lunes, 6 de febrero de 2017

¿Qué es hacer filosofía hoy para sus actores?


 ¿Qué es hacer filosofía hoy para sus actores?

Entrevisiones es un proyecto que entrevista a quienes se dedican a hacer filosofía. Entendemos que la filosofía es una práctica que se realiza en comunidad, acontece en distintos espacios, genera nuevos caminos en los más diversos ámbitos. También representa un compromiso: conocernos un poco más a nosotros mismos, y reconocer de qué manera nuestra práctica y la forma en que la construimos vitalmente puede contribuir a la cultura y a la educación: ¿De qué manera los filósofos hacemos lo que hacemos? ¿buscamos transformar algo a partir de ello? Por eso la pregunta que nos convoca aquí es ¿Qué es hacer filosofía hoy para sus actores? En ella intentamos recoger narrativamente las respuestas de quienes han sido entrevistados en este espacio. Buscamos saber de qué forma se piensan a sí mismos en relación con su praxis filosófica, cómo la sitúan en el presente, en un espacio de acción y en una historia que convoca diversas historias: la de su propia vida, la de la disciplina que eligieron, la de su país.
Nuestro material “en bruto”, las entrevistas, ya se encuentra mediado por las primeras inquietudes plasmadas en los cuestionarios. A su vez, cada entrevistado interpretó las preguntas a su manera, muchas veces en sintonía con algún propósito implícito de nuestra parte. Otras veces los interrogantes funcionaron como disparadores de ideas y datos inesperados. Y por supuesto, la sorpresa siempre ha sido bienvenida. A todo esto, se suman las contingencias que hacen que cada encuentro sea particular. Con todo, queremos aventurarnos a responder nuestra pregunta eje de un modo fiel al discurso de cada protagonista. Y aunque pudiera sonar un poco contradictorio, consideramos que en este trabajo, la fidelidad no descansa en la repetición. El desafío es volver a la palabra de nuestros entrevistados pero con el firme objetivo de resignificarla en torno a la cuestión que nos motiva, que funciona como guía y motor de esta tarea.


