¿Qué
es hacer filosofía hoy para sus actores?
Entrevisiones es un proyecto que entrevista a
quienes se dedican a hacer filosofía. Entendemos que la filosofía es una
práctica que se realiza en comunidad, acontece en distintos espacios, genera
nuevos caminos en los más diversos ámbitos. También representa un compromiso:
conocernos un poco más a nosotros mismos, y reconocer de qué manera nuestra
práctica y la forma en que la construimos vitalmente puede contribuir a la
cultura y a la educación: ¿De qué manera los filósofos hacemos lo que hacemos?
¿buscamos transformar algo a partir de ello? Por eso la pregunta que nos
convoca aquí es ¿Qué
es hacer filosofía hoy para sus actores? En ella intentamos recoger
narrativamente las respuestas de quienes han sido entrevistados en este
espacio. Buscamos saber de qué forma se piensan a sí mismos en relación con su
praxis filosófica, cómo la sitúan en el presente, en un espacio de acción y en una historia que
convoca diversas historias: la de su propia vida, la de la disciplina que eligieron,
la de su país.
Nuestro material “en bruto”, las
entrevistas, ya se encuentra mediado por las primeras inquietudes plasmadas en
los cuestionarios. A su vez, cada entrevistado interpretó las preguntas a su
manera, muchas veces en sintonía con algún propósito implícito de nuestra
parte. Otras veces los interrogantes funcionaron como disparadores de ideas y
datos inesperados. Y por supuesto, la sorpresa siempre ha sido bienvenida. A
todo esto, se suman las contingencias que hacen que cada encuentro sea
particular. Con todo, queremos aventurarnos a responder nuestra pregunta eje de
un modo fiel al discurso de cada protagonista. Y aunque pudiera sonar un poco
contradictorio, consideramos que en este trabajo, la fidelidad no descansa en
la repetición. El desafío es volver a la palabra de nuestros entrevistados pero
con el firme objetivo de resignificarla en torno a la cuestión que nos motiva,
que funciona como guía y motor de esta tarea.
La filosofía es
muchas cosas, entre ellas, una profesión. Ésta consiste, para muchos, en un
ejercicio de lectura y escritura inagotable, que se desarrolla en ámbitos de
especialización en los que las ideas se comunican, o en el mejor de los casos
se comparten y discuten junto con colegas igualmente especializados. Estos
espacios constituyen lo que de forma general se denomina “la Academia”. Los
filósofos refieren a ella tanto de manera positiva como peyorativa. En el
primer sentido, la Academia es un ámbito de trabajo y crecimiento
personal, en el cual la filosofía se desarrolla de modo profesional, en forma
rigurosa, metódica, regulada. Para quienes refieren a la Academia de manera
despectiva, esta praxis resulta insuficiente.
Para Alejandro
Cerletti, si bien la universidad ofrece un horizonte de lecturas fundamental,
las múltiples potencialidades de la filosofía actualmente se ven amenazadas por
condicionantes que provienen de la misma institución. Como por ejemplo, cuando
la exigencia de la altísima especialización, lleva a olvidar y menospreciar las
grandes preguntas filosóficas por parecer poco serias. Situación que inhibe el
diálogo filosófico, pues cada vez se nos hace más difícil conversar con otros
sobre el amor, la justicia o el ser humano. Los caminos del conocimiento se
bifurcan en miles de ramificaciones que habrán de transitarse en soledad, “como
si fueran cientos y cientos de trayectos que no se van a juntar”, grafica
Cerletti. En este sentido para él “hay que reconquistar la idea de que el
investigador tiene que ser filósofo”.
Este potencial diverso
de la filosofía no termina de encontrar lugar de discusión o de resolución en
el ámbito universitario, ya que la formación se centra principalmente en lo
disciplinar con vistas casi exclusivas a la investigación y la docencia. A su
vez, esto se vincula con cómo el saber filosófico teje o rompe relaciones con
otros ámbitos del conocimiento y de la sociedad: la sociología, la historia, la
economía, la política. Cuando el filósofo experimenta la interdisciplina, se
crea una especie de extranjería en su propia tierra, provocando una expulsión
del ámbito más estrictamente filosófico y generando situaciones de conflicto
con colegas que ven negativamente la participación en diversos campos: los
medios, la actividad política, la militancia feminista.
