lunes, 25 de agosto de 2014

Alejandro Cerletti


Buenos Aires – Abril de 2014


Alejandro Cerletti (Camisa gris). Olimpíadas de Filosofía. Noviembre, 2012, Tucumán



Encuentros previos inspiraron esta entrevista a Alejandro Cerletti. Uno en la ciudad de Tucumán, en las Olimpíadas de Filosofía. Otros a través de la lectura de sus textos en la cátedra de Didáctica de la Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias (UNL). Con la intención de entrever un poco más sus propias experiencias de rupturas y de encuentros con el filosofar, hemos viajado a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, donde cursó sus estudios académicos, y donde actualmente dicta la materia “Didáctica especial y prácticas de la enseñanza en filosofía”. En el marco de las Jornadas sobre la Enseñanza de la Filosofía, caminamos con él hacia una de las aulas de esta facultad, cuyas paredes ilustran las inquietudes políticas que por allí circulan. Un aula grande y luminosa de este espacio -que, como nos cuenta, antes era una fábrica-, nos sirve para reunir preguntas, recuerdos, pensamientos.

En su paso por los caminos de la burocracia académica, uno suele olvidar lo más vital de la filosofía: su capacidad de accionar, su carácter político. Alejandro en cambio nos recuerda, con sus miradas y sus palabras, que la filosofía es un pensar vivo y "molesto", comprometido con el mundo, que se trata de un hacer sobre las cosas más que una cosa sobre la que hacer. Nos recuerda que es necesario recuperar el sentido genuino del filosofar, aquél que en los casos más radicales (en las filosofías más "perturbadoras") llevó a un Sócrates a morir o a un Spinoza a su excomulgación y destierro.

Un viaje siempre abre la sensibilidad a experiencias que desafían lo esperado. Interpela nuestros proyectos, interroga las experiencias que nos constituyen junto con las perspectivas a través de las cuales miramos el mundo.  En cierta manera el viaje es un diálogo: el fluir de una conversación en el que importan de la misma manera el paisaje en que ocurre, el tiempo que se le dedica, lo que se trae como equipaje y lo que esperamos que nos deje esta vivencia, como motor para seguir el camino.  Podemos pensar que las oportunidades de aprender muchas veces irrumpen cuando nos damos una tregua para que lo que nos parece natural, nos sorprenda. Los invitamos, entonces, a viajar en este encuentro, en esta ocasión, con Alejandro Cerletti.



¿Querés hacer una autodescripción de tu vida, tu familia, tu carrera…?

Empecé a estudiar ingeniería. La escuela secundaria fue una escuela técnica y el destino casi obvio era seguir la carrera de ingeniería. Estuve estudiando ingeniería tres años y me daba cuenta en algunas materias, materias teóricas, más conceptuales, que me interesaban otras cosas más allá de lo que veíamos, me preguntaba por la realidad, qué era la realidad, la función de la formalización matemática, las ecuaciones que intentaban describir los electrones, el mundo de la materia, el vínculo entre representación y mundo. De ahí surgían muchas preguntas, por ejemplo si el electrón tuviera una naturaleza igual que la partícula y a su vez es onda. Me hacía preguntas que eran de otro tenor. A los ingenieros que enseñaban física eso no les preocupaba, les preocupaba qué ecuaciones funcionaban en obstáculos o problemas determinados, cómo funciona una partícula en un caso, una onda en otro, son particularidades de la naturaleza, pero no un problema ontológico. Yo me daba cuenta que lo que me preocupaba en el fondo eran problemas ontológicos. Y de acuerdo a como los encares eran problemas metafísicos, entonces comencé a estudiar simultáneamente la carrera de ingeniería con la carrera de filosofía. Al empezar a estudiar la carrera de filosofía me apasionó y supe que ahí…

¿Dónde hiciste tus estudios?

Acá, en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Y fue ahí que realmente me cambié, seguí, me recibí, hice toda la carrera acá. Al transcurrir la carrera fui conociendo cómo era la filosofía institucionalizada, la academia filosófica, qué era lo que se enseñaba. Yo quería ser filósofo finalmente. Después me di cuenta que cuando vos estudiabas era para ser investigador en filosofía o ser profesor en filosofía. Después me di cuenta que en el interior de la carrera había una bipartición que a mí nunca se me había ocurrido que pudiera existir. Yo sabía muy ambiguamente que había efectivamente un título de licenciatura y profesor, pero pensé que todos eran filósofos, el mundo de los filósofos. Cuando cursaba me daba cuenta que nadie se decía que era filosofo, los profesores que teníamos no nos decían que ellos eran filósofos. Los filósofos eran otros.

¿Tenías algún modelo de filósofo como referencia, de lo que pensabas que era un filósofo?

