Buenos Aires – Abril de 2014
Encuentros previos inspiraron esta
entrevista a Alejandro Cerletti. Uno en la ciudad de Tucumán, en las Olimpíadas
de Filosofía. Otros a través de la lectura de sus textos en la cátedra de
Didáctica de la Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias (UNL). Con
la intención de entrever un poco más sus propias experiencias de rupturas y de
encuentros con el filosofar, hemos viajado a la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad Nacional de Buenos Aires, donde cursó sus estudios
académicos, y donde actualmente dicta la materia “Didáctica especial y
prácticas de la enseñanza en filosofía”. En el marco de las Jornadas sobre la
Enseñanza de la Filosofía, caminamos con él hacia una de las aulas de esta
facultad, cuyas paredes ilustran las inquietudes políticas que por allí
circulan. Un aula grande y luminosa de este espacio -que, como nos cuenta,
antes era una fábrica-, nos sirve para reunir preguntas, recuerdos,
pensamientos.
En su paso por los caminos de la
burocracia académica, uno suele olvidar lo más vital de la filosofía: su
capacidad de accionar, su carácter político. Alejandro en cambio nos recuerda,
con sus miradas y sus palabras, que la filosofía es un pensar vivo y
"molesto", comprometido con el mundo, que se trata de un hacer sobre
las cosas más que una cosa sobre la que hacer. Nos recuerda que es necesario
recuperar el sentido genuino del filosofar, aquél que en los casos más
radicales (en las filosofías más "perturbadoras") llevó a un Sócrates
a morir o a un Spinoza a su excomulgación y destierro.
Un viaje siempre abre la sensibilidad a
experiencias que desafían lo esperado. Interpela nuestros proyectos, interroga
las experiencias que nos constituyen junto con las perspectivas a través de las
cuales miramos el mundo. En cierta manera el viaje es un diálogo: el
fluir de una conversación en el que importan de la misma manera el paisaje en
que ocurre, el tiempo que se le dedica, lo que se trae como equipaje y lo que
esperamos que nos deje esta vivencia, como motor para seguir el camino.
Podemos pensar que las oportunidades de aprender muchas veces irrumpen
cuando nos damos una tregua para que lo que nos parece natural, nos sorprenda.
Los invitamos, entonces, a viajar en este encuentro, en esta ocasión, con Alejandro
Cerletti.
¿Querés hacer una autodescripción de tu vida, tu familia, tu carrera…?
Empecé a estudiar ingeniería.
La escuela secundaria fue una escuela técnica y el destino casi obvio era
seguir la carrera de ingeniería. Estuve estudiando ingeniería tres años y me
daba cuenta en algunas materias, materias teóricas, más conceptuales, que me
interesaban otras cosas más allá de lo que veíamos, me preguntaba por la
realidad, qué era la realidad, la función de la formalización matemática, las
ecuaciones que intentaban describir los electrones, el mundo de la materia, el
vínculo entre representación y mundo. De ahí surgían muchas preguntas, por
ejemplo si el electrón tuviera una naturaleza igual que la partícula y a su vez
es onda. Me hacía preguntas que eran de otro tenor. A los ingenieros que
enseñaban física eso no les preocupaba, les preocupaba qué ecuaciones
funcionaban en obstáculos o problemas determinados, cómo funciona una partícula
en un caso, una onda en otro, son particularidades de la naturaleza, pero no un
problema ontológico. Yo me daba cuenta que lo que me preocupaba en el fondo
eran problemas ontológicos. Y de acuerdo a como los encares eran problemas
metafísicos, entonces comencé a estudiar simultáneamente la carrera de
ingeniería con la carrera de filosofía. Al empezar a estudiar la carrera de
filosofía me apasionó y supe que ahí…
¿Dónde hiciste tus estudios?
Acá, en la Facultad de
Filosofía y Letras (UBA). Y fue ahí que realmente me cambié, seguí, me recibí,
hice toda la carrera acá. Al transcurrir la carrera fui conociendo cómo era la
filosofía institucionalizada, la academia filosófica, qué era lo que se
enseñaba. Yo quería ser filósofo finalmente. Después me di cuenta que
cuando vos estudiabas era para ser investigador en filosofía o ser profesor en
filosofía. Después me di cuenta que en el interior de la carrera había una
bipartición que a mí nunca se me había ocurrido que pudiera existir. Yo sabía
muy ambiguamente que había efectivamente un título de licenciatura y profesor,
pero pensé que todos eran filósofos, el mundo de los filósofos.
Cuando cursaba me daba cuenta que nadie se decía que era filosofo, los
profesores que teníamos no nos decían que ellos eran filósofos. Los filósofos
eran otros.
¿Tenías algún modelo de
filósofo como referencia, de lo que pensabas que era un filósofo?