Según Federico
Penelas, esta es precisamente la tensión entre el “núcleo duro”, aquello que a
uno lo motivó a estudiar filosofía, el compromiso político, y la contingencia
del recorrido que efectivamente se realiza en la academia. E insiste, de manera
menos pesimista: los caminos de la filosofía, sus potencialidades,
se bifurcan de maneras curiosas - casi insospechadas. Pero el núcleo de ese
primer impulso siempre reaparece. Uno desarrolla una formación fuerte en
algunos aspectos, temas, autores, párrafos. Pero esa formación no es sino la
máscara con la que se reactualiza de modo inesperado ese impulso originario ¿O
podría sospechar alguien que la lógica y Rorty se volverían peronistas? Hacer
filosofía es hacerse cargo de los relatos y la historia, que permiten entender
y resignificar la emergencia de nuevos fenómenos. Al apurarlo con la pregunta,
Federico nos dice que “la filosofía es la disciplina que se ocupa de cómo las
cosas, en el sentido más general de la palabra, se relacionan, en el sentido
más general de la palabra, entre sí. Aunque su definición preferida, tomada de
Silvia Magnavacca, es que “la filosofía es una ardua, dura, terrible tarea de
explicitación de lo obvio.”
Este hilo
conductor de las múltiples potencialidades nos lleva también a María Luisa
Rubinelli, quien coincide con Cerletti en que la academia ofrece una muy buena
formación teórica, pero le critica el exceso de abstracción de los problemas y
la falta de compromiso e interés por las tradiciones y problemáticas locales,
que es justamente la apuesta y la potencialidad en la que ella ha incursionado.
Un vez establecida en Humahuaca, el creciente interés de Rubinelli por
desarrollar una filosofía situada, que no fuera una importación cultural con
visos de problemática atemporal y desarraigada, sino que estuviera compenetrada
con las historias, tradiciones y saberes regionales, la llevó a un
trasvasamiento de la filosofía. De allí en más, nos cuenta, su trabajo ha sido
el de ampliar los márgenes de la filosofía para conformar un pensamiento más
complejo y mixto, que incorpore tanto la interdisciplinariedad entre la
lingüística, la literatura, la historia y la antropología, como la interculturalidad,
agregando en el seno de esas disciplinas al pensamiento andino y
latinoamericano. Pero esto conlleva las dificultades de trabajar desde cierta
periferia respecto de la cultura de las grandes urbes, de la mayoría de los
programas y nichos de investigación universitarios, y de la canonización misma
del pensamiento por parte de una tradición heredada y consolidada en las
instituciones vigentes. También requiere hacerle frente a la falta de apoyo
institucional, de material impreso, de circuitos de divulgación con mayor
llegada, y fundamentalmente al poco interés de quienes son influyentes en esas
áreas para con las tradiciones y saberes locales u originarios. Como
contrapartida, Rubinelli rescata mucho el esfuerzo de quienes en pequeño número
emprenden esta tarea, permeada por actores de procedencias no universitarias de
formación, y resalta la necesidad del acompañamiento y apoyo mutuo, como así
también, pese al panorama adverso mencionado, el creciente interés y
participación entre los jóvenes en los proyectos y grupos de desarrollo de esta
veta filosófica.