No… para cuando estaba estudiando en el último año de la carrera de ingeniería, ingeniería eléctrica, en el ‘82 más o menos, ya estaba el último período de la dictadura, en el ’81, ‘82 me empecé a juntar con unos grupos de estudio. Estudiaba medio en una catacumba, Marx, estudiaba Kierkegaard, Nietzsche. Había como grupos de estudios en los que nos juntábamos a estudiar. Ahí empecé como a encontrar por cuenta propia a algunos filósofos. Sin un modelo filosófico particular, un modelo político particular. La política revolucionaria nos tentaba. Fue una época muy dura. De hecho cuando yo empiezo la carrera mi idea era estudiar filosofía política.

Hay una pregunta relacionada con esto, ya que estamos en el tema. ¿Pensás que un filósofo puede y/o debe vincularse / comprometerse prácticamente con la política? ¿Habría lugar para la neutralidad?

Yo creo que sí, pero uno podría decir que son caminos que no necesariamente se vinculan. Yo creo que sí por la acción política, o sea la acción política personal, como la podría tener un ingeniero, un físico. La relación que tiene la filosofía con la política puede ser una relación con mayor o menor distancia de acuerdo a la idea política que uno tenga o la idea filosófica que uno tenga y no es necesario que vayan juntas…Yo la idea que tengo de la política y de la filosofía hace que vayan juntas. No me intereso tanto por una filosofía puramente contemplativa, sino una filosofía que permita pensar el mundo contemporáneo, el mundo actual. Entonces adscribo a una filosofía que te permite tener mejores herramientas para pensar el mundo desde una perspectiva de transformación, de cambio. Los temas que a mí me interesan de la filosofía básicamente son los que tienen que ver con el cambio, con el acontecimiento, con la irrupción de las continuidades, porque eso me permite ver los cambios en todos los ámbitos. Pero también el cambio social, político.

Esta pregunta surgió de la lectura de un texto tuyo, “Repetición, novedad y sujeto en la educación. Un enfoque filosófico y político”(1): vos ahí planteas que en la clase de filosofía debería darse -o sería ideal que se diera- una ruptura que produzca subjetividad, como condición de que irrumpa lo auténticamente filosófico o la novedad. ¿Podrías comentarnos en qué consistiría esa ruptura?

Ahí yo enlazo con lo que les había comentado recién, cuando empiezo a recorrer la carrera con esta voluntad política que me entusiasma, yo pensé que el vínculo natural era estudiar filosofía política y de cambios, la filosofía política como especialidad. Y después cuando lo vi en el interior de la carrera, vi que era más bien como una historia de la filosofía política, se leían textos clásicos fundamentalmente, contractualistas, algunos aspectos más que están muy bien y me interesaban, pero yo quería ver si la filosofía podía pensar la realidad, lo contemporáneo, el mundo actual, no veíamos muchos textos de los filósofos contemporáneos políticos. Entonces dije, bueno, en la academia la filosofía política tiene un perfil que no eran los filósofos políticos de la realidad que están permanentemente discutiendo con políticos o discutiendo en el mundo actual, digamos, en el instante en el que están. Son investigadores de cuestiones históricas de la filosofía política tradicional. Entonces noté que no tenían el espacio, la vitalidad que en un momento me entusiasmó y extrañamente se dio en un ámbito que era completamente periférico de la filosofía, que era la enseñanza de la filosofía, este aspecto de la filosofía pensada con la educación… Pensar la educación, la transmisión en las instituciones educativas como en lugares de cambio, de transformación, que pueden ser abordadas desde una perspectiva filosófico-política. Entonces me empecé a volcar a cuestiones de la enseñanza de la filosofía, porque creía que la enseñanza de la filosofía no había sido lo suficientemente estudiada, con la densidad y el rigor que la misma filosofía exigiría. Se daba por hecho que enseñar era algo así como…se partía de supuestos muy triviales: está el que sabe y el que no sabe y el que sabe le transmite al que no sabe, y entonces corrobora que lo que transmitió era lo que él quería transmitirle, por decirlo de alguna manera. Y esto es hoy en día una versión muy banal de lo que es la transmisión, de lo que puede ser un espacio para la enseñanza de la filosofía; es mucho más complejo el terreno. Lo que pasa es que prevalece una especie de construcción estereotipada en la que se repite permanentemente esto y bueno, una clase de filosofía -salvo excepciones- no da mucho más que leer un libro, al contrario, está quien prefiere leer un libro que venir a las clases. No se aprovecha el espacio en el que hay gente junta, para pensar juntos algunos problemas, para escuchar al profesor, escucharlo pensar en voz alta, escucharlo filosofar y no que nos cuente o nos aclare algunas cuestiones de algunos textos, como si uno no pudiera hacerlo por sus propios medios... Como si fuera necesario alguien…yo diría que con los libros que hay y eventualmente con los comentadores, uno puede tener acceso directo a los textos…Veía que quedaba diluida la potencialidad que puede tener realmente el encuentro con un profesor de filosofía, para mí tendría que ser como un filósofo pensando y pensando juntos. Entonces empecé a ver que ahí había elementos interesantes para indagar y que no había sido hecho con la atención que merece. Esto requería pensar la educación en sentido general, que también tiene muchos supuestos. La educación en sentido general, o al menos la educación institucionalizada, no es otra cosa que un lugar político del Estado…las escuelas, las instituciones, son aparatos de reproducción ideológica, cultural, simbólica de las ideas dominantes. Entonces lo que es interesante es ver cómo esto funciona como aparato ideológico, como aparato de transmisión cultural, como aparato de imposición. Y para eso hay que hacer una lectura filosófico-política, para encontrar dónde esto tiene fisuras; dónde hay una voluntad del Estado de dar continuidad a algunas cosas y dónde se puede irrumpir. Para alguien que tiene una voluntad de cambio, es interesante pensar los puntos en los que la homogeneidad de la transmisión se ve coartada, no aceitar la transmisión…Porque uno imagina que el mundo merece ser cambiado, no ser reproducido tal cual está. Y el ámbito de la educación  -bueno, me llevó un libro dedicado a eso- que apunta a ver qué es lo que se repite en la educación y dónde puede haber algo diferente de lo que hay, dónde puede haber algo novedoso. Todo el esfuerzo es tratar de ver que lo más interesante que se produce en lo educativo, aquello que podamos asociar a la idea de un sujeto -es decir, alguien que puede participar de la construcción de su saber, o de su propio destino-, tiene que ver con los momentos en donde justamente la transmisión falla, no donde justamente está más aceitada. Uno podría decir que cuando la transmisión está aceitada se transmiten saberes, efectivamente se transmiten saberes. Pero uno, el que adquiere esos saberes, en sentido estricto no es un sujeto, es un objeto del sistema que lo pone como depositario de los saberes que quiere transmitir, de los saberes y las prácticas…

