de formación. En esta ocasión tenemos la oportunidad de hacer una vez más lo que hemos aprendido a hacer, y mucho, en este ámbito del saber, y sobre todo desde la filosofía. Tenemos la oportunidad y la necesidad de PENSAR. Y es preciso que nos cuestionemos acerca de este pensar: desde dónde lo hacemos, y hacia dónde se dirige. Retomando otras palabras de Derrida, la universidad es (y no debería dejar de ser) el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado. En ella puede ejercerse el derecho a cuestionar y a decir públicamente todo, y por ello también ser enjuiciado.[iii] En ese cuestionamiento se ponen en juego un saber ver (los textos, la memoria, el horizonte) y también, fundamentalmente, un saber oír: poder compartir con otros lo que decimos,  escucharnos, respondernos, interpelar también lo que no se está diciendo. La universidad no solo construye una forma de abordar el mundo sino también debería estar a la escucha de lo que sucede en él. (en este punto, es una discusión que aún nos debemos, si hoy la universidad lo hace) Es en este lugar, además, donde -retomando también a Kant-  podemos ejercer el uso público de nuestra razón, desligarnos de las tutelas o discutir a la par con ellas, dejar de ser menores de edad para hacer posible que otros también dejen de serlo. Aquí encontramos otro argumento para defender la universidad pública, como espacio que posibilita una crítica en el sentido deleuziano: no sólo señalar lo negativo sino pensar alternativas y de esta forma acceder a una transformación de la realidad, a una nueva forma de ver el mundo.[iv]  

Fotografía: Griselda Parera
         En este sentido esta discusión que nos convoca responde a un compromiso, una tarea con otros. No cuestionamos por mera diversión, o al menos no lo hacemos cuando esta discusión pone en juego los límites de nuestras convicciones. Muchas veces ponemos el cuerpo en debates que resienten la tolerancia mínima que hace posible el encuentro con el otro. Por lo tanto, en la universidad no se debería tratar solo de saber y memorizar lo que otros dijeron y cómo elaboraron sus argumentos, sino de cómo esas ideas nos tocan, cómo nos transformamos leyéndolas y poniéndolas en discusión, cómo su uso nos posiciona ante determinadas situaciones. Todo esto lo construimos desde la primera inserción en el sistema educativo y la universidad nos permite, quizás, desafiarlo. ¿Por qué desafiarlo? Porque no somos meros repetidores de lo que otros han pensado y hecho. Porque necesitamos conmover las bases en las que nos encontramos parados para saber de qué están hechas, qué puede construirse todavía con ellas. Si bien no es el único espacio para hacerlo, la universidad y el lugar que tiene el conocimiento en ella abre la posibilidad de hacerse de las herramientas simbólicas que configuran fuertes relaciones de poder, y cuestionar allí la forma en que se construyen esas relaciones. Ningún conocimiento es independiente de cómo se configura el poder. Y para transformar en algo esa configuración, es necesario preguntarnos de qué manera los conocimientos nos permiten modificarlo, de qué forma nos preparamos, a través de su estudio, para asumir un compromiso que es con la sociedad.
Y ¿por qué tenemos un compromiso con nuestra sociedad? Porque la universidad forma a los científicos, a los profesionales, a los trabajadores que contribuyen a educar, curar, edificar, defender a todos los miembros de nuestra sociedad. Quien ejerce una profesión produce una tarea en el contexto de ciertas relaciones sociales, políticas, económicas. El profesional es tal en cuanto tiene una responsabilidad para con el conocimiento y para con la sociedad: no está cumpliendo una tarea como quien elabora una receta: y aún si así lo hiciese, se pone en juego en su acción un acto performativo: en cómo actúa se traduce qué tipo de compromiso asume para con otros. Esta posibilidad que ha concretado, su profesión, no le cayó del cielo, porque se es heredero o no se es, como podríamos pensar con Bourdieu y Passeron.[v] Porque si tenemos la posibilidad de estudiar, todavía la tenemos a costa de que otros muchos no la tienen, y es necesario trabajar para que ellos también puedan ejercer su derecho. En fin, porque si bien en un país como el nuestro –a excepción de muchos- la educación superior ya se proclamó como un derecho y se hizo viable para muchos más a partir de su des-arancelamiento, el ejercicio de ese derecho aún está vedado a muchos. Como sabemos, la selección para acceder a los estudios superiores no empieza exclusivamente en el ingreso gratuito a la universidad. Como afirman algunos artículos periodísticos en los últimos días, el desarancelamiento no asegura en sí mismo la permanencia y graduación. Razón por la cual en los últimos años, debido a una mayor inversión en educación se han implementado programas de becas que permitieron y permiten la permanencia de muchos de nosotros en la universidad. (Ejemplos en nuestro país: Becas Bicentenario, de trabajo y económicas, becas económicas promovidas por el PNBU, becas de investigación CIN, becas otorgadas por universidades nacionales: en nuestro caso en la UNL: becas de transporte, material de estudio, residencia, investigación, comedor, de trabajo). Es una realidad concreta que estas políticas estratégicas nos han permitido permanecer en la universidad, sobre todo a un centro de estudios al que concurren estudiantes de toda la provincia. Esto ha sido posible por una decisión política en cuya base reposa cierta concepción de educación.
Fotografía: Griselda Parera
Hoy ciertos discursos siguen entronizando la idea del “mérito” (referencia a la publicidad de Chevrolet), de la suficiencia de un voluntarismo meramente individual, acrítico, que se supone desapegado de las desigualdades existentes. Encontramos también críticas letales a la educación y al espacio universitario mismo, que vienen desde diversos espacios políticos de derecha que buscan enmascarar sus argumentos con un tinte progresista. Notas del diario La Nación como la titulada: “¿Gratuidad es sinónimo de igualdad?”[vi], no hacen más que avalar y fogonear un accionar político que promueve el vaciamiento de nuestras universidades: una acción que empeora la situación en que se encontraba ya el trabajo en la universidad. Frente a este panorama no podemos hacer oídos sordos: es necesario fundamentar y defender con insistencia la importancia de la universidad pública y de la educación gratuita en todos los niveles como un derecho que no nos debe ser vedado. Por un lado, la idea de despolitizar esta discusión es inviable: estamos acá porque el derecho a estudiar y a trabajar debe ser garantizado por el Estado, y porque nosotros debemos velar por que sea accesible para todos y todas. Esta propuesta, que discute la gratuidad universitaria como una forma de posibilitar la “modernización y eficiencia” para nuestro viejo sistema educativo, enmascara una intención sumamente perversa: limitar un derecho inalienable a aquellos que puedan pagar por ejercerlo.
Fotografía: Griselda Parera
Fotografía: Griselda Parera
El desfasaje existente entre quienes pueden y quienes no pueden ingresar a la universidad y permanecer en ella, debe modificarse a partir de una estrategia que nos comprometa a todos a dar a nuestro entorno las mismas posibilidades que hemos tenido. Nunca se soluciona ni puede solucionarse vaciando los recursos económicos y culturales, dejando en manos del mercado y de los intereses individuales el funcionamiento más eficaz de algo que es de todos. Afirmamos, con Derrida, que no hay lugar neutral en la enseñanza, no es ésta un don natural, sino una práctica social y política, que el Estado -todos como parte de él- debe garantizar y defender. 