La filosofía es muchas cosas, entre ellas, una profesión. Ésta consiste, para muchos, en un ejercicio de lectura y escritura inagotable, que se desarrolla en ámbitos de especialización en los que las ideas se comunican, o en el mejor de los casos se comparten y discuten junto con colegas igualmente especializados. Estos espacios constituyen lo que de forma general se denomina “la Academia”. Los filósofos refieren a ella tanto de manera positiva como peyorativa. En el primer sentido, la Academia  es un ámbito de trabajo y crecimiento personal, en el cual la filosofía se desarrolla de modo profesional, en forma rigurosa, metódica, regulada. Para quienes refieren a la Academia de manera despectiva, esta praxis resulta insuficiente.
Para Alejandro Cerletti, si bien la universidad ofrece un horizonte de lecturas fundamental, las múltiples potencialidades de la filosofía actualmente se ven amenazadas por condicionantes que provienen de la misma institución. Como por ejemplo, cuando la exigencia de la altísima especialización, lleva a olvidar y menospreciar las grandes preguntas filosóficas por parecer poco serias. Situación que inhibe el diálogo filosófico, pues cada vez se nos hace más difícil conversar con otros sobre el amor, la justicia o el ser humano. Los caminos del conocimiento se bifurcan en miles de ramificaciones que habrán de transitarse en soledad, “como si fueran cientos y cientos de trayectos que no se van a juntar”, grafica Cerletti. En este sentido para él “hay que reconquistar la idea de que el investigador tiene que ser filósofo”.
Este potencial diverso de la filosofía no termina de encontrar lugar de discusión o de resolución en el ámbito universitario, ya que la formación se centra principalmente en lo disciplinar con vistas casi exclusivas a la investigación y la docencia. A su vez, esto se vincula con cómo el saber filosófico teje o rompe relaciones con otros ámbitos del conocimiento y de la sociedad: la sociología, la historia, la economía, la política. Cuando el filósofo experimenta la interdisciplina, se crea una especie de extranjería en su propia tierra, provocando una expulsión del ámbito más estrictamente filosófico y generando situaciones de conflicto con colegas que ven negativamente la participación en diversos campos: los medios, la actividad política, la militancia feminista.
Según Federico Penelas, esta es precisamente la tensión entre el “núcleo duro”, aquello que a uno lo motivó a estudiar filosofía, el compromiso político, y la contingencia del recorrido que efectivamente se realiza en la academia. E insiste, de manera menos pesimista: los caminos de la filosofía, sus potencialidades, se bifurcan de maneras curiosas - casi insospechadas. Pero el núcleo de ese primer impulso siempre reaparece. Uno desarrolla una formación fuerte en algunos aspectos, temas, autores, párrafos. Pero esa formación no es sino la máscara con la que se reactualiza de modo inesperado ese impulso originario ¿O podría sospechar alguien que la lógica y Rorty se volverían peronistas? Hacer filosofía es hacerse cargo de los relatos y la historia, que permiten entender y resignificar la emergencia de nuevos fenómenos. Al apurarlo con la pregunta, Federico nos dice que “la filosofía es la disciplina que se ocupa de cómo las cosas, en el sentido más general de la palabra, se relacionan, en el sentido más general de la palabra, entre sí. Aunque su definición preferida, tomada de Silvia Magnavacca, es que “la filosofía es una ardua, dura, terrible tarea de explicitación de lo obvio.”
Este hilo conductor de las múltiples potencialidades nos lleva también a María Luisa Rubinelli, quien coincide con Cerletti en que la academia ofrece una muy buena formación teórica, pero le critica el exceso de abstracción de los problemas y la falta de compromiso e interés por las tradiciones y problemáticas locales, que es justamente la apuesta y la potencialidad en la que ella ha incursionado. Un vez  establecida en Humahuaca, el creciente interés de Rubinelli por desarrollar una filosofía situada, que no fuera una importación cultural con visos de problemática atemporal y desarraigada, sino que estuviera compenetrada con las historias, tradiciones y saberes regionales, la llevó a un trasvasamiento de la filosofía. De allí en más, nos cuenta, su trabajo ha sido el de ampliar los márgenes de la filosofía para conformar un pensamiento más complejo y mixto, que incorpore tanto la interdisciplinariedad entre la lingüística, la literatura, la historia y la antropología, como la interculturalidad, agregando en el seno de esas disciplinas al pensamiento andino y latinoamericano. Pero esto conlleva las dificultades de trabajar desde cierta periferia respecto de la cultura de las grandes urbes, de la mayoría de los programas y nichos de investigación universitarios, y de la canonización misma del pensamiento por parte de una tradición heredada y consolidada en las instituciones vigentes. También requiere hacerle frente a la falta de apoyo institucional, de material impreso, de circuitos de divulgación con mayor llegada, y fundamentalmente al poco interés de quienes son influyentes en esas áreas para con las tradiciones y saberes locales u originarios. Como contrapartida, Rubinelli rescata mucho el esfuerzo de quienes en pequeño número emprenden esta tarea, permeada por actores de procedencias no universitarias de formación, y resalta la necesidad del acompañamiento y apoyo mutuo, como así también, pese al panorama adverso mencionado, el creciente interés y participación entre los jóvenes en los proyectos y grupos de desarrollo de esta veta filosófica.
Estas y otras vicisitudes forman parte de las condiciones de posibilidad de la práctica filosófica. En palabras de Juan Carlos Alby, también “en la academia hay que sobrevivir”: se trata de una supervivencia impuesta tanto a docentes como estudiantes, quienes compiten entre sí por alcanzar y sostener espacios y cargos académicos dentro de límites burocráticos. El pensamiento se ve así condicionado, y también la vida personal, tal como en otro sentido nos decía Diana Maffía. Ella nos refería a ciertos renunciamientos asumidos por los propios actores: a una vida social más diversa, a disfrutar del ocio, a enamorarse, tener hijos. Si bien no es una renuncia vivida exclusivamente por el profesional de la filosofía, hace notar cómo, hasta hace algunos años, estas formas de trabajo marcaban diferencias fundamentales entre hombres y mujeres en los ámbitos de investigación.
Mario Caimi considera que su mayor contribución a la filosofía significó renunciar a la vida por fuera de la academia: paseos, familia, vacaciones. Realizar su traducción de la Crítica de la Razón Pura de Kant lo llevó a desequilibrar su propia vida, con la posibilidad de desequilibrar la del resto. En términos más generales, Caimi define el trabajo filosófico como  una labor compleja en la que cada uno realiza pequeñas contribuciones y luego con todas ellas alguien construye una gran obra: “Como si uno produjera ladrillos y luego va a venir otro y va a hacer un edificio”. Actualmente por un lado aparece esa realidad de la filosofía, contribuciones fructíferas que se aprecian en los congresos, en la universidad, que muestran una vitalidad muy grande, no solo en nuestro país sino además en el resto del mundo. Pero por otro lado, observa que una “gran filosofía  sólida, increíble, deslumbrante es  muy escasa, como lo fue siempre”: Las contribuciones que podemos hacer a la praxis filosófica hoy son humildes pero significativas. Dedicarse a los grandes genios, a esos gigantes, permite ver desde ellos, observar desde sus hombros sobre los que nos paramos el panorama y así enriquecerse.
Si la filosofía es un trabajo, también es posible pensar otras posibilidades de inserción, donde la tarea del filósofo se vuelve más amplia y también se reconoce como necesaria para el ámbito social. La amplitud de posibilidades que sugieren los perfiles institucionales -pero que se ejercen escasamente- son vivenciadas por nuestros entrevistados como un compromiso filosófico y político. Podemos poner algunos ejemplos, como el trabajo de Alby en la Comisión Provincial de Bioética en relación a los ensayos clínicos de drogas en pacientes o la discusión de Maffía en la Legislatura de Buenos Aires que dio lugar a una ley sobre el mismo tema.