Deja de ser una persona…

Es una persona en sentido individual, no lo objeto…

Quiero decir que pasa a tener más bien una función, o un espacio secundario que…

Ocupa un espacio en una lógica de repetición. Él es construido por el estado de las cosas. Lo que es interesante es cuando la construcción del otro se zafa de lo que es esperable. A mí por eso me interesan particularmente los puntos donde se producen quiebres, ruidos, recomposiciones, porque creo que esos son los puntos en donde se podría hablar puntualmente de un sujeto: uno es sujeto cuando de alguna manera se constituye a partir de algo que es diferente de lo que quieren que sea, por decirlo de alguna manera. Eso es un proceso también y hay muchas ideas alrededor de esto, tratando de construir algo así como una pequeña teoría. El filósofo que ya responde un poco de todo esto es Alain Badiou, que es el filósofo del acontecimiento. Yo lo que he hecho es hacer algo que Badiou no ha hecho nunca, que es tratar de poner a funcionar los conceptos centrales de la obra de este autor -ser, acontecer, aparecer, sujeto- en el ámbito propio de la educación. La educación es repensada -es lo que yo intento- desde la filosofía, con una intencionalidad política.  

Y en ese sentido, tal como nombraste recién a Badiou, ¿Qué otros filósofos o profesores que has tenido te han marcado en este camino?

Otro filósofo que a mí me interesa mucho, que de alguna manera trabajo y trato de apropiarme, por más que hay algunas cosas que no comparto, pero me parece que tiene una potencia extraordinaria, es Jacques Rancière. Y si tuviera que decir alguien que de alguna manera fue un elemento importante en la decisión de estudiar filosofía, es un filósofo que no es de la academia. Es un filósofo que coordinaba muchos de los grupos estos que yo les decía al comienzo, de los últimos años de la dictadura, que eran una especie de lecturas filosóficas de catacumba, es un filósofo que se llama Raúl Cerdeiras, que ha formado a muchas generaciones de filósofos, psicoanalistas, historiadores, gente del arte que han pasado por esos grupos. Y él es de alguna manera introductor de Badiou en la Argentina. Él conoce personalmente a Badiou desde hace muchos años, cuando todavía Badiou no era prácticamente conocido. Había salido recientemente en Francia -estamos hablando de principios de los años ochenta- un libro que se llamaba Teoría del sujeto, y llega a las manos de Raúl y él ve que ahí hay algo diferente para pensar, que podía vincular de alguna manera la filosofía con una intencionalidad o una voluntad política. Entonces se vincula, se entrevista con él, se hacen amigos. Y en estos grupos donde progresivamente estudiábamos la filosofía de diversos filósofos, Nietzsche, Kierkegaard, Platón, Lacan, el psicoanálisis …Althusser -en estos grupos teníamos una versión althusseriana de Marx-, el estructuralismo, que todavía tenía su vigor…Ahí él comienza a introducir progresivamente algunos textos de Badiou, en traducciones caseras de Badiou…Y ahí yo tomo contacto en un lugar con un gran entusiasmo por la filosofía, con una filosofía muy viva, muy activa, muy de poder pensar el mundo, de poder pensarse dentro del mundo, que se contrastaba mucho con la visión que tenía en la facultad… la filosofía académica era como más acartonada, menos vital, creo que lo sigue siendo en gran medida. Seguí manteniendo, digamos, me mantuve en distintos grupos por fuera de la universidad y por dentro de la universidad, como haciendo una suerte de doble vida, de día y de noche…los excesos eran de noche y de día uno era un prolijo estudiante. (Risas) La carrera te sirve para tener un montón de lecturas que no has hecho, te construye una panorámica de lectura que es fundamental. Pero igual, reitero, nunca la viví con la vitalidad con que veía los encuentros de muchas personas que se juntan por el sólo hecho de leer, de querer pensar juntos, de hacer cosas juntos... Es otra vitalidad, otro entusiasmo.