Estas y otras
vicisitudes forman parte de las condiciones de posibilidad de la práctica
filosófica. En palabras de Juan Carlos Alby, también “en la academia hay que
sobrevivir”: se trata de una supervivencia impuesta tanto a docentes como
estudiantes, quienes compiten entre sí por alcanzar y sostener espacios y
cargos académicos dentro de límites burocráticos. El pensamiento se ve así
condicionado, y también la vida personal, tal como en otro sentido nos decía
Diana Maffía. Ella nos refería a ciertos renunciamientos asumidos por los
propios actores: a una vida social más diversa, a disfrutar del ocio, a
enamorarse, tener hijos. Si bien no es una renuncia vivida exclusivamente por
el profesional de la filosofía, hace notar cómo, hasta hace algunos años, estas
formas de trabajo marcaban diferencias fundamentales entre hombres y mujeres en
los ámbitos de investigación.
Mario Caimi
considera que su mayor contribución a la filosofía significó renunciar a la
vida por fuera de la academia: paseos, familia, vacaciones. Realizar su
traducción de la Crítica de la Razón Pura de Kant lo llevó a
desequilibrar su propia vida, con la posibilidad de desequilibrar la del resto.
En términos más generales, Caimi define el trabajo filosófico como una
labor compleja en la que cada uno realiza pequeñas contribuciones y luego con
todas ellas alguien construye una gran obra: “Como si uno produjera ladrillos y
luego va a venir otro y va a hacer un edificio”. Actualmente por un lado
aparece esa realidad de la filosofía, contribuciones fructíferas que se
aprecian en los congresos, en la universidad, que muestran una vitalidad muy
grande, no solo en nuestro país sino además en el resto del mundo. Pero por
otro lado, observa que una “gran filosofía sólida, increíble,
deslumbrante es muy escasa, como lo fue siempre”: Las
contribuciones que podemos hacer a la praxis filosófica hoy son humildes pero
significativas. Dedicarse a los grandes genios, a esos gigantes, permite ver
desde ellos, observar desde sus hombros sobre los que nos paramos el panorama y
así enriquecerse.
Si la filosofía
es un trabajo, también es posible pensar otras posibilidades de inserción,
donde la tarea del filósofo se vuelve más amplia y también se reconoce como
necesaria para el ámbito social. La amplitud de posibilidades que sugieren los
perfiles institucionales -pero que se ejercen escasamente- son vivenciadas por
nuestros entrevistados como un compromiso filosófico y político. Podemos poner
algunos ejemplos, como el trabajo de Alby en la Comisión Provincial de Bioética
en relación a los ensayos clínicos de drogas en pacientes o la discusión de
Maffía en la Legislatura de Buenos Aires que dio lugar a una ley sobre el mismo
tema.
Otra forma de hacer filosofía hoy es
la divulgación, que se sustenta en una cierta manera de entender la filosofía.
Para Dario Z. la filosofía es “algo que puede ser apropiado por cualquier
persona, porque es una de las tantas facetas que tenemos los seres humanos:
plantear cuestiones, pensar.” Por ello considera que la divulgación como una de
las partes de la filosofía, -además de la docencia y la investigación- retoma
esa vocación originaria de la filosofía que es la de analizar, pensar,
cuestionar lo que se nos presenta. En este sentido, afirma que “la filosofía no
es algo sólo para especialistas”, sino “una forma de pensar de la que todos los
seres humanos disponemos.”. Sin embargo, desde una perspectiva que valora
la productividad, la reflexión filosófica es considerada un saber inútil, una
pérdida de tiempo. Por eso Sztrajraber promueve la praxis de la filosofía como
DIVULGACIÓN. A través de la ficción, la música, la radio y el arte busca
enriquecer la palabra filosófica.
Para él “en el mundo de la filosofía
cohabitan tres formas, tres dimensiones que son la investigación, la docencia y
la divulgación.” Cada una de éstas tiene su propia lógica, sus propósitos, sus
prácticas. Sin embargo, surgen problemas cuando se evalúa alguna de esas
dimensiones mediante parámetros de las otras: de ahí que la divulgación y la
docencia sean formas de hacer filosofía menospreciadas, desde la cima de la
investigación. La divulgación como forma de hacer filosofía actualmente se
relaciona íntimamente con ser educador, con hacer docencia. Contrariamente a lo
que se piensa, hacer divulgación exige conocer muy bien los temas, los autores,
los sucesos para luego poder expresarlos de múltiples formas para que sean
comprendidos”.