No… para cuando estaba
estudiando en el último año de la carrera de ingeniería, ingeniería eléctrica,
en el ‘82 más o menos, ya estaba el último período de la dictadura, en el ’81,
‘82 me empecé a juntar con unos grupos de estudio. Estudiaba medio en una
catacumba, Marx, estudiaba Kierkegaard, Nietzsche. Había como grupos de
estudios en los que nos juntábamos a estudiar. Ahí empecé como a encontrar por
cuenta propia a algunos filósofos. Sin un modelo filosófico particular, un
modelo político particular. La política revolucionaria nos tentaba. Fue una
época muy dura. De hecho cuando yo empiezo la carrera mi idea era estudiar
filosofía política.
Hay una pregunta relacionada
con esto, ya que estamos en el tema. ¿Pensás que un filósofo puede y/o
debe vincularse / comprometerse prácticamente con la política? ¿Habría lugar
para la neutralidad?
Yo creo que sí, pero uno
podría decir que son caminos que no necesariamente se vinculan. Yo creo que sí
por la acción política, o sea la acción política personal, como la podría tener
un ingeniero, un físico. La relación que tiene la filosofía con la
política puede ser una relación con mayor o menor distancia de acuerdo a la
idea política que uno tenga o la idea filosófica que uno tenga y no es
necesario que vayan juntas…Yo la idea que tengo de la política y de la
filosofía hace que vayan juntas. No me intereso tanto por una filosofía
puramente contemplativa, sino una filosofía que permita pensar el mundo
contemporáneo, el mundo actual. Entonces adscribo a una filosofía que te
permite tener mejores herramientas para pensar el mundo desde una perspectiva
de transformación, de cambio. Los temas que a mí me interesan de la filosofía
básicamente son los que tienen que ver con el cambio, con el acontecimiento,
con la irrupción de las continuidades, porque eso me permite ver los cambios en
todos los ámbitos. Pero también el cambio social, político.
Esta pregunta surgió de la
lectura de un texto tuyo, “Repetición,
novedad y sujeto en la educación. Un enfoque filosófico y político”(1): vos
ahí planteas que en la clase de filosofía debería darse -o sería ideal que se
diera- una ruptura que produzca subjetividad, como condición de que irrumpa lo
auténticamente filosófico o la novedad. ¿Podrías comentarnos en qué consistiría
esa ruptura?
Ahí yo enlazo con lo que les
había comentado recién, cuando empiezo a recorrer la carrera con esta voluntad
política que me entusiasma, yo pensé que el vínculo natural era estudiar
filosofía política y de cambios, la filosofía política como especialidad. Y
después cuando lo vi en el interior de la carrera, vi que era más bien como una
historia de la filosofía política, se leían textos clásicos fundamentalmente,
contractualistas, algunos aspectos más que están muy bien y me interesaban,
pero yo quería ver si la filosofía podía pensar la realidad, lo contemporáneo,
el mundo actual, no veíamos muchos textos de los filósofos contemporáneos
políticos. Entonces dije, bueno, en la academia la filosofía política tiene
un perfil que no eran los filósofos políticos de la realidad que están
permanentemente discutiendo con políticos o discutiendo en el mundo actual,
digamos, en el instante en el que están. Son investigadores de cuestiones
históricas de la filosofía política tradicional. Entonces noté que no tenían el
espacio, la vitalidad que en un momento me entusiasmó y extrañamente se dio en
un ámbito que era completamente periférico de la filosofía, que era la
enseñanza de la filosofía, este aspecto de la filosofía pensada con la
educación… Pensar la educación, la transmisión en las instituciones educativas
como en lugares de cambio, de transformación, que pueden ser abordadas desde
una perspectiva filosófico-política. Entonces me empecé a volcar a cuestiones
de la enseñanza de la filosofía, porque creía que la enseñanza de la filosofía
no había sido lo suficientemente estudiada, con la densidad y el rigor que la
misma filosofía exigiría. Se daba por hecho que enseñar era algo así como…se
partía de supuestos muy triviales: está el que sabe y el que no sabe y el que
sabe le transmite al que no sabe, y entonces corrobora que lo que transmitió
era lo que él quería transmitirle, por decirlo de alguna manera. Y esto es hoy
en día una versión muy banal de lo que es la transmisión, de lo que puede ser
un espacio para la enseñanza de la filosofía; es mucho más complejo el terreno.
Lo que pasa es que prevalece una especie de construcción estereotipada en la
que se repite permanentemente esto y bueno, una clase de filosofía -salvo
excepciones- no da mucho más que leer un libro, al contrario, está quien
prefiere leer un libro que venir a las clases. No se aprovecha el espacio en el
que hay gente junta, para pensar juntos algunos problemas, para escuchar al
profesor, escucharlo pensar en voz alta, escucharlo filosofar y no que nos
cuente o nos aclare algunas cuestiones de algunos textos, como si uno no
pudiera hacerlo por sus propios medios... Como si fuera necesario alguien…yo
diría que con los libros que hay y eventualmente con los comentadores, uno
puede tener acceso directo a los textos…Veía que quedaba diluida la
potencialidad que puede tener realmente el encuentro con un profesor de
filosofía, para mí tendría que ser como un filósofo pensando y pensando juntos. Entonces empecé a ver que ahí había elementos interesantes para indagar y
que no había sido hecho con la atención que merece. Esto requería pensar la
educación en sentido general, que también tiene muchos supuestos. La educación
en sentido general, o al menos la educación institucionalizada, no es otra cosa
que un lugar político del Estado…las escuelas, las instituciones, son aparatos
de reproducción ideológica, cultural, simbólica de las ideas dominantes.