Brevemente, yo quería preguntar en relación con esa idea de ruptura, qué pensarías vos, cómo sería esa ruptura en contextos educativos que ya son discutidos, que están muy alterados, o que no están bajo esa normalización del Estado o esa homogeneización que no se logra porque están atravesados, por ejemplo, por conflictos sociales muy fuertes ¿Cómo sería entonces en ese contexto, cómo el docente podría crear las condiciones para ver esa ruptura? Tampoco es algo causa-efecto, se va dando…

En primer lugar hay que ver una cosa: que uno podría imaginar que desde las instituciones educativas se puede cambiar algo, o no, o qué se puede cambiar. Uno podría imaginar que un cambio más o menos radical va a suponer un conflicto con la estructura de transmisión que hay, esto es, con la educación institucionalizada en las distintas instancias. Es difícil imaginar que dentro del funcionamiento normal de las cosas se pueda producir algo demasiado diferente... pero se puede mejorar mucho. Es como si uno pensara la política desde el lado de la gestión, uno puede gestionar la política de una manera un poco más prolija, se puede mejorar la educación en muchos aspectos de una manera quizás más prolija también… pero el hecho, digamos, de algún cambio más o menos radical significa poner en cuestión la propia educación que está funcionando. Entonces en estos casos que vos decís, habría que pensar puntualmente  qué, qué escuela, en situación de pobreza extrema, o de sectores sociales más castigados, o esas experiencias educativas contrainstitucionales, habría que pensar a qué casos te referís puntualmente para ver cómo uno podría idear algo a partir de eso que está ocurriendo. Ha habido muchas experiencias en el interior de las instituciones que hicieron “hacerse ruido” a las instituciones y las obligaron como a intentar tomar partido por eso que está ocurriendo.

¿Se te ocurre alguna, recordás alguna anécdota o alguna experiencia? Para ver si podemos ilustrar esto...

Hay por ejemplo…vamos a poner el ámbito de la escuela, de la escuela media, experiencias de escuelas como autogestionadas en las que se han juntado grupos de padres y profesores y han intentado pensar en conjunto, incluso con sus propios hijos, el funcionamiento de la institución. Es decir, no que las escuelas sean solamente organismo del Estado y los padres se limitan a llevar sus hijos a la escuela, sino que en realidad las decisiones fueran fruto de las decisiones colectivas.

Una institución más popular…

Sí, en la que todos intervengan, que intervengan los padres, los maestros, los profesores, que disputan los procesos centrales de lo que está ocurriendo ahí, de lo que estamos haciendo todos en ese espacio. Intentamos llamarlo, en alguna manera, escuelas de “gestión social”, escuelas de “gestión popular”, “escuelas populares”, “escuelas sociales”… no encajaban dentro de lo que era una escuela pública o una escuela privada, no encajaban dentro de la estructura y eso generó como un ruido, a ver qué tipo de estructura es; ¿una escuela privada? No queremos una escuela privada, porque a nosotros no nos interesa el aspecto propio de la escuela privada; pero tampoco es una escuela pública, porque no es una escuela estatal en la que tengamos que, de alguna manera, adscribir a determinado diseño al que por ahí no discutimos, porque lo nuestro es querer pensar entre todos en el propio diseño curricular. Entonces eso yo creo que en algún momento hizo algún ruido en cuanto a cómo institucionalizar y si era necesario institucionalizar este tipo de experiencias. En el conurbano bonaerense hubo dos o tres experiencias de escuelas que hicieron eso y después bueno, se fueron complicando porque la subsistencia hacía o que fueran una escuela privada, de alguna manera, aunque por ahí no cobraban, o que se hiciera como una especie de cooperativa de trabajo, pero tratando de acomodarla dentro de esa lógica. Y hay otras que más o menos siguen subsistiendo, pero lo que tienen de interesante es que son instituciones que se están pensando, o sea, la función de los propios docentes y profesores es pensarse, como espacio. Eso es lo que tiene de potencial y en alguna medida es discutido. Uno nunca sabe a dónde van a llegar esas cosas. Porque si fuera predecible formaría parte de lo mismo, entonces lo nuevo tiene la particularidad de ser impredecible, o sea, vos podés estar apostando durante un tiempo a algo y con el tiempo que se vaya de a poco reacomodando dentro de lo que había. O puede ser que sin embargo permita un reacomodamiento mucho más grande que haga repensar el gran espacio de lo educativo. Por ejemplo cuando surgen los bachilleratos populares, inicialmente cuando surgen en fábricas recuperadas. Ya la lógica de las fábricas recuperadas era algo más o menos raro en el funcionamiento, después a su vez se fueron burocratizando en algunas experiencias, se fueron limitando, reproduciendo internamente cosas que por ahí eran propias de construcciones más clásicas de una empresa, una fábrica. Pero hay algunos que han sido muy constantes en tratar, digamos, de no solamente reconstruir una máquina que preserve los trabajos, seguir como si la cosa fuera más o menos la misma y en lugar de la patronal que tenían reemplazarla por un colectivo de trabajo, pero la fábrica produciendo y reproduciendo dentro el mismo sistema… lo que le implicaba empezar a tener estrategias comerciales y una cantidad de cosas que les hace difícil...