Ana Orecchia y Laura Gatti 

[i] Derrida, J.: Las pupilas de la universidad. El principio de razón y la idea de Universidad. http://web.archive.org/web/20071011140257/http://jacquesderrida.com.ar/textos/universidad.htm
[ii] En la Argentina había una sola ley universitaria hasta que llega el peronismo, que era la Ley Avellaneda, de 1885, que tenía cuatro artículos. La ley 13.031, de 1947, lo que hace es estructurar esta visión de la universidad como agente de desarrollo local, de vinculación orgánica con la sociedad y plantearle objetivos claros: sus problemas académicos deben surgir del territorio y su función es pensar cómo colabora con la sociedad para resolver sus problemas de desarrollo, de desigualdad, fomentar una cultura nacional. La ley también articula el sistema universitario y plantea una necesidad de pensar a la universidad no ya como ente autónomo del conocimiento que se abastece a sí misma, sino que se la estructura dentro del Estado. También se sanciona lo que son las becas universitarias. La segunda ley, de 1954, refuerza estos aspectos, articulándose con los nuevos mandatos de la Constitución sancionada en 1949. En esta Constitución se establecía la educación como un derecho, por ejemplo.
[iii] Podemos encontrar estas ideas en dos textos de Derrida: La universidad sin condición, http://web.archive.org/web/20071011133004/http://jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm. Dónde comienza y cómo acaba un cuerpo docente. http://web.archive.org/web/20071011142633/http://jacquesderrida.com.ar/textos/cuerpo_docente.htm
[iv] Deleuze, G.: Nietzsche y la filosofía, Ed. Anagrama, 1995 [1962].
[v] BOURDIEU, P. y PASSERON, J-C.: Los herederos. Los estudiantes y la cultura. Siglo XIX, 2009 [1964]
[vi] http://www.lanacion.com.ar/1876121-gratuidad-universitaria-es-sinonimo-de-igualdad Como respuesta a estas opiniones y otras en la misma línea, pueden leerse otras publicaciones como las siguientes:  http://www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-298620-2016-05-06.html


        

               



 








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