Entonces lo que es interesante es ver cómo esto funciona como aparato
ideológico, como aparato de transmisión cultural, como aparato de imposición. Y
para eso hay que hacer una lectura filosófico-política, para encontrar dónde
esto tiene fisuras; dónde hay una voluntad del Estado de dar continuidad a
algunas cosas y dónde se puede irrumpir. Para alguien que tiene una voluntad de
cambio, es interesante pensar los puntos en los que la homogeneidad de la
transmisión se ve coartada, no aceitar la transmisión…Porque uno imagina que el
mundo merece ser cambiado, no ser reproducido tal cual está. Y el ámbito de la
educación -bueno, me llevó un libro
dedicado a eso- que apunta a ver qué es lo que se repite en la educación y
dónde puede haber algo diferente de lo que hay, dónde puede haber algo
novedoso. Todo el esfuerzo es tratar de ver que lo más interesante que se
produce en lo educativo, aquello que podamos asociar a la idea de un
sujeto -es decir, alguien que puede participar de la construcción de su saber,
o de su propio destino-, tiene que ver con los momentos en donde justamente la
transmisión falla, no donde justamente está más aceitada. Uno podría decir que
cuando la transmisión está aceitada se transmiten saberes, efectivamente se
transmiten saberes. Pero uno, el que adquiere esos saberes, en sentido estricto
no es un sujeto, es un objeto del sistema que lo pone como depositario de los
saberes que quiere transmitir, de los saberes y las prácticas…
Deja de ser una persona…
Es una persona en sentido
individual, no lo objeto…
Quiero decir que pasa a tener
más bien una función, o un espacio secundario que…
Ocupa un espacio en una lógica
de repetición. Él es construido por el estado de las cosas. Lo que es
interesante es cuando la construcción del otro se zafa de lo que es esperable.
A mí por eso me interesan particularmente los puntos donde se producen
quiebres, ruidos, recomposiciones, porque creo que esos son los puntos en donde
se podría hablar puntualmente de un sujeto: uno es sujeto cuando de alguna
manera se constituye a partir de algo que es diferente de lo que quieren que
sea, por decirlo de alguna manera. Eso es un proceso también y hay muchas ideas
alrededor de esto, tratando de construir algo así como una pequeña teoría. El
filósofo que ya responde un poco de todo esto es Alain Badiou, que es el
filósofo del acontecimiento. Yo lo que he hecho es hacer algo que Badiou no ha
hecho nunca, que es tratar de poner a funcionar los conceptos centrales de la
obra de este autor -ser, acontecer, aparecer, sujeto- en el ámbito propio de la
educación. La educación es repensada -es lo que yo intento- desde la
filosofía, con una intencionalidad política.
Y en ese sentido, tal como
nombraste recién a Badiou, ¿Qué otros filósofos o profesores que has tenido te
han marcado en este camino?
Otro filósofo que a mí me
interesa mucho, que de alguna manera trabajo y trato de apropiarme, por más que
hay algunas cosas que no comparto, pero me parece que tiene una potencia
extraordinaria, es Jacques Rancière. Y si tuviera que decir alguien que de
alguna manera fue un elemento importante en la decisión de estudiar filosofía,
es un filósofo que no es de la academia. Es un filósofo que coordinaba muchos
de los grupos estos que yo les decía al comienzo, de los últimos años de la
dictadura, que eran una especie de lecturas filosóficas de catacumba, es un
filósofo que se llama Raúl Cerdeiras, que ha formado a muchas generaciones de
filósofos, psicoanalistas, historiadores, gente del arte que han pasado por
esos grupos. Y él es de alguna manera introductor de Badiou en la Argentina. Él
conoce personalmente a Badiou desde hace muchos años, cuando todavía Badiou no
era prácticamente conocido. Había salido recientemente en Francia -estamos
hablando de principios de los años ochenta- un libro que se llamaba Teoría del sujeto, y llega a
las manos de Raúl y él ve que ahí hay algo diferente para pensar, que podía
vincular de alguna manera la filosofía con una intencionalidad o una voluntad
política. Entonces se vincula, se entrevista con él, se hacen amigos. Y en
estos grupos donde progresivamente estudiábamos la filosofía de diversos
filósofos, Nietzsche, Kierkegaard, Platón, Lacan, el psicoanálisis …Althusser -en
estos grupos teníamos una versión althusseriana de Marx-, el estructuralismo,
que todavía tenía su vigor…Ahí él comienza a introducir progresivamente algunos
textos de Badiou, en traducciones caseras de Badiou…Y ahí yo tomo contacto en
un lugar con un gran entusiasmo por la filosofía, con una filosofía muy viva,
muy activa, muy de poder pensar el mundo, de poder pensarse dentro del mundo,
que se contrastaba mucho con la visión que tenía en la facultad… la filosofía
académica era como más acartonada, menos vital, creo que lo sigue siendo en
gran medida. Seguí manteniendo, digamos, me mantuve en distintos grupos por
fuera de la universidad y por dentro de la universidad, como haciendo una
suerte de doble vida, de día y de noche…los excesos eran de noche y de día uno
era un prolijo estudiante. (Risas) La
carrera te sirve para tener un montón de lecturas que no has hecho, te construye
una panorámica de lectura que es fundamental. Pero igual, reitero, nunca la
viví con la vitalidad con que veía los encuentros de muchas personas que se
juntan por el sólo hecho de leer, de querer pensar juntos, de hacer cosas
juntos... Es otra vitalidad, otro entusiasmo.