A. Cerletti en Olimpíadas de Filosofía. Tucumán, 2012. (El primero de derecha a izquierda)
Mantener el espíritu original...

Claro, claro, por la propia subsistencia. No lo critico, digo que es sumamente difícil sostenerlo. Pero hace bien también para pensar, para pensar el lugar de trabajo colectivo, para pensar también cómo podemos juntarnos, para decidir nuestro destino común material, simbólico y cultural, intelectual. Y en algunas de esas experiencias surgieron bachilleratos, lo que hoy en día conocemos como bachillerato popular: una escuela con un tipo de organización que intenta ser diferente. Se han recorrido distintas experiencias, hay muchos. Y con algunos pasaba algo de manera similar, trataban de pensarse con materias diferentes, con estudiantes diferentes, convivir con la comunidad interpelada de una manera diferente, con una voluntad de que la comunidad intervenga a su vez en la construcción del propio bachillerato. Y ahí hay elementos significativos. Pero hay también experiencia de... sí, está muy politizado, pero eso forma parte de la política más o menos clásica, uno puede decir que está dominado por la gente de izquierda…pero yo me refiero cuando hay cambios en las prácticas que generan vínculos diferentes. En nuestra facultad hubo experiencias de seminarios autogestionados por los estudiantes. Se elige un tema, empieza a haber un espacio colectivo de trabajo, se toman algunas decisiones acerca de qué lecturas tener, se reúnen para leer. Se generó una frescura en cuanto a determinado tipo de trabajos, el tema venía, como se imaginarán, cómo se acredita o no se acredita eso que pasa ahí, si hay que acreditar hay que evaluar y para evaluar, ¿qué te evalúan? Si querés un mínimo grado de institucionalidad, alguien va a tener que firmar como profesor. Un poco se quiebra esta horizontalidad que en algún momento se pensaba. Pero sigue habiendo experiencias que interpelan la filosofía desde una práctica diferente a la tradicional del profesor con el alumno. En algunas cátedras por ahí, incluso más puntualmente, hay experiencias de trabajo diferentes, un poco más horizontales, no es nunca tan linealmente la clase magistral, que alguien te diga cómo son las cosas y vos tengas que reproducirlo.

¿Te parece que las prácticas de extensión de la facultad tienen ese sentido de una construcción más colectiva de la sociedad?

Yo vería una visión más política de la universidad en su conjunto. Yo tengo la impresión de que la Reforma del ‘18, la cual tuvo su herencia político-institucional a nivel universitario, construye a la universidad pública como una especie de estructura tripartita entre docencia, investigación y extensión. El núcleo son esas tres partes, imprescindibles. La extensión tendría que tener un peso bastante significativo, sería algo así como la manera en que la universidad se propaga hacia la comunidad en cuanto a lo social, para no quedar encerrada sobre sí misma y quedar como girando dentro de un círculo de excelencia que no es volcado hacia afuera. Hoy es un momento que se está repensando acerca de la idea de extensión, si la totalidad de la universidad tiene que tener fronteras porosas con la comunidad, si la comunidad tiene que intervenir en el interior de la universidad para generar espacios públicos más abiertos y mucho más colectivos en cuanto a la decisión. Dentro de la lógica más o menos tradicional de la extensión universitaria, es bueno que efectivamente la universidad haga lo más que pueda para vincularse con los espacios en los que está inserta, o sea, que los saberes sean unos saberes que permitan a la comunidad pensar el mundo, pensarse…

¿Te parece que se hace lo suficiente en este ámbito?