Así, la praxis filosófica es también
una praxis pedagógica y esto adquiere para cada entrevistado una significación
particular. Para Diana Maffia es una actitud pedagógica que se ejerce en
distintos ámbitos, que busca plantear un problema, desnaturalizar lo obvio,
mostrar que hay otras perspectivas bajo lo que se muestra como un único modo de
ver las cosas. Para Alby se relaciona con una transmisión de algo más que un
contenido estricto: con compartir una experiencia y una manera de ver el mundo,
eso que a uno le ayudó a ver la realidad de otra manera. En el caso de Candioti,
tiene que ver con suscitar la pregunta filosófica. O con enfrentar el desafío
que nos planteaba Rubinelli: cómo hacer para no seguir homogeneizando
subjetividades.
En cuanto a Alejandro Cerletti, la
educación fue el espacio donde encontró un modo más vital de hacer filosofía.
La investigación reorientaba las grandes preguntas de la filosofía a un pequeño
segmento de la obra de un pensador. La docencia parecía tener poco margen para
escapar a la transmisión de un saber ya pensado. ¿Dónde hallar entonces, la
potencia de un pensamiento que cuestiona su presente y que se hace con otros,
por la sola razón de querer pensar juntos? ¿Qué espacio político, de
transformación, quedaba para la filosofía academizada? Sería en un ámbito no
reconocido como objeto de indagación filosófica: la educación. Práctica
cotidiana naturalizada y poco cuestionada por la filosofía, la educación es el
dispositivo ideológico por excelencia del Estado para formar ciudadanos y
reproducir la cultura existente, lugar de "expectativas de logro" y
medición de los fracasos. Pero también ámbito de acontecimiento.
Oportunidad única para la producción de pequeñas rupturas. Es en el aula donde
se produce este extraño encuentro entre extraños que han de disponerse a
reflexionar juntos e intentar ser algo filósofos. ¿Pensar qué? ¿Para qué?
“Pensar para decidir nuestro destino común material, simbólico y cultural”,
dice Cerletti. Pensar y enseñar desde una apuesta que siempre es política:
"uno imagina que el mundo merece ser cambiado, no ser reproducido tal cual
está". Por eso expresa que el papel del profesor en esa formación es
fundamental, él debe ser un profesor – filósofo. En esa praxis pedagógico-
filosófica se juega nada menos que la producción de la subjetividad.
Y acaso podemos preguntarnos: ¿no es
la educación inherente a la praxis filosófica?
María Elena Candioti no vacila en
responder: “no necesariamente”. Su respuesta, quizá, está signada por ese tipo
de convicciones que generan los años: “yo creo que no hay una única manera de
hacer filosofía, ni una definición única de lo que es hacer filosofía”. Sin
embargo, su entrevista permite ir delimitando algunas marcas características
que podrían atribuirse a una práxis filosófica.
Una de esas marcas es lo que denomina
“entusiasmo filosófico (…) la posibilidad de abrir algún tipo
de problemas”. La filosofía es el lugar de la apertura: de los interrogantes,
de los problemas, de la discusión. Y en este sentido dice: “se aprende tanto de
los libros como de la clase, aunque parezca algo extraño lo que digo, (…) la
pregunta del alumno, el cuestionamiento de los temas, es un motor
irreemplazable”. Gran parte del esfuerzo de su entrevista es dilucidar este
concepto de “entusiasmo filosófico”, es decir, qué es preguntar y cómo,
preguntando, inaugurar un problema. En primer lugar, esa pregunta se opone a la
enseñanza como mera trasmisión: no hay pregunta sin irrupción del otro. Pero
más sutilmente se opone a cierta mayéutica en la enseñanza, donde la pregunta
es el monopolio del profesor: si hay preguntar hay irrupción del pensamiento del otro.
Segunda nota de la filosofía: filosofar es tener el valor de pensar por uno
mismo. “La cuestión es estar realmente preparado para la pregunta no prevista.