Otra forma de hacer filosofía hoy es la divulgación, que se sustenta en una cierta manera de entender la filosofía. Para Dario Z. la filosofía es “algo que puede ser apropiado por cualquier persona, porque es una de las tantas facetas que tenemos los seres humanos: plantear cuestiones, pensar.” Por ello considera que la divulgación como una de las partes de la filosofía, -además de la docencia y la investigación- retoma esa vocación originaria de la filosofía que es la de analizar, pensar, cuestionar lo que se nos presenta. En este sentido, afirma que “la filosofía no es algo sólo para especialistas”, sino “una forma de pensar de la que todos los seres humanos disponemos.”. Sin embargo, desde una perspectiva que valora  la productividad, la reflexión filosófica es considerada un saber inútil, una pérdida de tiempo. Por eso Sztrajraber promueve la praxis de la filosofía como DIVULGACIÓN. A través de la ficción, la música, la radio y el arte busca enriquecer la palabra filosófica.
Para él “en el mundo de la filosofía cohabitan tres formas, tres dimensiones que son la investigación, la docencia y la divulgación.” Cada una de éstas tiene su propia lógica, sus propósitos, sus prácticas. Sin embargo, surgen problemas cuando se evalúa alguna de esas dimensiones mediante parámetros de las otras: de ahí que la divulgación y la docencia sean formas de hacer filosofía menospreciadas, desde la cima de la investigación. La divulgación como forma de hacer filosofía actualmente se relaciona íntimamente con ser educador, con hacer docencia. Contrariamente a lo que se piensa, hacer divulgación exige conocer muy bien los temas, los autores, los sucesos para luego poder expresarlos de múltiples formas para que sean comprendidos”.