No, creo que nunca se sugiere en este sentido, ya te digo, dentro de la estructura de investigación, docencia, extensión, se podría hacer mucho más. Yo creo que la totalidad de la estructura hay que repensarla y repensar una universidad que esté en una comunidad en que las fronteras sean repensadas. Estamos en un momento interesante, creo, de reflexión sobre la universidad, sobre los espacios públicos. Dentro de la universidad tal como la conocemos siempre se puede hacer mucho porque nunca es mucho, los universitarios vivimos en un mundo privilegiado, uno tiene que pensar que estamos viviendo en un mundo en el que todos sostienen los espacios comunicativos, toda la comunidad. Es algo muy vidrioso cuáles son los efectos que tiene todo esto que se produce sobre la comunidad. Es una deuda muy grande, una deuda muy grande que tenemos todos. Eso es lo más importante de repensar la universidad, yo creo que es una de las tareas pendientes que tenemos, no solamente que la universidad siga estando más o menos como está y que haga más extensión universitaria y que tenga una pata con la que dialoga con la comunidad, sino que la totalidad de la estructura universitaria tenga que repensar el futuro de la comunidad. Esa es la reflexión que es más interesante y la que nos debemos los universitarios. Nos debemos todos y los universitarios por estar haciendo lo que estamos haciendo actualmente…

¿Y  le parece que especialmente también los que se dedican a la filosofía?

Los filósofos tienen que utilizar su capacidad para recrear el mundo, para mí tienen que pensar el mundo contemporáneo y no solamente ser científicos especializados en un recorte de un campo más o menos reducido o más o menos pequeño. Yo creo que la especialización no tiene que eclipsar que son filósofos en su voluntad filosófica.

¿Cuáles son los debates que para vos tienen que tener -o es imprescindible que tengan- presencia filosófica actual?

El filósofo es un lector del mundo, tiene que ser alguien para quien el mundo es una excusa de su pensamiento, es un detonante de su pensamiento. Obviamente no se va a pretender que un filósofo hable de todos los temas como si en todos los temas fuera un sabio, porque es estúpido eso, no es eso lo que estoy diciendo, sino que el filósofo pueda pensar la realidad en distintas circunstancias de acuerdo a la potencialidad que su pensamiento y su formación le dan. El filósofo está acostumbrado a desnaturalizar el mundo, no a sumergirse naturalizadamente en él, eso lo hace cuando analiza distintos textos, cuando ve distintos autores, etcétera. Esa potencialidad de la mirada que desnaturaliza lo obvio, que lee entre líneas, que descubre supuestos, que construye un pensar crítico, que deconstruye, que sospecha. Acá cada corriente filosófica tiene un calificativo que la hace potente. Por eso para mí está copado el mundo. Uno puede perfectamente ser un especialista y abocarse a un tema pero, para mí, no es deseable que eso le inhiba su potencialidad filosófica. El filósofo se plantea las grandes preguntas y a los filósofos la especialidad les ha hecho olvidar las grandes preguntas. Los filósofos difícilmente se pregunten por la justicia, porque ningún proyecto de investigación ni tesis de doctorado va a admitir una pregunta genérica. A lo sumo la pregunta por la justicia tendrá que ser la pregunta por la justicia en Rawls, o la pregunta por la justicia en Platón, o incluso la pregunta por la justicia en Platón en La República. Pero no por “la” justicia. Incluso son hasta mal vistas lo que son las preguntas claves de la filosofía, porque parece que no pasan por el tamiz de la altísima especialización, que es la que le va a dar el matiz de seriedad. Lo otro parece una pregunta que puede ser cualquier cosa. Cualquier tema que utilices: vos querés hablar del amor, pero ah… ¿cómo vas a hablar del amor? Tenés que hablar del amor en Platón, o del amor en Platón en El Banquete. De ahí puede ser que eso amerite una investigación. O sea, vos te transformás en un especialista, en un experto en un campo muy acotado. Pero eso, paradójicamente, te inhibe hablar con otros colegas, porque mientras vos sos un especialista en tal faceta del pensamiento griego del siglo V, y el otro es especialista en tal autor de la filosofía moderna, no pueden ser filósofos conversando.

Quizás se inhiben al momento de hablar de los temas que son importantes para este  momento, cuestiones vinculadas al malestar económico, político o cuestiones que tengan un concepto tan grande que digan: “bueno, no, yo tengo que tener este y este reparo…”, se inhiben en ese sentido…

Claro, porque parece que no fuera serio, que no fuera riguroso…claro, como que si vas a hablar de la justicia parece que estás vulgarizando un saber especializado. Y este es uno de los principales problemas, hay que poder tener un suficiente rigor…

Como si hubiera un peligro de caer en el sentido común

Es que eso no se pretende, es filósofo el que tiene buenas herramientas como para pensar, es lo que lo hace filósofo. Del sentido común habla el sentido común. El filósofo intenta no hablar del sentido común, aunque es una cosa muy distinta hablar de algo general, o hablar de lo universal, o hablar de cosas que sean para todos. Es un tema complicado porque el artículo de especialización inhibe el diálogo, casi por su propia definición, mientras más especializado sos, menos estás en condiciones de confrontar con otro de otro ámbito de especialidad, por más que te dediques a la filosofía. Como si fueran cada vez cientos y cientos de trayectos que no se van a juntar, cada uno recorre un trayecto y no se va a cruzar con el otro. No se va a cruzar desde el punto de vista de la discusión, de la conversación… e intentarlo, no tiene por qué banalizarlo, ni hacerlo poco serio, ni poco riguroso, ni nada, lo hace filosófico, en el sentido tradicional de la palabra. Yo creo que los investigadores somos científicos, no somos filósofos. Hay que reconquistar la idea de que el investigador tiene que ser filósofo, la universidad tiene que intentar formar filósofos, gente que filosofe.