Brevemente, yo quería
preguntar en relación con esa idea de ruptura, qué pensarías vos, cómo sería
esa ruptura en contextos educativos que ya son discutidos, que están muy
alterados, o que no están bajo esa normalización del Estado o esa
homogeneización que no se logra porque están atravesados, por ejemplo, por
conflictos sociales muy fuertes ¿Cómo sería entonces en ese contexto, cómo el
docente podría crear las condiciones para ver esa ruptura? Tampoco es algo
causa-efecto, se va dando…
En primer lugar hay que ver
una cosa: que uno podría imaginar que desde las instituciones educativas se
puede cambiar algo, o no, o qué se puede cambiar. Uno podría imaginar que un
cambio más o menos radical va a suponer un conflicto con la estructura de
transmisión que hay, esto es, con la educación institucionalizada en las
distintas instancias. Es difícil imaginar que dentro del funcionamiento normal
de las cosas se pueda producir algo demasiado diferente... pero se puede
mejorar mucho. Es como si uno pensara la política desde el lado de la gestión,
uno puede gestionar la política de una manera un poco más prolija, se puede
mejorar la educación en muchos aspectos de una manera quizás más prolija
también… pero el hecho, digamos, de algún cambio más o menos radical significa
poner en cuestión la propia educación que está funcionando. Entonces en estos
casos que vos decís, habría que pensar puntualmente qué, qué escuela, en
situación de pobreza extrema, o de sectores sociales más castigados, o esas
experiencias educativas contrainstitucionales, habría que pensar a qué casos te
referís puntualmente para ver cómo uno podría idear algo a partir de eso que
está ocurriendo. Ha habido muchas experiencias en el interior de las
instituciones que hicieron “hacerse ruido” a las instituciones y las obligaron
como a intentar tomar partido por eso que está ocurriendo.
¿Se te ocurre alguna, recordás
alguna anécdota o alguna experiencia? Para ver si podemos ilustrar esto...
Hay por ejemplo…vamos a poner
el ámbito de la escuela, de la escuela media, experiencias de escuelas como
autogestionadas en las que se han juntado grupos de padres y profesores y han
intentado pensar en conjunto, incluso con sus propios hijos, el funcionamiento
de la institución. Es decir, no que las escuelas sean solamente organismo del
Estado y los padres se limitan a llevar sus hijos a la escuela, sino que en
realidad las decisiones fueran fruto de las decisiones colectivas.
Una institución más popular…
Sí, en la que todos
intervengan, que intervengan los padres, los maestros, los profesores, que
disputan los procesos centrales de lo que está ocurriendo ahí, de lo que
estamos haciendo todos en ese espacio. Intentamos llamarlo, en alguna manera,
escuelas de “gestión social”, escuelas de “gestión popular”, “escuelas
populares”, “escuelas sociales”… no encajaban dentro de lo que era una escuela
pública o una escuela privada, no encajaban dentro de la estructura y eso
generó como un ruido, a ver qué tipo de estructura es; ¿una escuela privada? No
queremos una escuela privada, porque a nosotros no nos interesa el aspecto
propio de la escuela privada; pero tampoco es una escuela pública, porque no es
una escuela estatal en la que tengamos que, de alguna manera, adscribir a
determinado diseño al que por ahí no discutimos, porque lo nuestro es querer
pensar entre todos en el propio diseño curricular. Entonces eso yo creo que en
algún momento hizo algún ruido en cuanto a cómo institucionalizar y si era
necesario institucionalizar este tipo de experiencias. En el conurbano
bonaerense hubo dos o tres experiencias de escuelas que hicieron eso y después
bueno, se fueron complicando porque la subsistencia hacía o que fueran una
escuela privada, de alguna manera, aunque por ahí no cobraban, o que se hiciera
como una especie de cooperativa de trabajo, pero tratando de acomodarla dentro
de esa lógica. Y hay otras que más o menos siguen subsistiendo, pero lo que
tienen de interesante es que son instituciones que se están pensando, o sea, la
función de los propios docentes y profesores es pensarse, como espacio. Eso es
lo que tiene de potencial y en alguna medida es discutido. Uno nunca sabe a
dónde van a llegar esas cosas. Porque si fuera predecible formaría parte de lo
mismo, entonces lo nuevo tiene la particularidad de ser impredecible, o sea,
vos podés estar apostando durante un tiempo a algo y con el tiempo que se vaya
de a poco reacomodando dentro de lo que había. O puede ser que sin embargo
permita un reacomodamiento mucho más grande que haga repensar el gran espacio
de lo educativo. Por ejemplo cuando surgen los bachilleratos populares,
inicialmente cuando surgen en fábricas recuperadas. Ya la lógica de las
fábricas recuperadas era algo más o menos raro en el funcionamiento, después a
su vez se fueron burocratizando en algunas experiencias, se fueron limitando,
reproduciendo internamente cosas que por ahí eran propias de construcciones más
clásicas de una empresa, una fábrica. Pero hay algunos que han sido muy
constantes en tratar, digamos, de no solamente reconstruir una máquina que
preserve los trabajos, seguir como si la cosa fuera más o menos la misma y en
lugar de la patronal que tenían reemplazarla por un colectivo de trabajo,
pero la fábrica produciendo y reproduciendo dentro el mismo sistema… lo que le
implicaba empezar a tener estrategias comerciales y una cantidad de cosas que
les hace difícil...