Así, la praxis filosófica es también una praxis pedagógica y esto adquiere para cada entrevistado una significación particular. Para Diana Maffia es una actitud pedagógica que se ejerce en distintos ámbitos, que busca plantear un problema, desnaturalizar lo obvio, mostrar que hay otras perspectivas bajo lo que se muestra como un único modo de ver las cosas. Para Alby se relaciona con una transmisión de algo más que un contenido estricto: con compartir una experiencia y una manera de ver el mundo, eso que a uno le ayudó a ver la realidad de otra manera. En el caso de Candioti, tiene que ver con suscitar la pregunta filosófica. O con enfrentar el desafío que nos planteaba Rubinelli: cómo hacer para no seguir homogeneizando subjetividades.
En cuanto a Alejandro Cerletti, la educación fue el espacio donde encontró un modo más vital de hacer filosofía. La investigación reorientaba las grandes preguntas de la filosofía a un pequeño segmento de la obra de un pensador. La docencia parecía tener poco margen para escapar a la transmisión de un saber ya pensado. ¿Dónde hallar entonces, la potencia de un pensamiento que cuestiona su presente y que se hace con otros, por la sola razón de querer pensar juntos? ¿Qué espacio político, de transformación, quedaba para la filosofía academizada? Sería en un ámbito no reconocido como objeto de indagación filosófica: la educación. Práctica cotidiana naturalizada y poco cuestionada por la filosofía, la educación es el dispositivo ideológico por excelencia del Estado para formar ciudadanos y reproducir la cultura existente, lugar de "expectativas de logro" y medición de los fracasos. Pero también ámbito de acontecimiento. Oportunidad única para la producción de pequeñas rupturas. Es en el aula donde se produce este extraño encuentro entre extraños que han de disponerse a reflexionar juntos e intentar ser algo filósofos. ¿Pensar qué? ¿Para qué? “Pensar para decidir nuestro destino común material, simbólico y cultural”, dice Cerletti. Pensar y enseñar desde una apuesta que siempre es política: "uno imagina que el mundo merece ser cambiado, no ser reproducido tal cual está". Por eso expresa que el papel del profesor en esa formación es fundamental, él debe ser un profesor – filósofo. En esa praxis pedagógico- filosófica se juega nada menos que la producción de la subjetividad.
Y acaso podemos preguntarnos: ¿no es la educación inherente a la praxis filosófica?
María Elena Candioti no vacila en responder: “no necesariamente”. Su respuesta, quizá, está signada por ese tipo de convicciones que generan los años: “yo creo que no hay una única manera de hacer filosofía, ni una definición única de lo que es hacer filosofía”. Sin embargo, su entrevista permite ir delimitando algunas marcas características que podrían atribuirse a una práxis filosófica.
Una de esas marcas es lo que denomina “entusiasmo filosófico (…) la posibilidad de abrir algún tipo de problemas”. La filosofía es el lugar de la apertura: de los interrogantes, de los problemas, de la discusión. Y en este sentido dice: “se aprende tanto de los libros como de la clase, aunque parezca algo extraño lo que digo, (…) la pregunta del alumno, el cuestionamiento de los temas, es un motor irreemplazable”. Gran parte del esfuerzo de su entrevista es dilucidar este concepto de “entusiasmo filosófico”, es decir, qué es preguntar y cómo, preguntando, inaugurar un problema. En primer lugar, esa pregunta se opone a la enseñanza como mera trasmisión: no hay pregunta sin irrupción del otro. Pero más sutilmente se opone a cierta mayéutica en la enseñanza, donde la pregunta es el monopolio del profesor: si hay preguntar hay irrupción del pensamiento del otro. Segunda nota de la filosofía: filosofar es tener el valor de pensar por uno mismo. “La cuestión es estar realmente preparado para la pregunta no prevista. Y “preparado” no quiere decir tener la respuesta lista, sino tener escucha”. Tercera nota: la filosofía es actitud crítica, es tomar distancia para discernir. Pero no un discernir pasivo, sino un discernir para actuar, para asumir el compromiso resultante de esa mirada crítica: cuarta nota, la filosofía es asumir la responsabilidad de las consecuencias éticas y políticas que se siguen de nuestra mirada crítica. ¿Son estas marcas propias de la enseñanza o de la filosofía? En su relato, Candioti nos habla de la apertura desde el lugar de la enseñanza (y con mucha más razón del que enseña filosofía) y de la mirada crítica y el compromiso desde la filosofía. Pero es claro que la línea que separa una y otra es difusa: es el ejercicio filosófico por excelencia inaugurar problemas, la apertura del sentido; y no parece menos esencial a la enseñanza (al menos como la entrevistada ve su propia experiencia) la actitud crítica y comprometida. Quizá porque ambas comparten una nota en común: para nuestra entrevistada, si acontece la enseñanza como acontece la filosofía, es porque irrumpe el “pensar por uno mismo”. La enseñanza es de hecho, para la filosofía, el lugar privilegiado donde esta irrupción del pensamiento puede acontecer.
Para Horacio Banega, la filosofía parece oscilar entre dos características. Por un lado, resulta ser un trabajo más, un oficio. En este sentido se muestra como una actividad casi prescindible, circunstancial, impersonal. Pero por otro lado, la disciplina filosófica es nada más ni nada menos que una forma de vida, una actividad placentera, un punto de encuentro. Estas dos concepciones se superponen cuando comprendemos que sí es una actividad prescindible, pero por gusto la elegimos día a día. Citando a Banega: “…hay algo con la institución académica que es ‘yo de acá me voy, yo acá no estoy’…hasta que en un momento dije “no, yo acá estoy”, y empecé a intentar hacer una diferencia. Entonces mi relación con la academia… es algo tipo “bueno, yo a esto podría dejarlo, podría hacer otra cosa”… Pero lo que pasa es que me gusta esto.”
                Desde el comienzo nos vimos embarcados en una cuestión más ambiciosa: ¿Qué rol tiene el hacer filosofía en la transformación del mundo? Esta pregunta nos invita a pensar la discutida relación entre teoría y praxis. Al respecto, nuestro entrevistado no vacila en contestar que es la praxis la que  tiene que mandar; no la teoría: “Lo que hay que hacer lo va a marcar la praxis.” Y continúa: “…en ese punto la filosofía debería empezarse a pensar como práctica, que es esto de reunirse, discutir, intercambiar, socializar, restaurar comunidades, sociabilidades, formas de subjetivación. Pero son prácticas, no solamente teorías. Entonces en ese punto pensar a la filosofía (y ahí me pongo bajo la égida del maestro Husserl en Crisis) es una práctica teórica.”. Con esto, si comprendemos la tarea de transformación del mundo como una cuestión normativa, podemos arriesgar un razonamiento (cuasi silogístico) y afirmar que cada uno que hace filosofía debería procurar hacer una práctica teórica con sus implicancias: debates, intercambios, relaciones sociales, etc.