Para vos ¿cuál es el gran desafío de hoy para un docente de filosofía?

Tiene múltiples desafíos un docente hoy. Creo que si pudiéramos decir el principal desafío de un profesor, es repensarse como filósofo. Como que no es un profesor por un lado, un investigador por otro, como que no hay mundos separados. Que se vea básicamente como un filósofo que piensa la enseñanza como un problema de la filosofía, en primer lugar. Si piensa la enseñanza como un problema de filosofía, se va a dar cuenta que tiene aspectos que son puramente teóricos y otros que son prácticos, que son más pragmáticos. Se va a dar cuenta que hay cuestiones de concepto en la idea de transmisión, en la idea de si hay un sentido de una filosofía enseñable, qué significaría una filosofía enseñable, una filosofía transmisible. Y por otro lado, se va a dar cuenta que tiene aspectos prácticos, que es ¿cómo hacemos para enseñar una filosofía x? Creo que éste es el desafío para los profesores, tratarnos filosóficamente, tratar nuestra práctica filosóficamente y eso nos va a implicar tomar algunas decisiones. Creo que en primer lugar, tenemos que tomar ciertas decisiones filosóficas y en función de las decisiones filosóficas, vamos a tener que tomar decisiones didácticas que sean coherentes con la decisión filosófica.

Personalmente, ¿tenés alguna cuenta pendiente? Sea filosófica, artística, humana en general digamos…esto respecto a los deseos que tengas en tu vida de cumplir…

No, cuentas pendientes…uno imagina siempre poder escribir mejores síntesis de lo que uno piensa, digamos. Avanzar un poco más en lo que uno está laburando, cómo agregar algunos aspectos, cómo enriquecerlos, cómo refrescarlos con nuevas lecturas, cómo seguir pensando el mundo. Uno siempre está deseoso de tener más y mejores argumentos para sostener algunas ideas y a su vez ser sensible para escuchar otras. Eso creo que sería como una cuenta pendiente de toda la vida, permanente…uno tiene una aspiración, algo que nunca va a cubrir y está bien que así sea, porque es un motor de estímulo permanente. Uno nunca escribió ya su gran obra, ni hizo todo lo que podía hacer, imagina que siempre puede hacer mejores cosas en sus clases, en sus investigaciones, en sus vínculos con la comunidad, en la relación de la universidad con las escuelas, en lo que pueda escribir, en las charlas que pueda dar, en los talleres que pueda hacer. Uno imagina que siempre puede estar mejor en eso. Al menos yo siempre pienso que puedo estar mejor, nunca me quedo demasiado satisfecho con lo que hago…algunas experiencias que uno tiene te hacen cambiar algunas de las ideas que estabas teniendo y cambiar el eje, y eso te da un nuevo entusiasmo porque estabas yendo por un camino que de alguna manera estaba agotado y de repente te encontraste con un nuevo cruce que no habías sospechado en algún momento… eso te da un nuevo entusiasmo, esas son las pequeñas novedades que hay que alteran las continuidades. Y la gran mayoría de las veces me han significado situaciones de incertidumbre, encontrarme con pensamientos que yo no había previsto, entonces en lugar de molestarme…siempre hay como una molestia en algo que no te suena o que te interpela…

Como un vacío…

Sí, sí…lo interesante es reparar en esos momentos, tratar de no dejarlos de lado, por esto mismo…¿Por qué esto me molesta tanto, por qué me interpela esta situación que se da, o que digan esto o que sostengan aquello? Eso es lo que te puede permitir repensar y repensarte, ése es el entusiasmo, la deuda gigante.

Eso tiene que ver con otra pregunta que te queríamos hacer…una de las últimas ya, ¡vamos a aclararle!

¿Qué van a hacer? Un libro va a ser esta entrevista…
(risas)

Pensábamos en el momento de la planificación de una clase, en cómo esa planificación puede coartar la espontaneidad, la salida de una interpelación que no esperábamos ¿Creés que la planificación puede reprimir el deseo de irrumpir con esos momentos sorpresivos, de transmitir el deseo de filosofar a los estudiantes?