![]() | |
A. Cerletti en Olimpíadas de Filosofía. Tucumán, 2012. (El primero de derecha a izquierda) |
Claro, claro, por la propia
subsistencia. No lo critico, digo que es sumamente difícil sostenerlo.
Pero hace bien también para pensar, para pensar el lugar de trabajo colectivo,
para pensar también cómo podemos juntarnos, para decidir nuestro destino común
material, simbólico y cultural, intelectual. Y en algunas de esas experiencias
surgieron bachilleratos, lo que hoy en día conocemos como bachillerato popular:
una escuela con un tipo de organización que intenta ser diferente. Se han
recorrido distintas experiencias, hay muchos. Y con algunos pasaba algo de
manera similar, trataban de pensarse con materias diferentes, con estudiantes
diferentes, convivir con la comunidad interpelada de una manera diferente, con
una voluntad de que la comunidad intervenga a su vez en la construcción del
propio bachillerato. Y ahí hay elementos significativos. Pero hay también
experiencia de... sí, está muy politizado, pero eso forma parte de la
política más o menos clásica, uno puede decir que está dominado por la gente de
izquierda…pero yo me refiero cuando hay cambios en las prácticas que generan
vínculos diferentes. En nuestra facultad hubo experiencias de seminarios autogestionados por los
estudiantes. Se elige un tema, empieza a haber un espacio colectivo de trabajo,
se toman algunas decisiones acerca de qué lecturas tener, se reúnen para leer.
Se generó una frescura en cuanto a determinado tipo de trabajos, el tema venía,
como se imaginarán, cómo se acredita o no se acredita eso que pasa ahí, si hay
que acreditar hay que evaluar y para evaluar, ¿qué te evalúan? Si querés un
mínimo grado de institucionalidad, alguien va a tener que firmar como profesor.
Un poco se quiebra esta horizontalidad que en algún momento se pensaba. Pero
sigue habiendo experiencias que interpelan la filosofía desde una práctica
diferente a la tradicional del profesor con el alumno. En algunas cátedras por
ahí, incluso más puntualmente, hay experiencias de trabajo diferentes, un poco
más horizontales, no es nunca tan linealmente la clase magistral, que alguien
te diga cómo son las cosas y vos tengas que reproducirlo.
¿Te parece que las prácticas
de extensión de la facultad tienen ese sentido de una construcción más
colectiva de la sociedad?
Yo vería una visión más
política de la universidad en su conjunto. Yo tengo la impresión de que la
Reforma del ‘18, la cual tuvo su herencia político-institucional a nivel universitario,
construye a la universidad pública como una especie de estructura tripartita
entre docencia, investigación y extensión. El núcleo son esas tres partes,
imprescindibles. La extensión tendría que tener un peso bastante
significativo, sería algo así como la manera en que la universidad se propaga
hacia la comunidad en cuanto a lo social, para no quedar encerrada sobre sí
misma y quedar como girando dentro de un círculo de excelencia que no es
volcado hacia afuera. Hoy es un momento que se está repensando acerca de la
idea de extensión, si la totalidad de la universidad tiene que tener fronteras
porosas con la comunidad, si la comunidad tiene que intervenir en el interior
de la universidad para generar espacios públicos más abiertos y mucho más colectivos
en cuanto a la decisión. Dentro de la lógica más o menos tradicional de la
extensión universitaria, es bueno que efectivamente la universidad haga lo más
que pueda para vincularse con los espacios en los que está inserta, o sea, que
los saberes sean unos saberes que permitan a la comunidad pensar el mundo,
pensarse…
¿Te parece que se hace lo
suficiente en este ámbito?