Y “preparado” no quiere decir tener la respuesta lista, sino tener escucha”. Tercera nota: la filosofía es actitud
crítica, es tomar distancia para discernir. Pero no un discernir pasivo, sino
un discernir para actuar, para asumir el compromiso resultante de esa mirada
crítica: cuarta nota, la filosofía es asumir la responsabilidad de las
consecuencias éticas y políticas que se siguen de nuestra mirada crítica. ¿Son
estas marcas propias de la enseñanza o de la filosofía? En su relato, Candioti
nos habla de la apertura desde el lugar de la enseñanza (y con mucha más razón
del que enseña filosofía) y de la mirada crítica y el compromiso desde la
filosofía. Pero es claro que la línea que separa una y otra es difusa: es el
ejercicio filosófico por excelencia inaugurar problemas, la apertura del
sentido; y no parece menos esencial a la enseñanza (al menos como la
entrevistada ve su propia experiencia) la actitud crítica y comprometida. Quizá
porque ambas comparten una nota en común: para nuestra entrevistada, si
acontece la enseñanza como acontece la filosofía, es porque irrumpe el “pensar
por uno mismo”. La enseñanza es de hecho, para la filosofía, el lugar
privilegiado donde esta irrupción del pensamiento puede acontecer.
Para Horacio Banega, la filosofía
parece oscilar entre dos características. Por un lado, resulta ser un trabajo
más, un oficio. En este sentido se muestra como una actividad casi
prescindible, circunstancial, impersonal. Pero por otro lado, la disciplina
filosófica es nada más ni nada menos que una forma de vida, una actividad
placentera, un punto de encuentro. Estas dos concepciones se superponen cuando
comprendemos que sí es una actividad prescindible, pero por gusto la elegimos
día a día. Citando a Banega: “…hay algo con la institución académica que es ‘yo
de acá me voy, yo acá no estoy’…hasta que en un momento dije “no, yo acá
estoy”, y empecé a intentar hacer una diferencia. Entonces mi relación con la
academia… es algo tipo “bueno, yo a esto podría dejarlo, podría hacer otra
cosa”… Pero lo que pasa es que me gusta esto.”
Desde el comienzo nos vimos embarcados en una cuestión más ambiciosa: ¿Qué rol
tiene el hacer filosofía en la transformación del mundo? Esta pregunta nos
invita a pensar la discutida relación entre teoría y praxis. Al respecto,
nuestro entrevistado no vacila en contestar que es la praxis la que tiene
que mandar; no la teoría: “Lo que hay que hacer lo va a marcar la praxis.” Y
continúa: “…en ese punto la filosofía debería empezarse a pensar como práctica,
que es esto de reunirse, discutir, intercambiar, socializar, restaurar
comunidades, sociabilidades, formas de subjetivación. Pero son prácticas, no
solamente teorías. Entonces en ese punto pensar a la filosofía (y ahí me pongo
bajo la égida del maestro Husserl en Crisis) es una
práctica teórica.”. Con esto, si comprendemos la tarea de transformación del
mundo como una cuestión normativa, podemos arriesgar un razonamiento (cuasi
silogístico) y afirmar que cada uno que hace filosofía debería procurar hacer
una práctica teórica con sus implicancias: debates, intercambios, relaciones
sociales, etc.
En línea con esto, buscamos que
nuestros entrevistados tematicen su propia praxis en relación con un plano
político, porque entendemos que estamos inmersos en un cierto contexto, y que
la tarea que realizamos de alguna forma trastoca nuestras propias realidades y
las de todos. Si a nosotros mismos estudiar filosofía nos pudo haber cambiado
de manera más o menos radical: ¿cómo no pensar que pasa lo mismo con otros, y
qué podemos hacer para que esta transformación se transfiera al todo social?
¿De qué manera puede pensarse y realizarse esta transferencia?