La mejor planificación yo concibo que puede ser modificada permanentemente, no una planificación que condena tu acción, como una jaula de hierro de tu accionar. La planificación es una hoja de ruta, pero vos vas encontrando por ahí caminos que no imaginabas, que no estaban en el plano, pasás por un pueblo que no pensabas que era tan lindo y lo empezás a recorrer, o por un camino que no estaba explorado, ahí te bajás, como de un vehículo te bajás y entrás a caminar por un lugar y descubrís algunas cosas. La planificación tiene ese sentido: es un primer trazo de a donde vos querés de alguna manera orientarlo, pero tiene que tener la suficiente flexibilidad para darte la libertad de cambiar el camino en algún momento. Esa sería una buena forma de pensar la planificación; no como una condena de lo que vos tenés inexorablemente que hacer sin importar todo lo que esté pasando, para introducirlo al interior de esa planificación. Lo que tiene que ocurrir es… el otro. Lo que sí, si vos nunca planificás, cualquier cosa que pase te va a parecer una novedad… lo interesante de la planificación es que vos tenés una propuesta. Si sos un profesor responsable, vos vas a haber pensado mucho tu clase; cómo encararla, cómo ofrecer algunos temas-problema, qué lecturas elegir, cómo tratar esas lecturas, si leerlas juntos, que las leas vos, que las lean los estudiantes por su cuenta… Es decir vos hacés un trazado, una prospectiva de lo que querrías hacer… y lo interesante es que eso se vea alterado, porque pensaste mucho en cómo armarla y si eso se ve alterado, quiere decir que se altera algo que vos pensaste mucho. Si uno es sensible a eso… tiene la gran virtud de tenerte despierto siempre, como alguien que tiene que estar pensando siempre nuevas circunstancias. Si vos hacés una planificación que hace 15 años que la vas manejando y no pasa nada…como si amoldaras todo…

Respecto a eso pensábamos la filosofía como el deseo de saber, de ir más allá siempre… y la planificación como eso a lo que siempre hay que volver para no perder el hilo de lo que uno pensó… Pero sin duda es diferente pensarla como una hoja de ruta, como decís vos.

Pasa que cada grupo es diferente. Hay todo un reparo institucional, si a vos te exigen en una institución cumplir a rajatabla tal o cual cosa, ahí tenés un problema de otro tenor. Tenés límites institucionales mucho más fuertes. Lo interesante es empezar a conquistar cierta libertad en lo que estás haciendo…sino prácticamente te convertís en un técnico que aplica cosas que otros decidieron que apliques. En cambio, si vos tenés más libertad como para controlar lo que está pasando en tu clase, ver dónde se descontrola, por decirlo así, o sea vos tenés capacidad de ir decidiendo los aspectos de tu clase y ver que pasan cosas diferentes a las que pensabas…eso tiene lo lindo de que cada clase va a ser distinta porque cada grupo es diferente. Si son grupos en los que se puede dialogar, en el que vos escuchás, se puede pensar juntos…vos sabés que cada clase es diferente a otra. Entonces cada planificación se va a ir reacomodando en función del grupo. Porque el grupo le va dando distintas vitalidades e impulsos. Y eso quizás sin traicionar tu idea central. Pero para eso tenés que tener una idea, un objetivo donde ponés las planificaciones, que no sea puntualmente una actividad concreta, o una lectura concreta, sino un objetivo de reflexión, de filosofar, de argumentar, de recorrer tales o cuales caminos nuevos, de ser sensible a los cambios…

¿Cómo le contarías a alguien que no es de filosofía qué es la filosofía?

No, no…(risas)… bueno ustedes saben que la manera más elegante de salir de este problema es que la pregunta sobre qué es la filosofía es una pregunta tradicional de la filosofía…Es un pensar el mundo, es un ámbito en el cual la clave es una reflexión cuidadosa sobre el mundo y tu realidad, sobre el mundo y la realidad…La filosofía tendría que permitirte… ser capaz de construir una mirada del mundo y una mirada que no es una mirada intencionada, o interesada por algún aspecto. Es una mirada como ávida de tratar de comprender y a su vez tratar de volver a preguntar. Bah, al fin de cuentas eso es la filosofía, preguntarte por qué y repreguntarte por qué… Ese interés de preguntarte, de estar en ese constante desnaturalizar lo obvio, descubrir supuestos, hacen que explores el mundo de una manera diferente. La filosofía tendría que despertar eso. Como casi un filosofar, como una actividad básicamente, y no como un conjunto de determinados saberes…Es más un recorrer el mundo de manera diferente…de… la que el mundo quiere. O sea, el mundo te impone sus tiempos, te impone sus obligaciones, te impone… lo que son sus éxitos, lo que son sus fracasos. Y sobre todo te controla. Te controla mucho. Te controla el tiempo. Tu tiempo. Y la filosofía tiene un tiempo del pensamiento que no es el tiempo de la circulación de la mercancía. La filosofía, digamos, tendría que tener de… potente… ser un lugar diferente para poder pensar la realidad en la que vivimos y pensarnos en la realidad en la que vivimos. Es como esta mirada por un lado profundamente intencionada y por otro lado profundamente inocente… es como combinar estas dos cualidades.

¿Se te ocurre alguna pregunta que no te hayamos hecho?

Y no, la verdad que me preguntaron bastante (risas).



(1) Editorial del Estante, Buenos Aires, 2008



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