No, creo que nunca se sugiere
en este sentido, ya te digo, dentro de la estructura de investigación,
docencia, extensión, se podría hacer mucho más. Yo creo que la totalidad de la
estructura hay que repensarla y repensar una universidad que esté en una
comunidad en que las fronteras sean repensadas. Estamos en un momento
interesante, creo, de reflexión sobre la universidad, sobre los espacios
públicos. Dentro de la universidad tal como la conocemos siempre se puede
hacer mucho porque nunca es mucho, los universitarios vivimos en un mundo
privilegiado, uno tiene que pensar que estamos viviendo en un mundo en el que
todos sostienen los espacios comunicativos, toda la comunidad. Es algo muy
vidrioso cuáles son los efectos que tiene todo esto que se produce sobre la
comunidad. Es una deuda muy grande, una deuda muy grande que tenemos todos. Eso es lo más importante de repensar la universidad, yo creo que es una de
las tareas pendientes que tenemos, no solamente que la universidad siga estando
más o menos como está y que haga más extensión universitaria y que tenga una
pata con la que dialoga con la comunidad, sino que la totalidad de la
estructura universitaria tenga que repensar el futuro de la comunidad. Esa es
la reflexión que es más interesante y la que nos debemos los universitarios.
Nos debemos todos y los universitarios por estar haciendo lo que estamos
haciendo actualmente…
¿Y le parece que
especialmente también los que se dedican a la filosofía?
Los filósofos tienen que
utilizar su capacidad para recrear el mundo, para mí tienen que pensar el mundo
contemporáneo y no solamente ser científicos especializados en un recorte de un
campo más o menos reducido o más o menos pequeño. Yo creo que la
especialización no tiene que eclipsar que son filósofos en su voluntad
filosófica.
¿Cuáles son los debates que
para vos tienen que tener -o es imprescindible que tengan- presencia filosófica
actual?
El filósofo es un lector del
mundo, tiene que ser alguien para quien el mundo es una excusa de su
pensamiento, es un detonante de su pensamiento. Obviamente no se va a pretender
que un filósofo hable de todos los temas como si en todos los temas fuera un
sabio, porque es estúpido eso, no es eso lo que estoy diciendo, sino que el
filósofo pueda pensar la realidad en distintas circunstancias de acuerdo a la
potencialidad que su pensamiento y su formación le dan. El filósofo está
acostumbrado a desnaturalizar el mundo, no a sumergirse naturalizadamente en
él, eso lo hace cuando analiza distintos textos, cuando ve distintos autores,
etcétera. Esa potencialidad de la mirada que desnaturaliza lo obvio, que lee
entre líneas, que descubre supuestos, que construye un pensar crítico, que
deconstruye, que sospecha. Acá cada corriente filosófica tiene un calificativo
que la hace potente. Por eso para mí está copado el mundo. Uno puede
perfectamente ser un especialista y abocarse a un tema
pero, para mí, no es deseable que eso le inhiba su potencialidad filosófica. El
filósofo se plantea las grandes preguntas y a los filósofos la especialidad les
ha hecho olvidar las grandes preguntas. Los filósofos difícilmente se pregunten
por la justicia, porque ningún proyecto de investigación ni tesis de doctorado
va a admitir una pregunta genérica. A lo sumo la pregunta por la justicia
tendrá que ser la pregunta por la justicia en Rawls, o la pregunta por la
justicia en Platón, o incluso la pregunta por la justicia en Platón en La República. Pero no por “la”
justicia. Incluso son hasta mal vistas lo que son las preguntas claves de la
filosofía, porque parece que no pasan por el tamiz de la altísima
especialización, que es la que le va a dar el matiz de seriedad. Lo otro parece
una pregunta que puede ser cualquier cosa. Cualquier tema que utilices: vos
querés hablar del amor, pero ah… ¿cómo vas a hablar del amor? Tenés que hablar
del amor en Platón, o del amor en Platón en El
Banquete. De ahí puede ser
que eso amerite una investigación. O sea, vos te transformás en un
especialista, en un experto en un campo muy acotado. Pero eso, paradójicamente,
te inhibe hablar con otros colegas, porque mientras vos sos un especialista en
tal faceta del pensamiento griego del siglo V, y el otro es especialista en tal
autor de la filosofía moderna, no pueden ser filósofos conversando.
Quizás se inhiben al momento
de hablar de los temas que son importantes para este momento, cuestiones
vinculadas al malestar económico, político o cuestiones
que tengan un concepto tan grande que digan: “bueno, no, yo tengo que tener
este y este reparo…”, se inhiben en ese sentido…
Claro, porque parece que no
fuera serio, que no fuera riguroso…claro, como que si vas a hablar de la
justicia parece que estás vulgarizando un saber especializado. Y este es uno de
los principales problemas, hay que poder tener un suficiente rigor…
Como si hubiera un peligro de
caer en el sentido común
Es que eso no se pretende, es
filósofo el que tiene buenas herramientas como para pensar, es lo que lo hace
filósofo. Del sentido común habla el sentido común. El filósofo intenta no
hablar del sentido común, aunque es una cosa muy distinta hablar de algo
general, o hablar de lo universal, o hablar de cosas que sean para todos. Es un
tema complicado porque el artículo de especialización inhibe el diálogo, casi
por su propia definición, mientras más especializado sos, menos estás en
condiciones de confrontar con otro de otro ámbito de especialidad, por más que
te dediques a la filosofía. Como si fueran cada vez cientos y cientos de
trayectos que no se van a juntar, cada uno recorre un trayecto y no se va a
cruzar con el otro. No se va a cruzar desde el punto de vista de la discusión, de la conversación… e intentarlo, no tiene por qué banalizarlo, ni hacerlo
poco serio, ni poco riguroso, ni nada, lo hace filosófico, en el sentido
tradicional de la palabra. Yo creo que los investigadores somos científicos, no
somos filósofos. Hay que reconquistar la idea de que el investigador tiene que
ser filósofo, la universidad tiene que intentar formar filósofos, gente que
filosofe.