En línea con esto, buscamos que nuestros entrevistados tematicen su propia praxis en relación con un plano político, porque entendemos que estamos inmersos en un cierto contexto, y que la tarea que realizamos de alguna forma trastoca nuestras propias realidades y las de todos. Si a nosotros mismos estudiar filosofía nos pudo haber cambiado de manera más o menos radical: ¿cómo no pensar que pasa lo mismo con otros, y qué podemos hacer para que esta transformación se transfiera al todo social? ¿De qué manera puede pensarse y realizarse esta transferencia?
En ninguna otra historia de vida como en la de Manuel Navarro se expresa la imagen de la filosofía de Hegel, esta lechuza de Minerva que emprende su vuelo cuando el día ya ha terminado. Y no es solamente por el hecho de que las cosas deban sucederse y acontecer efectivamente para poder comprenderlas; es que hay momentos tan críticos en la historia -y las dictaduras militares sin duda lo son-, historia de la que somos hijos, en los que ni siquiera contamos con el margen de tiempo para pensar. Son circunstancias límite que reclaman con urgencia tomar decisiones y actuar. Si algo quedaba por decir en el '66 y en los turbulentos años que siguieron frente al nivel de violencia política y social que se estaba viviendo en nuestro país, la filosofía y la universidad se habían quedado sin palabras. El discurso, la crítica como herramienta, había encontrado un límite. Aunque la reflexión sobre los modos vendría mucho después, la intuición en ese momento fue que la filosofía debía necesariamente vincularse con lo político. A partir de allí comienza una vida de peligros, militancia, ilegalidad y prisiones, que sólo hallará calma con la vuelta a la democracia en el '83. Manuel asume el gesto filosófico de cuestionarse a sí mismo en un momento en que no había lugar para cuestionamientos: “lo que hicimos nosotros fue una locura”, dice, pensando en el asalto al tren del Banco Nación, la doble vida que llevó con sus compañeros en la clandestinidad, la participación en la fuga de Rawson o la experiencia de tener consigo un arma. Manuel nos dice que hacer filosofía es intentar generar una apertura. No es tanto la reflexión sobre lo dado en el presente, sino sólo en tanto ella nos sirve para pensar lo posible; aquello que aún no es, pero puede ser. El gesto filosófico no busca convencer al otro, ni “formarlo”, sino remover el suelo de las certezas. La formación se da siempre dentro de ciertos encasillamientos, ciertos módulos que no promueven ninguna apertura; su intención es la de repetir lo Mismo. Y la filosofía, en cambio, busca lo contrario: producir una diferencia.