En ninguna otra historia de vida como
en la de Manuel Navarro se expresa la imagen de la filosofía de Hegel, esta
lechuza de Minerva que emprende su vuelo cuando el día ya ha terminado. Y no es
solamente por el hecho de que las cosas deban sucederse y acontecer
efectivamente para poder comprenderlas; es que hay momentos tan críticos en la
historia -y las dictaduras militares sin duda lo son-, historia de la que somos
hijos, en los que ni siquiera contamos con el margen de tiempo para pensar. Son
circunstancias límite que reclaman con urgencia tomar decisiones y actuar. Si
algo quedaba por decir en el '66 y en los turbulentos años que siguieron frente
al nivel de violencia política y social que se estaba viviendo en nuestro país,
la filosofía y la universidad se habían quedado sin palabras. El discurso, la
crítica como herramienta, había encontrado un límite. Aunque la reflexión sobre
los modos vendría mucho después, la intuición en ese momento fue que la
filosofía debía necesariamente vincularse con lo político. A partir de allí
comienza una vida de peligros, militancia, ilegalidad y prisiones, que sólo
hallará calma con la vuelta a la democracia en el '83. Manuel asume el gesto
filosófico de cuestionarse a sí mismo en un momento en que no había lugar para
cuestionamientos: “lo que hicimos nosotros fue una locura”, dice, pensando en
el asalto al tren del Banco Nación, la doble vida que llevó con sus compañeros
en la clandestinidad, la participación en la fuga de Rawson o la experiencia de
tener consigo un arma. Manuel nos dice que hacer filosofía es intentar generar
una apertura. No es tanto la reflexión sobre lo dado en el presente, sino sólo
en tanto ella nos sirve para pensar lo posible; aquello que aún no es, pero
puede ser. El gesto filosófico no busca convencer al otro, ni “formarlo”, sino
remover el suelo de las certezas. La formación se da siempre dentro de ciertos
encasillamientos, ciertos módulos que no promueven ninguna apertura; su
intención es la de repetir lo Mismo. Y la filosofía, en cambio, busca lo
contrario: producir una diferencia.
Consideraciones finales
El escenario está plagado de
posibilidades, pero esa riqueza, a la vez, es frágil e impredecible. ¿Qué es lo
que está disponible hoy para cada uno de nosotros? ¿Qué podemos pensar y qué
podemos hacer? ¿Dónde encontramos los límites concretos; dónde los de la
imaginación? Si nos situamos en nuestro propio hacer filosófico, observamos que
hay caminos delimitados, marcados, sugeridos. Somos formados para transitar
esos caminos y renovar una y otra vez su huella. Si existen tantas temáticas
sin investigarse: ¿Cuántos modos aún no explorados de hacer y vivir la
filosofía habrá?
Por eso una tarea actual puede ser la
de releer la historia de la filosofía atendiendo a aquellas problemáticas
ignoradas o reprimidas por ella misma. Releer a los grandes pensadores del
pasado desde una axiomática diferente, partiendo del principio de que no hay un
sentido unívoco. Pensar desde el sinsentido y la equivocidad, desde la
posibilidad de múltiples significados igualmente válidos: ¿Es esto posible?
La filosofía, según los relatos aquí
compartidos, nos permite construir una mirada diferente sobre el mundo. Mirada
no intencionada ni interesada, pues no va hacia ese mundo a la búsqueda de
confirmar principios ya aceptados: “Es una mirada como ávida de tratar de
comprender y a su vez tratar de volver a preguntar”, nos decía A. Cerletti,
como si la misma puerta que se abre con la pregunta fuese aquella por donde se
nos escapa la respuesta. Si hay un interés en la interrogación, una intención,
es la de descubrir los supuestos que sostienen a las cosas en la superficie de
lo visible, el intento de ver más allá de lo obvio. Su profunda intención y su
profunda inocencia, tales son las cualidades de la indagación filosófica. En un
mundo que cuestiona toda actividad humana que no se ciña a la lógica de
producción capitalista, detenerse en el tiempo de la reflexión es un acto de
libertad.
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