Para vos ¿cuál es el gran
desafío de hoy para un docente de filosofía?
Tiene múltiples desafíos un
docente hoy. Creo que si pudiéramos decir el principal desafío de un profesor,
es repensarse como filósofo. Como que no es un profesor por un lado, un
investigador por otro, como que no hay mundos separados. Que se vea
básicamente como un filósofo que piensa la enseñanza como un problema de la
filosofía, en primer lugar. Si piensa la enseñanza como un problema de
filosofía, se va a dar cuenta que tiene aspectos que son puramente teóricos y
otros que son prácticos, que son más pragmáticos. Se va a dar cuenta que hay
cuestiones de concepto en la idea de transmisión, en la idea de si hay un
sentido de una filosofía enseñable, qué significaría una filosofía enseñable,
una filosofía transmisible. Y por otro lado, se va a dar cuenta que tiene
aspectos prácticos, que es ¿cómo hacemos para enseñar una filosofía x? Creo que
éste es el desafío para los profesores, tratarnos filosóficamente, tratar
nuestra práctica filosóficamente y eso nos va a implicar tomar algunas
decisiones. Creo que en primer lugar, tenemos que tomar ciertas decisiones
filosóficas y en función de las decisiones filosóficas, vamos a tener que tomar
decisiones didácticas que sean coherentes con la decisión filosófica.
Personalmente, ¿tenés alguna
cuenta pendiente? Sea filosófica, artística, humana en general digamos…esto
respecto a los deseos que tengas en tu vida de cumplir…
No, cuentas pendientes…uno
imagina siempre poder escribir mejores síntesis de lo que uno piensa, digamos. Avanzar un poco más en lo que uno está laburando, cómo agregar algunos
aspectos, cómo enriquecerlos, cómo refrescarlos con nuevas lecturas, cómo
seguir pensando el mundo. Uno siempre está deseoso de tener más y mejores
argumentos para sostener algunas ideas y a su vez ser sensible para escuchar
otras. Eso creo que sería como una cuenta pendiente de toda la vida, permanente…uno
tiene una aspiración, algo que nunca va a cubrir y está bien que así sea,
porque es un motor de estímulo permanente. Uno nunca escribió ya su gran obra,
ni hizo todo lo que podía hacer, imagina que siempre puede hacer mejores cosas
en sus clases, en sus investigaciones, en sus vínculos con la comunidad, en la
relación de la universidad con las escuelas, en lo que pueda escribir, en las
charlas que pueda dar, en los talleres que pueda hacer. Uno imagina que siempre
puede estar mejor en eso. Al menos yo siempre pienso que puedo estar
mejor, nunca me quedo demasiado satisfecho con lo que hago…algunas experiencias
que uno tiene te hacen cambiar algunas de las ideas que estabas teniendo y
cambiar el eje, y eso te da un nuevo entusiasmo porque estabas yendo por un
camino que de alguna manera estaba agotado y de repente te encontraste con un
nuevo cruce que no habías sospechado en algún momento… eso te da un nuevo
entusiasmo, esas son las pequeñas novedades que hay que alteran las
continuidades. Y la gran mayoría de las veces me han significado situaciones de
incertidumbre, encontrarme con pensamientos que yo no había previsto, entonces
en lugar de molestarme…siempre hay como una molestia en algo que no te suena o
que te interpela…
Como un vacío…
Sí, sí…lo interesante es
reparar en esos momentos, tratar de no dejarlos de lado, por esto mismo…¿Por
qué esto me molesta tanto, por qué me interpela esta situación que se da, o que
digan esto o que sostengan aquello? Eso es lo que te puede permitir repensar y
repensarte, ése es el entusiasmo, la deuda gigante.
Eso tiene que ver con otra
pregunta que te queríamos hacer…una de las últimas ya, ¡vamos a aclararle!
¿Qué van a hacer? Un libro va
a ser esta entrevista…
(risas)
Pensábamos en el momento de la
planificación de una clase, en cómo esa planificación puede coartar la
espontaneidad, la salida de una interpelación que no esperábamos ¿Creés que la
planificación puede reprimir el deseo de irrumpir con esos momentos
sorpresivos, de transmitir el deseo de filosofar a los estudiantes?