Consideraciones finales

El escenario está plagado de posibilidades, pero esa riqueza, a la vez, es frágil e impredecible. ¿Qué es lo que está disponible hoy para cada uno de nosotros? ¿Qué podemos pensar y qué podemos hacer? ¿Dónde encontramos los límites concretos; dónde los de la imaginación? Si nos situamos en nuestro propio hacer filosófico, observamos que hay caminos delimitados, marcados, sugeridos. Somos formados para transitar esos caminos y renovar una y otra vez su huella. Si existen tantas temáticas sin investigarse: ¿Cuántos modos aún no explorados de hacer y vivir la filosofía habrá?
Por eso una tarea actual puede ser la de releer la historia de la filosofía atendiendo a aquellas problemáticas ignoradas o reprimidas por ella misma. Releer a los grandes pensadores del pasado desde una axiomática diferente, partiendo del principio de que no hay un sentido unívoco. Pensar desde el sinsentido y la equivocidad, desde la posibilidad de múltiples significados igualmente válidos: ¿Es esto posible?

La filosofía, según los relatos aquí compartidos, nos permite construir una mirada diferente sobre el mundo. Mirada no intencionada ni interesada, pues no va hacia ese mundo a la búsqueda de confirmar principios ya aceptados: “Es  una mirada como ávida de tratar de comprender y a su vez tratar de volver a preguntar”, nos decía A. Cerletti, como si la misma puerta que se abre con la pregunta fuese aquella por donde se nos escapa la respuesta. Si hay un interés en la interrogación, una intención, es la de descubrir los supuestos que sostienen a las cosas en la superficie de lo visible, el intento de ver más allá de lo obvio. Su profunda intención y su profunda inocencia, tales son las cualidades de la indagación filosófica. En un mundo que cuestiona toda actividad humana que no se ciña a la lógica de producción capitalista, detenerse en el tiempo de la reflexión es un acto de libertad.





No hay comentarios:

Publicar un comentario