La mejor planificación yo
concibo que puede ser modificada permanentemente, no una planificación que
condena tu acción, como una jaula de hierro de tu accionar. La planificación es
una hoja de ruta, pero vos vas encontrando por ahí caminos que no imaginabas,
que no estaban en el plano, pasás por un pueblo que no pensabas que era tan
lindo y lo empezás a recorrer, o por un camino que no estaba explorado, ahí te
bajás, como de un vehículo te bajás y entrás a caminar por un lugar y descubrís
algunas cosas. La planificación tiene ese sentido: es un primer trazo de a
donde vos querés de alguna manera orientarlo, pero tiene que tener la
suficiente flexibilidad para darte la libertad de cambiar el camino en algún
momento. Esa sería una buena forma de pensar la planificación; no como una
condena de lo que vos tenés inexorablemente que hacer sin importar todo lo que
esté pasando, para introducirlo al interior de esa planificación. Lo que tiene
que ocurrir es… el otro. Lo que sí, si vos nunca planificás, cualquier cosa que
pase te va a parecer una novedad… lo interesante de la planificación es que vos
tenés una propuesta. Si sos un profesor responsable, vos
vas a haber pensado mucho tu clase; cómo encararla, cómo ofrecer algunos
temas-problema, qué lecturas elegir, cómo tratar esas lecturas, si leerlas
juntos, que las leas vos, que las lean los estudiantes por su cuenta… Es decir
vos hacés un trazado, una prospectiva de lo que querrías hacer… y lo
interesante es que eso se vea alterado, porque pensaste mucho en cómo armarla y
si eso se ve alterado, quiere decir que se altera algo que vos pensaste mucho.
Si uno es sensible a eso… tiene la gran virtud de tenerte despierto siempre,
como alguien que tiene que estar pensando siempre nuevas circunstancias. Si vos
hacés una planificación que hace 15 años que la vas manejando y no pasa
nada…como si amoldaras todo…
Respecto a eso pensábamos la
filosofía como el deseo de saber, de ir más allá siempre… y la planificación
como eso a lo que siempre hay que volver para no perder el hilo de lo que uno
pensó… Pero sin duda es diferente pensarla como una hoja de ruta, como decís
vos.
Pasa que cada grupo es
diferente. Hay todo un reparo institucional, si a vos te exigen en una
institución cumplir a rajatabla tal o cual cosa, ahí tenés un problema de otro
tenor. Tenés límites institucionales mucho más fuertes. Lo interesante es
empezar a conquistar cierta libertad en lo que estás haciendo…sino
prácticamente te convertís en un técnico que aplica cosas que otros decidieron
que apliques. En cambio, si vos tenés más libertad como para controlar lo que
está pasando en tu clase, ver dónde se descontrola, por decirlo así, o sea vos
tenés capacidad de ir decidiendo los aspectos de tu clase y ver que pasan cosas
diferentes a las que pensabas…eso tiene lo lindo de que cada clase va a ser
distinta porque cada grupo es diferente. Si son grupos en los que se puede
dialogar, en el que vos escuchás, se puede pensar juntos…vos sabés que cada
clase es diferente a otra. Entonces cada planificación se va a ir reacomodando
en función del grupo. Porque el grupo le va dando distintas vitalidades e
impulsos. Y eso quizás sin traicionar tu idea central. Pero para eso tenés que
tener una idea, un objetivo donde ponés las planificaciones, que no sea
puntualmente una actividad concreta, o una lectura concreta, sino un objetivo
de reflexión, de filosofar, de argumentar, de recorrer tales o cuales caminos
nuevos, de ser sensible a los cambios…
¿Cómo le contarías a alguien
que no es de filosofía qué es la filosofía?
No, no…(risas)… bueno ustedes
saben que la manera más elegante de salir de este problema es que la pregunta
sobre qué es la filosofía es una pregunta tradicional de la filosofía…Es un
pensar el mundo, es un ámbito en el cual la clave es una reflexión cuidadosa
sobre el mundo y tu realidad, sobre el mundo y la realidad…La filosofía tendría
que permitirte… ser capaz de construir una mirada del mundo y una mirada que no
es una mirada intencionada, o interesada por algún aspecto. Es una mirada como
ávida de tratar de comprender y a su vez tratar de volver a preguntar. Bah, al
fin de cuentas eso es la filosofía, preguntarte por qué y repreguntarte
por qué… Ese interés de preguntarte, de estar en ese constante desnaturalizar
lo obvio, descubrir supuestos, hacen que explores el mundo de una manera
diferente. La filosofía tendría que despertar eso. Como casi un filosofar,
como una actividad básicamente, y no como un conjunto de determinados
saberes…Es más un recorrer el mundo de manera diferente…de… la que el mundo
quiere. O sea, el mundo te impone sus tiempos, te impone sus obligaciones, te
impone… lo que son sus éxitos, lo que son sus fracasos. Y sobre todo te
controla. Te controla mucho. Te controla el tiempo. Tu tiempo. Y la filosofía
tiene un tiempo del pensamiento que no es el tiempo de la circulación de la
mercancía. La filosofía, digamos, tendría que tener de… potente… ser un lugar
diferente para poder pensar la realidad en la que vivimos y pensarnos en la
realidad en la que vivimos. Es como esta mirada por un lado profundamente
intencionada y por otro lado profundamente inocente… es como combinar estas dos
cualidades.
¿Se te ocurre alguna pregunta
que no te hayamos hecho?
Y no, la verdad que me
preguntaron bastante (risas).
(1) Editorial del Estante,
Buenos Aires, 2008